En el balance de 2024, el «annus horribilis» de Pedro Sánchez marca un punto de inflexión en la historia política de España. Si alguien hubiera augurado hace unos años que el presidente del Gobierno terminaría su mandato entre investigaciones judiciales que salpican tanto a su entorno personal como político, muchos lo habrían considerado un ejercicio de ficción. Pero la realidad siempre supera a la imaginación, y este 2024 ha estado plagado de escándalos que auguran un 2025 todavía más tormentoso.
Comencemos por los nombres propios que han sido protagonistas de los titulares. En primera línea encontramos a Begoña Gómez, la esposa del presidente, que ha sido imputada, entre otras cosas, por su rol en entidades relacionadas con fondos y proyectos gubernamentales que, curiosamente, han recibido un trato más que favorable. Mientras tanto, el nombre de David Sánchez, hermano de Pedro Sánchez y músico, también ha aparecido en investigaciones que cuestionan la transparencia en la recepción de ayudas públicas para proyectos culturales.
Sin embargo, los escándalos no se detienen en el ámbito familiar, sino que alcanzan a su entorno político. José Luis Ábalos, exministro y otrora fiel escudero de Sánchez, está inmerso en una investigación del Tribunal Supremo por su presunta participación en una trama de corrupción que involucra adjudicaciones públicas y oscuros manejos con fondos europeos. Su caída no solo refleja la fragilidad de la estructura política del PSOE, sino que un misil en la línea de flotación de los círculos más próximos a Sánchez.
Si el 2024 fue el año de la acumulación de escándalos, el 2025 apunta a ser el de la implosión final.
Este cóctel explosivo ha hecho que Sánchez se ha convertido en un lastre insostenible. Si el 2024 fue el año de la acumulación de escándalos, el 2025 apunta a ser el de la implosión final. Las filtraciones y la proliferación de casos de corrupción parecen responder a un interés manifiesto: Pedro Sánchez ya no es útil para determinados sectores que, hace tan solo unos años, lo auparon al poder. Hoy, su salida no se plantea como una cuestión de dignidad, como podría haber sido una moción de censura, sino como un ajuste de cuentas que podría culminar con él enfrentando serias consecuencias judiciales y penales.
El clima de asfixia política no es casual. La paciencia de quienes antes lo sostenían se ha agotado, y parece que la estrategia pasa por erosionar su figura hasta que no quede más que una sombra del líder que una vez fue. Este escenario no solo es un reflejo de la debilidad de Pedro Sánchez, sino también de un sistema político que parece haber normalizado la corrupción y los intereses oscuros como moneda de cambio.
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