El problema es la falta de bebés | Steven W. Mosher

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Es hora de dar movimiento a las salas de maternidad estadounidenses, por el bien del futuro socioeconómico del país y de la psique nacional. Las cifras no auguran nada bueno para Estados Unidos. La tasa de natalidad del país es ahora la más baja de su historia. Se estima que la tasa total de fertilidad en 2023 (el número de hijos que tienen las mujeres estadounidenses durante su vida reproductiva) será ahora de solo 1,784. Esto está sólo ligeramente por encima del mínimo anterior de 1,77 niños registrado en 1980, y muy por debajo de los 2,1 niños necesarios para sostener a la población actual.

“Los niños son el recurso más valioso del mundo y la mayor esperanza para el futuro”, dijo una vez el presidente John F. Kennedy. En realidad, los niños son el único futuro que tiene una familia, el único futuro que tiene una nación. Un país cuya gente no se reemplaza a sí misma rápidamente envejece y, en muchos sentidos, se empobrece. El actual colapso demográfico de China es un ejemplo de ello. Para empeorar las cosas, mientras la tasa de natalidad de Estados Unidos languidece, un tsunami de inmigrantes ilegales está llegando a nuestro país. De hecho, hay tantos inmigrantes (gracias a las políticas de fronteras abiertas de Biden) que estamos a punto de establecer otro récord. Y no del tipo que vale la pena celebrar.

Este año, el número de inmigrantes que llegarán a Estados Unidos eclipsará el número de niños nacidos de estadounidenses. En los últimos 12 meses, entre los detenidos en la frontera, los que escaparon y los que llegaron legalmente, al menos 3,5 millones de inmigrantes han desembarcado en nuestras costas. Otros 300.000 niños nacerán de inmigrantes ilegales. En cambio, los estadounidenses recibirán en casa sólo a 3,4 millones de bebés.

Hay otra señal de alarma para Estados Unidos que no sólo necesita cerrar la frontera, sino también poner en orden su situación demográfica. En el pasado, cuando había control en la frontera sur, el tema recurrente era la fuga de cerebros de países pobres hacia Estados Unidos. Estos países daban educación a médicos y científicos, sólo para que emigraran legalmente a Estados Unidos, donde sus habilidades tenían un precio más alto. Ahora tenemos un fenómeno a la inversa.

Tenemos millones de inmigrantes que han recibido una educación de muy mala calidad y poco calificados que compiten por trabajos de baja categoría. Los niños que traen consigo requieren años de costosa instrucción especial en idiomas. Según la Federación para la Reforma Educativa Estadounidense (FAIR), esto actualmente les está costando a los contribuyentes casi 80 mil millones de dólares al año y sigue aumentando.

Sería mucho mejor para la próxima generación de estadounidenses sean “made in America” en lugar de que sean importados del extranjero. Los estudiantes nativos, incluidos los hijos de inmigrantes legales, llegan a la escuela ya equipados con las habilidades lingüísticas y los valores que necesitan para aprender y tener éxito en Estados Unidos. Lo mismo ocurre con los trabajadores: aquellos que están aquí legalmente tienen más probabilidades de comprender la cultura de una empresa y de integrarse al lugar donde trabajan.

¿Y qué viene sucediendo con aquellos que vienen sin comprender los valores democráticos estadounidenses ni tienen intención de asimilarlos? El caos en las ciudades estadounidenses y europeas tras los ataques terroristas de Hamás sugiere un grave peligro. Si queremos continuar con el experimento de democracia más antiguo del planeta (y no que nuestro país caiga en una vorágine de tribus en guerra), será mejor que hagamos algo al respecto, y rápido.

El enfoque constante en la inmigración ilegal oscurece el problema más grande de Estados Unidos: su baja tasa de natalidad.

Cerrar la frontera es fácil. Fácil, claro, si tuviéramos la voluntad política para hacerlo. Pero ¿cómo solucionamos la escasez de nacimientos? Para reforzar la tasa de natalidad, se debe alentar a los millennials y zoomers a casarse y tener hijos. Pero para que esto suceda, es necesario eliminar ciertos obstáculos, incluida la preferencia por la convivencia sobre el matrimonio, los enormes niveles de deuda estudiantil y la renuencia de los zoomers a convertirse en “adultos” y tener hijos.

La cultura de las relaciones sexuales casuales que prevalece en la mayoría de las universidades desalienta el tipo de relaciones comprometidas que resultan en matrimonio e hijos. Si a esto le sumamos la carga de los préstamos estudiantiles, el costo vertiginoso de la vivienda (impulsado por la inmigración ilegal) y la pesada carga fiscal impuesta por el gobierno, tenemos una fórmula potente a favor de la infecundidad y en contra de la paternidad.

Pero el problema principal es que hemos roto el vínculo económico entre generaciones. A lo largo de la historia, los padres han criado a sus hijos (cuidándolos cuando eran jóvenes y frágiles) con la expectativa de que sus hijos, ahora adultos, les devolverían el favor cuando ellos, a su vez, fueran viejos y frágiles.

El Estado ha usurpado ahora esta función tanto en países ricos como pobres. Y desde Estados Unidos hasta Albania, desde Canadá hasta Cuba, las tasas de natalidad están cayendo en picado. Ahora bien, no estoy proponiendo empujar a la abuela al precipicio, como afirman histéricamente los demócratas cada vez que se menciona la seguridad social. No hay vuelta atrás. Las promesas hechas a las personas mayores deben cumplirse. Pero hay una manera de alentar a los jóvenes a invertir en los niños, y ha sido creada por el propio Partido Demócrata en su deseo de repartir dinero gratis a todos sin ningún motivo. Me refiero a préstamos para estudiantes.

La condonación general de préstamos estudiantiles es un fracaso. Quienes solicitaron esos préstamos, que ahora suman un total de 1,75 billones de dólares, deberían devolverlos. Pero quizás sería un buen comienzo posponer los pagos de los préstamos estudiantiles de aquellos que están dispuestos a entablar una relación a largo plazo (también conocida como “matrimonio”) con la intención de tener hijos. También podrían verse protegidos del pago de impuestos de seguridad social mientras sus hijos crecen.

Después de todo, estas parejas se ocupan del futuro de su país de la manera más fundamental: cuidando de la generación futura.

Steven W. Mosher | Presidente del Population Research Institute y autor de “Bully of Asia: Why China’s Dream is the New Threat to World Order”.

(*) Publicado originalmente en inglés en New York Post.

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