En todas las guerras, como se sabe, siempre hay ganadores y perdedores. Y en la guerra de la pandemia, que no solo se juega en el plano de la salud pública, también en el de la economía, hay un claro vencedor. Precisamente, el país que dio origen al virus, y que no es otro que China.
El gigante asiático no solo será el único de las grandes naciones que crecerá en 2020, sino que, al mismo tiempo, se beneficiará de forma significativa del flujo de capitales hacia Asia. Sin contar los efectos positivos que tendrán para su economía los bajos precios de las materias primas, en particular el petróleo, lo que beneficia a países especializados en la industria de componentes para fabricar productos finales.
Para hacerse una idea del nuevo escenario solo hay que tener cuenta que el PIB mundial caerá este año un 4,1%, muy lejos del 0,4% que retrocedió durante la Gran Recesión. Pero China, por el contrario, crecerá un 2,2% espoleada por los ingentes recursos que ha metido el Gobierno de Pekín en su economía, controlada por el Estado en un régimen de partido único. En todo caso, inferiores a los que inyectó en la anterior recesión, aunque con perfil distinto. Es esta ocasión, para sostener el consumo de las familias.
Ese crecimiento, el 2,2%, contrasta con lo que sucederá en las otras tres áreas geográficas con las que compite China. El llamado G-3 (EEUU, la Unión Europea y Japón) verá cómo su PIB caerá un 5,3%, mientras que en Latinoamérica el descenso será del 8,4%. Incluso Asia retrocederá un 0,4%, fundamentalmente a causa del desplome de la economía de India, cuyo PIB se hundirá este año un 11,3% debido tanto a su especialización productiva como a la debilidad de su demanda doméstica. Sucede al contrario en China, donde el Estado juega un papel fundamental. Obviamente, también influye un efecto arrastre, ya que el PIB de China venía de crecer un 6% en 2019.
Un efecto caso neutro
Los datos proceden del ultimo informe que ha elaborado el Instituto Financiero Internacional (IIF, por sus siglas en inglés), que es una especie de patronal bancaria mundial, y reflejan un escenario de recuperación intensa en 2021, si bien China vuelve a destacar. El gigante asiático, si se cumplen las previsiones, crecerá el año próximo un 8,5%, lo que significa un avance de 10,7 puntos porcentuales en los dos años centrales de la pandemia. Por lo tanto, muy cerca de su velocidad de crucero en caso de que no se hubiera producido la pandemia. El FMI había estimado un crecimiento del 5,8% para este año y una tasa similar para el próximo, es decir, alrededor de 11,5 puntos porcentuales.
El G-3, por el contrario, no recuperará hasta 2022 su nivel de PIB previo a la crisis. El actual ejercicio, el producto interior bruto caerá un 5,3%, mientras que en el próximo la recuperación será equivalente al 4,4%. En el caso de Europa, el retroceso será del 7,5% en 2020, con una fuerte recuperación del 5,7% en 2021, pero insuficiente para volver a los niveles precrisis.
Detrás de esa distinta evolución se encuentra la “anémica recuperación” en los flujos de capitales a nivel global, que pasarán una importante factura, en especial a los dirigidos a Latinoamérica, una región lastrada, aunque por distintas razones, por Argentina y sus problemas crónicos de deuda externa; Venezuela, por causas relacionadas con su situación política interna, y Perú, cuyo PIB se desplomará un increíble 30%, más propio de un país asolado por una guerra. Esto hará, sostiene el informe, que los flujos de capitales se reorienten hacia Asia y Oriente Medio, en particular hacia Arabia Saudí y Emiratos Árabes, lo que explica un “panorama sólido para China”.
Las estimaciones del IIF, lógicamente, están sembradas de incertidumbres debido a un posible rebrote de la pandemia con la llegada del invierno al hemisferio norte, y son ligeramente más positivas que las que realizó el FMI en junio, que previó una recesión global del 4,9%. El Fondo Monetario Internacional, sin embargo, presentará una revisión de sus estimaciones el próximo martes, día 13, y ya contará con la información de los últimos rebrotes.
En el informe de junio, el FMI ya advertía que China estaba abriendo una brecha cada vez mayor con el resto del mundo. Los indicadores de alta frecuencia, que muestran la actividad real más reciente, por ejemplo, midiendo el gasto con tarjetas, apuntaban a una contracción más grave en el segundo trimestre, excepto en el caso de China, que en buena medida había ya reabierto su actividad a comienzos de abril. Es decir, apenas cuatro meses después de revelarse la existencia de un virus en la provincia de Wuhan.
Más consumo, menos infraestructuras
Al contrario de lo que sucedió en la anterior recesión, cuando las autoridades chinas optaron por inyectar recursos a infraestructuras, en esta ocasión se ha preferido actuar sobre la demanda interna, en particular sobre el consumo privado. Los datos del FMI muestran que, a medida que la actividad ha comenzado a recuperarse, Pekín ha seguido centrando sus esfuerzos en las empresas y en los hogares vulnerables, entre otros instrumentos, mediante la ampliación de la red de protección social, los servicios médicos y la infraestructura digital. El Fondo Monetario, en concreto, estima que el saldo fiscal de China, el déficit presupuestario, cerrará este año con un -12,1%, del PIB, mientras que el próximo se situará en el 10,7%, es decir, incluso por encima de España en 2021.
Detrás de estas cifras lo que hay es un cambio de política económica por parte de las autoridades chinas, más preocupadas ahora por alentar la demanda interna, lo que para un país volcado desde hace décadas a la exportación es una auténtica novedad. Algo que hace sospechar a los analistas sobre la sostenibilidad de este modelo de crecimiento. El Gobierno de Xi Jinping, incluso, se ha visto obligado a otorgar préstamos rápidos y otros subsidios a las empresas con la condición de que no despidan a los trabajadores, lo que ha sostenido el consumo.
Detrás de la recuperación más fuerte de China se encuentra, igualmente, la reactivación del comercio mundial, que, según la OMC, está siendo más intensa de lo previsto anteriormente, respecto de las hipótesis más optimistas expuestas en las previsiones comerciales de abril, que suponían una caída del 12,9%. Ahora, lo previsto es un -9,2% este año y un aumento del 7,2% el próximo. Sin embargo, en el caso de Asia, donde el peso de China es fundamental, el descenso será de apenas un 4,4% este año y una fuerte de recuperación del 6,2% en 2021.
China, por último, se aprovecha de que el precio de las materias primas sigue en niveles bajos, en particular el petróleo, del que es muy dependiente. Esto hace que el país gaste menos importaciones, por lo su superávit comercial es todavía mayor. Y un mayor excedente exterior, lógicamente, afecta al saldo en términos de contabilidad nacional, lo que explica, en parte, que esté saliendo del agujero mucho más rápido que el resto del planeta. China gana; los demás pierden.
(Carlos Sánchez. El Confidencial)