El desfase del trasvase | Javier Toledano

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“La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, proclamó Rodríguez Zapatero transido de honda espiritualidad pangeísta en una cumbre “climática” celebrada en Copenhague, año 2009, cuando la niña Greta aún no había echado los dientes en su comprometida defensa del planeta (“idos todos a tomar por culo”). Se dice que Zapatero, antes de ejercer la mayordomía (retribuida) lo mismo al servicio de las narcotiranías bolivarianas que de la satrapía marroquí, fue poseído por el alma errabunda de Seattle, jefe de la tribu lakota. Lo que será del viento, pero no es de España, porque de ellos no se benefician todos los españoles, son, paradoja fluvial, los recursos hídricos nacionales. En efecto, periódicamente saltan a la primera plana de la actualidad los traídos y llevados trasvases (véase el reciente episodio Tajo-Segura que tiene en un sin vivir a las comarcas levantinas). Ese déficit secular que arrastramos, que apuntaron ya los regeneracionistas en el siglo XIX, continúa siendo una asignatura pendiente y un síntoma de la pertinaz invertebración territorial de nuestra nación.

Para asegurarnos de que jamás resolveremos el problema del agua inventamos en su día los “GAD”, Gobiernos Autonómicos Desleales, representados, a través de organismos dependientes, en la gestión de las cuencas hidrográficas. Si quiere hacerse una idea del colosal enredo acuda, lector interesado, al capítulo III, “El relato del agua”, del esclarecedor ensayo de Sosa Wagner titulado “El Estado sin territorio”. No tiene desperdicio. Es ameno y, al tiempo, aterrador. Hemos creado un monstruo. El agua de España, un bien preciado por escaso, no es, ya digo, de todos los españoles. Pertenece, al parecer, a aquellos por cuyos términos municipales discurren los ríos. Toma castaña.

La riqueza hay que repartirla, dicen (y la pobreza incrementarla, y en esta materia son diplomados especialistas los partidarios del colectivismo socialista), pero el agua no. Mira tú. Repito: la riqueza sí, el agua no. Y se han redactado estatutos de autonomía, y diversas disposiciones legales, encaminados a “blindar” el caudal de los ríos en beneficio de municipios y regiones. “Es mío, sólo mío. Como tal río pasa por mi pueblo, de aquí no sale ni una gota… y a saber para qué la querrían esos derrochadores, acaso para regar campos de golf”. Sucede, la geografía es caprichosa, que algunos ríos fluyen por diversas demarcaciones y que la cuenca hidrográfica, esa extensión sobre la que influye un río principal con todos sus afluentes y acuíferos, no tiene fronteras, según la lógica más elemental y la Carta Europea del agua, y “su gestión ha de basarse en su curso natural y no en las particiones administrativas”.

Ese paisano, boina o barretina calada hasta las cejas, que no quiere que otros connacionales obtengan provecho del agua de su río, pues es sólo suya, disfruta de unas merecidas vacaciones en una de nuestras localidades turísticas de la costa. Bonitas playas, sol radiante, tapitas en el chiringuito, “verdejo y chipirones, marchando”… una auténtica delicia. Y llega al apartamento después de una buena tanda de chapuzones y, no lo creerán, pero quiere ducharse. Y se ducha. El agua le cae encima, le refresca y le quita esa fina y molesta arenilla que se pega a la piel como una lapa. Qué agradable sensación. Se beneficia de un clima cálido y benigno y de las horas de insolación que convierten esa localidad en un privilegiado destino de veraneo. De ese sol que en contados días incide sobre su río, sólo suyo, porque vive, supongamos, en una comarca muy lluviosa. Nada que objetar, el sol de España, donde calienta, es de todos y a nadie le cobran un canon por tomarlo allá donde brilla… pero el agua no, porque es mía y de nadie más.

No se trata de distraer de su río “particular” unos cuantos metros cúbicos de agua a la brava y dejar el cauce seco. Nadie habla de confiscarla a bayoneta calada. “Exprópiese”, en plan Hugo Chávez. No es eso. El agua trasvasada ha de tener un precio, como casi todo en esta vida. Una vez establecido con criterios técnicos, no de parte, el caudal suficiente para su aprovechamiento en las comarcas ribereñas (consumo humano y actividades agropecuarias), y las primeras, por supuesto, en satisfacer sus necesidades, el agua tomada en el punto donde menos daño ambiental cause su desviación ha de pagarse y a un precio razonable. Y siempre y cuando las condiciones volumétricas del caudal lo permitan, que hace unas semanas anduve por Zaragoza y el Ebro era una irrisión. Y no es de extrañar porque aun antes me di unas buenas caminatas por Sallent y Panticosa y el Gállego, uno de sus afluentes, serpeaba anémico por el vacío embalse de Lanuza e incluso divisé en su orilla un par de ranas pertrechadas con cantimploras, como en las viñetas cómicas de Mortadelo y Filemón. Transacción, el canon hídrico mencionado, que redundará siempre en provecho de las comarcas en agua excedentarias. 

La interconexión de las cuencas hidrográficas ha de ser una prioridad a escala nacional. Ténganse en cuenta, al ejecutarla, la diversidad de factores e intereses en danza, con el nacional, que es como decir el de la utilidad pública, el primero de todos. A menudo se cita en el debate político el concepto de “solidaridad interterritorial”, y casi siempre en clave fiscal y desde el fragmentario egoísmo autonómico. Pues en España no hay más genuina solidaridad que la del reparto de nuestro desigual patrimonio hídrico. Y es perentorio proteger debidamente esas obras básicas de las insidias y acometidas particularistas para, de ese modo, dotar a la nación de infraestructuras operativas y perdurables que mitiguen por generaciones el problema de la escasez y el desabastecimiento. Que no se precisan obras faraónicas e inútiles al estilo del Belomorkanal de la Rusia soviética, donde perdieron la vida miles de personas, enterradas bajo los hielos perpetuos y a quienes jamás tributarán homenaje los sellos conmemorativos de Correos.

“¿Está usted sugiriendo que el ejército proteja las obras de los trasvases?”. Esperemos que no sea necesario, que cundan el sentido común y el de pertenencia a una comunidad política mayor, y el de la solidaridad, “hoy por ti, mañana por mí”, y el de la reciprocidad, “me aprovecho yo de tu agua sobrante y tú de mis bonitas playas, por ejemplo, y quedamos a las paces”… pero llegado el caso, por supuesto, que para eso está. Para defender si es preciso lo mismo nuestras fronteras y la integridad territorial que las infraestructuras estratégicas de la nación.

Javier Toledano | Escritor

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