La intelligentsia y la propaganda del Régimen: dos pilares del simulacro democrático.
El marco institucional de la Farsa del 78 ha devenido en un régimen despótico en el que la comunicación y la intelectualidad han sido cooptadas para producir propaganda antiespañola y perversiva —en su sentido más insidioso y estructural—, no para desempeñar papeles clave en la modernización y la justicia social.
De este modo, olvidando el pensamiento crítico y sin respetar el principio de la veracidad en la creación artística, la filosofía, la ciencia y la educación, los medios y los intelectuales áulicos no han dejado de confundir al pueblo, que camina entre el desconcierto y la indiferencia.
Hay dos maneras de enfrentarse a la corrupción y a los abusos del poder: investigarlos con intención reflexiva y cultural, con compromiso ético o político, como hacen los medios de comunicación y los intelectuales resistentes, o enterrarlos como imponen los manuales de los propagandistas oficiales al uso.
O lo que aún es peor: difundiendo sistemáticamente los acontecimientos —escándalos, doctrinas o información— con el fin de influir, como vienen haciéndolo, en la opinión pública con propósito manipulador. Ya se vincule ese propósito persuasivo con asuntos judiciales, ideológicos, económicos, religiosos o políticos.
Estos moldeadores de la percepción que sobre la realidad se le hace llegar al pueblo, no sólo han venalizado su independencia con una actividad de propagandistas del poder, sino que se han visto obligados a instalarse en la simulación permanente. Y así aparentan creerse lo que les interesa y lo que los amos les dictan.
Esta estrategia les sirve para deducir, en contextos críticos como en los que nos hallamos, que, en las denuncias de los renuentes contra el modelo de organización estatal, subyace una conspiración contra la democracia, porque les conviene más creer en un inefable contubernio que enfrentarse a las pruebas evidentes de la perversión y del enriquecimiento personal de quienes les nutren el pesebre.
Y es esta perfidia, entre otras muchas, la que permite al orden político seguir constituyendo una mayoría sobre la base obscena de una coalición de perdedores y malhechores.
Si la Fiscalía Anticorrupción tuviera voluntad de honrar su nombre, solicitaría la colaboración de la Justicia para saber lo que es de dominio público: quiénes están detrás de los innumerables delitos y negocios turbios que desde las alturas han transformado a España en un estercolero.
En la amplia gama de nuestra morbosa democracia no es el abuso de los medios públicos y de los falsos intelectuales la más leve de las enfermedades. Y es tan significativo como perverso el mantenimiento de una intelligentsia y de un modelo mediático del Gobierno a su estricto servicio y conveniencia.
En cuestión de minutos, ante la infinita variedad de sus escándalos, la máquina propagandística, que no informativa, del socialcomunismo suele obrar con fulgurante diligencia. Y pone en marcha el ventilador de los detritos, dejando la barahúnda y la infamia en el tejado de los otros.
La tensión provocada cuando la lucidez se convierte en instrumento, y el lenguaje —que debería liberar— se pliega a fines ajenos a la verdad, constituye una tragedia del pensamiento. Un conflicto, el de la inteligencia libre frente al discurso dirigido, que toda sensibilidad cívica y todo espíritu veraz está interesado en explorar y denunciar.
No es ejemplar ni conveniente la valoración sobre apariencias y engaños, y menos aún cuando éstas se dan obligadas por intereses tan espurios como reveladores. Pero la insidia y la hipocresía son mordazas eficaces para ganar tiempo y acallar a los adversarios y a los testigos incómodos. Y al socialcomunismo y a sus cómplices no les importa utilizarlas; al contrario, las necesitan para su supervivencia.
Ahora, ante la inobjetable evidencia, comienzan a escucharse comentarios en voz baja, ya que no palinodias, acerca de la ligereza con que fueron tachados de conspiranoicos los prudentes. Al parecer nadie, entre los instalados y los paniaguados, quiso valorar la posibilidad de que sus denuncias contra la Farsa del 78 fueran motivadas por razones morales, sociales y políticas tan merecedoras de veracidad como las que, sin más, los convertían en proscritos.
Una vez más, los sectarismos, los aparatos de propaganda, la difamación, el atávico rencor de algunos hacia todo lo que no se integre en la maquinaria antiespañola representada por el frentepopulismo, fueron manejados convenientemente por la intelligentsia y por la propaganda del Régimen.
Lo cierto es que desconocemos si finalmente se conocerá la verdad y se pondrá en su sitio a los protagonistas de la Farsa. Ni si los ciudadanos serán informados con objetividad y encarcelados los saqueadores, o si, por el contrario, la corrupción y la insidia volverán a ocultarse en los desvanes de la historia.
Sin duda, en todos los pantanos hay cieno, pero en unos mucho más que en otros. Volviendo la vista atrás para repasar las cinco últimas décadas de nuestra frustrada aspiración a ese ídolo de purpurina que es la democracia, lo que contemplamos es un barrial.
Quien quiera atisbar en ellas algo de progreso y decencia, que no lo busque en la arquitectura del poder creada por esa casta partidocrática que, con sus perversiones y oportunismos, se ha demostrado indigna de regir los destinos de España.
No sólo ha sido incapaz de avanzar en el progreso de la patria, sino que ha quebrado la convivencia y la unidad nacional, ha fomentado la metástasis del terrorismo y del separatismo, ha destrozado la educación y la moral natural, y ha arruinado la identidad y la riqueza propias, debilitando nuestra economía, nuestra soberanía y nuestra posición internacional y geografía política.
Jesús Aguilar Marina | Poeta, crítico, articulista y narrador,




