El marco de seguridad de hace mucho tiempo de Europa está sufriendo una profunda tensión, cada vez más eclipsado por los instrumentos económicos que configuran la influencia geopolítica.
Este análisis examina cómo las lógicas geoeconómicas están transformando la postura estratégica de Europa y desafiando los fundamentos de su orden de seguridad tradicional.
1. El desenlace: cómo Europa perdió el control de su propia arquitectura de seguridad
La fotografía de Steve Witkoff con Vladímir Putin en Moscú no es un simple episodio más en la larga crónica de la diplomacia informal estadounidense. Es un símbolo de algo mucho más trascendental: la erosión definitiva de la arquitectura de seguridad euroatlántica que ha cimentado a Europa desde 1945. Europa se encuentra ahora como espectadora de una negociación que afecta directamente a su futuro, pero en la que no tiene voz ni voto.
Durante décadas, los líderes europeos asumieron que su entorno de seguridad estaba garantizado por tres pilares: la supremacía militar estadounidense, la cohesión de la OTAN y una Rusia que pudiera ser contenida y marginada simultáneamente. La guerra en Ucrania conservó temporalmente esta ilusión. La Unión Europea interpretó la invasión rusa de Ucrania como una validación del orden atlántico posterior a 1991, una prueba de que Europa necesitaba más OTAN, más liderazgo estadounidense, más gasto en defensa y un mayor alineamiento ideológico con Washington.
La tragedia de Europa no es que esté excluida de las negociaciones que configuran su propio futuro, sino que aún no comprende plenamente la profundidad de su exclusión.
Pero a medida que el conflicto entró en sus últimas etapas y emergió una nueva dinámica política en Washington, se hizo visible una realidad más profunda: la visión de seguridad de Europa no estaba alineada con la trayectoria estratégica de largo plazo de Estados Unidos.
Washington busca contener a China; Europa busca contener a Rusia. Washington puso la mirada en el Indopacífico; Europa se aferró a su frontera oriental. Washington veía a Rusia como un posible coparticipante en la extracción global de recursos, el desarrollo del Ártico y el equilibrio estratégico; Europa seguía considerando a Rusia un enemigo existencial permanente.
El resultado es una forma de desalineamiento estratégico, en el que Europa todavía opera dentro de una arquitectura en la que Washington ya no cree del todo.
El pivote americano, el pánico europeo
El regreso de Donald Trump a la escena internacional aceleró drásticamente esta divergencia. Su reinterpretación estratégica de Rusia, como un activo en lugar de un adversario, sumió a Europa en un estado de pánico casi absoluto. Su disposición a socavar los compromisos de la OTAN, su desconfianza explícita hacia los líderes europeos y su interpretación de la geopolítica como diplomacia empresarial contribuyen a la ansiedad estratégica de Europa.
La humillación de Europa por parte de Trump es deliberada. Al enviar repetidamente a Witkoff, un asesor sin obligaciones diplomáticas, a Moscú, ignorando a Kiev, Trump indica que el centro de gravedad se ha desplazado. El proceso de paz no se mediará a través de Bruselas, Berlín ni París; se mediará a través del eje Washington-Moscú, eludiendo por completo las instituciones europeas.
La negativa de Europa a dialogar con Moscú se interpreta en el Kremlin no como una resistencia de principios, sino como un autosabotaje estratégico. Y Washington, percibiendo una oportunidad, está dispuesto a explotar esta fractura.
Como advirtieron muchos analistas, tanto comprensivos como críticos, Europa está descubriendo demasiado tarde que su seguridad no puede mantenerse mediante retórica moral, sanciones o rearme sin una base industrial. Europa quiere contener a Rusia, pero ya no cuenta con las herramientas políticas, militares ni económicas para hacerlo.
Los negociadores: cómo Trump, Putin y las redes empresariales están dejando a Europa fuera de su propio futuro
La diplomacia en la sombra como la nueva geopolítica
La diplomacia itinerante de Witkoff representa un cambio estructural: la diplomacia ya no es dominio exclusivo de los ministerios de Asuntos Exteriores, sino de familias políticas, intermediarios corporativos y alianzas basadas en recursos. Por eso la presencia de Kushner en Moscú es tan importante. Las conversaciones de diciembre no fueron simples negociaciones de alto nivel; marcaron el surgimiento de un nuevo sistema de conducta geopolítica, en el que la confianza entre redes de poder individuales prevalece sobre los protocolos institucionales.
El paradigma Trump-Putin se basa en tres principios: (i) la lógica comercial por encima de la confrontación ideológica; (ii) la extracción de recursos como base de la estabilidad geopolítica; y (iii) la confianza bilateral por encima de las instituciones multilaterales.
Esto es profundamente humillante para Europa, que tradicionalmente ha buscado legitimidad a través del multilateralismo. Sin embargo, para Washington y Moscú, la exclusión de Europa no es un descuido, sino una característica. La antigua arquitectura de seguridad europea dependía de la centralidad de Europa. La nueva, no.
El corazón económico de la nueva arquitectura
El entendimiento emergente entre Washington y Moscú se basa en cuatro pilares económicos:
Extracción de recursos de la Ruta Ártica y del Mar del Norte : La participación conjunta en la explotación de minerales, hidrocarburos y tierras raras del Ártico es fundamental. Estados Unidos está muy por detrás de Rusia en cuanto a capacidad de rompehielos e infraestructura en el Ártico, y la cooperación es una solución pragmática.
