Si festejas Halloween, luego no te quejes

peligro de Halloween

El peligro de Halloween no está en los dulces ni en los disfraces, sino en la exaltación del mal y la exclusión de Dios.

Cada 31 de octubre, millones de personas se dejan arrastrar por una moda importada que, bajo una apariencia de juego inocente, promueve valores contrarios a la fe cristiana y a la dignidad humana.

Vivimos en una sociedad donde la publicidad y el consumismo modelan nuestras costumbres. Sin darnos cuenta, hemos permitido que una fiesta con raíces paganas y connotaciones oscuras se infiltre en nuestras familias, nuestras escuelas y hasta en algunos templos: es Halloween.

El origen oscuro del Halloween moderno

Halloween tiene raíces en ritos antiguos. Su origen se remonta a los celtas, que celebraban el final de la cosecha creyendo que el dios de la muerte permitía el retorno de los espíritus al mundo de los vivos. Esa noche se encendían hogueras y se ofrecían sacrificios para aplacar a las fuerzas del mal.

Hoy, esa tradición ha mutado en una fiesta global donde lo siniestro, lo macabro e incluso lo satánico se disfraza de diversión. Los disfraces grotescos, los ambientes tenebrosos y la estética del miedo se han convertido en parte del marketing de masas. Pero detrás de todo ese espectáculo se esconde un mensaje: el mal puede ser divertido, y lo satánico, aceptable.

Los cristianos no podemos aceptar esa banalización del mal. La fiesta que glorifica la oscuridad, la brujería y la muerte contradice directamente la fe en Cristo, que es la Luz y la Vida. Como decía un experto, “el diablo no tiene poder por sí mismo, sino por lo que la gente hace”. Cuando se abre la puerta al mal, aunque sea por juego, se le concede terreno real.

De los disfraces inocentes al culto a lo macabro

Hace décadas, los disfraces eran inocentes. Los niños se vestían de sheriff, de bombero o de payaso. Nadie buscaba provocar miedo o repulsión. Hoy, Halloween se refleja en una cultura que glorifica la sangre, las vísceras, la brujería, lo esotérico y la violencia.

Las películas, series y redes sociales han transformado el 31 de octubre en un desfile de zombis, demonios y brujas. La inocencia infantil se pierde cuando se asocia la diversión con lo satánico o lo grotesco. No es casualidad: el mal no soporta la pureza ni la alegría de los pequeños, porque en ellos ve el reflejo más limpio de la imagen de Dios.

Por eso, quienes creemos en la familia y en la vida no podemos mirar hacia otro lado. Participar en Halloween, aunque sea “solo por diversión”, implica colaborar con una cultura que trivializa el mal y degrada la espiritualidad cristiana.

El consumismo como trampa espiritual

El poder de la publicidad ha convertido Halloween en un negocio multimillonario. Las tiendas venden disfraces, decoración, dulces y películas diseñadas para fomentar el miedo y el gasto. Y los adultos, atrapados por el impulso consumista, transmiten sin querer a sus hijos la idea de que el mal puede ser atractivo si se presenta con luces de colores.

La verdadera trampa de Halloween no es económica, sino espiritual. Cuando el hombre deja de reflexionar y se deja llevar por las modas, termina cediendo terreno al enemigo. Satanás no se presenta con cuernos y tridente: se disfraza de fiesta, de broma, de tradición “inocente”. Y cuando nos reímos de él y con él, ya hemos caído en su juego.

Un mundo que vive rodeado de demonios no debería jugar con ellos. Si celebras o permites que tus hijos celebren Halloween, luego no te sorprendas por las consecuencias. Las puertas que se abren con un juego pueden costar caro en el alma.

Una alternativa: recuperar la luz de Todos los Santos

Frente al peligro de Halloween, la respuesta cristiana debe ser clara: redescubrir la belleza y el sentido de la Fiesta de Todos los Santos. El 1 de noviembre no celebra la muerte, sino la vida eterna; no exalta el miedo, sino la esperanza; no invoca espíritus, sino que honra a los santos que alcanzaron la gloria de Dios.

Educar a los hijos en esa fe alegre y luminosa es una forma de resistencia cultural frente al avance de las tinieblas. En muchos lugares, las parroquias y colegios católicos ya promueven la “Noche de la Luz”, donde los niños se visten de santos, ángeles o personajes bíblicos, celebrando el triunfo del bien sobre el mal. ¿Y por qué no en tu casa?.

Halloween no es una fiesta inocente: es la exaltación de lo tenebroso. Frente a esa corriente, los católicos debemos mantenernos firmes y coherentes con nuestra fe. No hay “Halloween cristiano”, como no puede haber “satanismo blanco”. O se elige la luz o se elige la oscuridad.

El peligro de Halloween no reside en las calabazas ni en los dulces, sino en la rendición espiritual que implica aceptar una fiesta pagana y antirreligiosa como algo normal. La cultura del entretenimiento intenta convencernos de que todo da igual, pero no da igual.

Celebrar Halloween es abrir una puerta que nunca debería abrirse. Es permitir que el enemigo, con sonrisa de plástico, entre en nuestros hogares. Por eso, quien celebra esa noche, luego no debe quejarse.

El cristiano que ama la verdad no pacta con el mal. No puede vestir a sus hijos de demonios ni enseñarles que el miedo, la muerte o el diablo pueden ser diversión. La solución es sencilla: ni la menor colaboración con Halloween.

La noche del 31 de octubre puede convertirse en rendirse al enemigo. Porque el mal no descansa, y su mayor triunfo sería convencernos de que no existe.

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1 comentario en «Si festejas Halloween, luego no te quejes»

  1. No celebro Halloween, sino la Festividad de Todos los Santos. Es el momento de honrar y recordar a quienes nos precedieron: familiares, amigos y seres queridos que ya partieron. Creo que es importante enseñar a los niños que la vida no es solo diversión superficial, como en un “Disneyland” permanente. Necesitamos espacios para la alegría, pero también para la reflexión y la trascendencia, porque ambas dimensiones enriquecen nuestra existencia.

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