La soberanía nacional avanza con fuerza gracias a la reacción de los movimientos patrióticos que ya no se esconden.
El globalismo pierde influencia. Pierde credibilidad por sus propios errores, por su impacto negativo en las naciones y por su efecto destructor sobre la población mundial. Sin embargo, lo decisivo llega ahora. El soberanismo despierta, se fortalece y planta cara. La sociedad observa este cambio con esperanza porque muchos ciudadanos ven una defensa clara de su identidad, su patria, sus valores y su libertad.
Los globalistas se inventan problemas globales para imponer soluciones centralizadas y de dominio. Su estrategia es la de eliminar la soberanía nacional. La élite globalista, no elegida por ningún ciudadano, diseña normas, dirige políticas y dicta obligaciones que atacan la libertad real de cada país.
Por eso, la soberanía nacional frente al globalismo emerge como la respuesta natural de personas y naciones que quieren decidir por sí mismas sin tutelas externas ni imposiciones.
Mucho más que un mensaje
En septiembre de 2025, durante la Cumbre de la Asamblea General de Naciones Unidas, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lanzó una frase que resonó en todo el mundo: “The future does not belong to Globalism…, the future belongs to Patriots…, the future belongs to Sovereign and independent Nations…”…(”(el futuro no es del Globalismo…, el futuro es de los patriotas, el futuro pertenece a las naciones soberanas e independientes»).
Ese mensaje marcó una línea decisiva. EEUU se situó del lado del soberanismo y se alineó con los partidos patrióticos europeos.
Este giro geopolítico modificó el tablero mundial. Los partidos soberanistas reclamaron su derecho a decidir sin presiones supranacionales. El argumento central fue claro: cada Estado debe salvaguardar nación, su cultura, su libertad política y su independencia.
Este frente común refuerza la soberanía nacional frente al globalismo, que vuelve a aparecer como el modelo natural de convivencia entre naciones libres.
La Unión Europea queda señalada
Esta oposición frontal al globalismo debería impactar en la Unión Europea. Durante años, Bruselas financió los excesos de Naciones Unidas y respaldó la Agenda globalista sin consultar ni contar con los ciudadanos europeos.
La UE se convirtió en un engranaje más del proyecto globalista. Sus dirigentes apostaron por un modelo que debilita las identidades nacionales, limita las políticas soberanas, favorece estructuras de poder alejadas de los votantes e impone medidas y políticas que incluso atentan contra los países que debería defender.
Ahora, los partidos soberanistas de las naciones europeas cuestionan esa deriva. La presión aumenta sobre la burocracia europea, que intenta sostener un proyecto cada vez más impopular. La sociedad exige más control democrático y menos imposiciones ideológicas desde instituciones que nadie puede fiscalizar.
Los partidos soberanistas desmontan el plan globalista
Los partidos soberanistas y las grandes naciones ya no ocultan su rechazo. Estados Unidos, Rusia, China, India y otras naciones estratégicas levantan la voz contra el globalismo que impulsa las élites globalistas a través de la ONU, la UE y sus organismos asociados. La resistencia crece.
Ese frente común rompe la narrativa globalista, que pretendía presentarse como inevitable. La reacción demuestra que los Estados soberanos siguen teniendo poder real cuando lo ejercen con firmeza.
Los planes de Naciones Unidas y de la Unión Europea quedan en evidencia. Muchos gobiernos ya no aceptan agendas diseñadas por burócratas globalistas sin legitimidad democrática. La crítica se centra en la pérdida de libertades, el intervencionismo extremo y la interferencia en políticas nacionales esenciales.
Por eso, el despertar soberanista se extiende. La soberanía nacional frente al globalismo deja de ser un discurso marginal y se convierte en tendencia mundial.
La soberanía pertenece a los pueblos, no a las élites
La soberanía de una nación siempre pertenece a su población. El globalismo pretende eliminar ambas soberanías: la nacional y la ciudadana. Sustituye la voluntad popular por un poder centralizado que actúa como un gobierno mundial informal. El de ellos.
Este modelo niega la identidad cultural y religiosa, la libertad política y el proyecto histórico de cada país. Quienes defienden el globalismo presentan su agenda como progreso, pero su estrategia elimina naciones, reduce derechos, controla decisiones y limita la libertad de expresión y religiosa.
El soberanismo, en cambio, defiende la libertad individual y colectiva. Reivindica la vida, la familia, la tradición, la historia propia y la independencia política. Reivindica la religión. Protege la identidad frente a la uniformidad globalista.
Por eso, la defensa de la soberanía nacional frente al globalismo se relaciona directamente con la libertad de los pueblos.
¿Llegará el cambio político en Europa?
La pregunta resulta inevitable. ¿Provocarán estos hechos un cambio profundo en la Unión Europea?
Muchos analistas creen que sí. La decadencia europea se agrava mientras el PP europeo y el PSOE europeo mantienen el mismo proyecto globalista. Ambos defienden políticas que diluyen las naciones, imponen regulaciones ajenas a la voluntad popular y sostienen agendas ideológicas que muchos ciudadanos rechazan.
Europa necesita recuperar su fuerza, sus raíces y su identidad. Ese cambio exige que el bipartidismo deje de controlar Bruselas. Solo así puede surgir un nuevo proyecto que respete la libertad y la soberanía de cada Estado miembro.
La batalla por la soberanía nacional frente al globalismo marca el futuro de Europa.