Corredores energéticos y reconstrucción posbélica : Los inversores estadounidenses consideran la energía rusa como un mercado fronterizo infravalorado. Simultáneamente, la reconstrucción de Ucrania (posiblemente financiada con activos rusos congelados ) genera enormes oportunidades para las empresas estadounidenses de construcción y energía.
– Reintegrar los hidrocarburos rusos a los mercados globales : este es un objetivo estadounidense a largo plazo, tanto para estabilizar los precios mundiales de la energía como para gestionar la creciente influencia de China sobre Rusia.
– Reemplazar la lógica militar de la OTAN por la interdependencia económica : éste es el núcleo del pensamiento de Trump: construir un eje Washington-Moscú basado en la rentabilidad, reduciendo así el incentivo a la confrontación armada.
¿Por qué están desesperados los europeos?
Debido a que Europa ha vinculado su base industrial a las sanciones, la descarbonización y la dependencia militar estadounidense, ahora es estructuralmente más débil que Washington y Moscú en la configuración emergente.
Europa está descubriendo tres verdades dolorosas:
– No puede defenderse sin Estados Unidos. Los pilares europeos de la OTAN carecen de municiones, capacidad industrial y tecnología militar de punta.
Las sanciones han debilitado a Europa más que a Rusia. Las industrias de alto consumo energético de Alemania, Austria e Italia se están trasladando a Estados Unidos. La desindustrialización está en marcha en Europa.
Las negociaciones de paz no incluirán a Europa como coautora. Europa recibirá el documento final, pero no será invitada a darle forma.
Es por esto que los estrategas europeos están furiosos: la arquitectura de seguridad que definió al continente está siendo reescrita sin que ellos la conozcan.
3. Después de Ucrania: cómo podría ser el nuevo orden de seguridad europeo
¿Sobrevivirá la OTAN como pilar central de Europa?
La OTAN no desaparecerá. Sigue estando demasiado institucionalizada, demasiado simbólicamente poderosa para los europeos y demasiado útil para las bases y las exportaciones de armas de Washington. Pero será relegada a un segundo plano, pasando de ser el núcleo del orden de seguridad europeo a un marco secundario, cada vez más dependiente de la voluntad política estadounidense, un sector de defensa europeo fragmentado, un menor entusiasmo estadounidense por los compromisos europeos y un modus vivendi entre Estados Unidos y Rusia que Europa no controla.
Bajo la presidencia de Trump, la OTAN se ha convertido en un paraguas transaccional, no en una alianza estratégica. Su credibilidad dependerá enteramente de la relación personal entre Trump y Putin, y Europa detesta esto porque despoja al continente de su capacidad de acción.
El impacto de la guerra y la paz futura en el futuro arquitectónico de Europa
El conflicto en Ucrania reveló las vulnerabilidades estructurales de Europa: falta de munición, falta de capacidad de producción, dependencia excesiva de las sanciones e incoherencia estratégica. La paz revelará algo aún más incómodo: Europa no puede imponer las consecuencias del acuerdo por sí sola.
Si Estados Unidos y Rusia elaboran el acuerdo final, Europa deberá aceptarlo o rechazarlo y afrontar las consecuencias en solitario. Ni París ni Berlín están preparados para este último escenario.
Ucrania, trágicamente, será el punto de mayor presión. Su soberanía será negociada por terceros. Europa lo sabe, pero no puede cambiarlo.
¿Puede Europa mantener la arquitectura sin Estados Unidos?
La respuesta honesta es no, ni a corto ni a mediano plazo. Europa carece de autonomía en materia de disuasión nuclear, de profundidad militar-industrial, de una voluntad política cohesionada, de consenso estratégico, de seguridad energética, de paridad tecnológica con Estados Unidos y de la capacidad de contener a Rusia sin el liderazgo estadounidense.
La idea de la autonomía estratégica europea sigue siendo pura retórica. La UE cuenta con instrumentos militares, pero no con un ejército. Tiene ambiciones, pero no la base industrial para sustentarlas.
El siglo asiático y la decadencia de Europa
Cuanto más convergen económicamente Washington y Moscú, más disminuye la relevancia global de Europa. El eje Rusia-China se fortalece, India emerge como un punto de equilibrio y los BRICS amplían su peso económico y político. Europa se convierte en una península de un supercontinente euroasiático que no controla, cada vez más marginal respecto de los centros de poder global.
La capacidad de Asia para proporcionar estabilidad depende de las redes de confianza que se forjen entre Pekín, Moscú, Nueva Delhi, Riad y Teherán. Europa no forma parte de esas redes.
Conclusión: Un continente en suspensión
La tragedia de Europa no es que esté siendo excluida de las negociaciones que configuran su propio futuro, sino que aún no comprende plenamente la profundidad de su exclusión.
Las reuniones de Moscú no son una negociación entre iguales, sino una negociación entre sistemas de poder. Trump y Putin se entienden porque hablan el lenguaje de la geopolítica transaccional. Europa habla el lenguaje de las normas, las leyes y los procedimientos burocráticos, en un mundo que ya no se rige por ellos.
Se está elaborando una nueva arquitectura de seguridad europea, y no en Bruselas, sino en Washington y Moscú.
Europa debe afrontar una pregunta difícil: ¿puede un continente que ha perdido agencia estratégica recuperarla antes de que se cierre el próximo ciclo geopolítico?




