El incidente fue ampliamente condenado incluso por los políticos de izquierda alemanes, que calificaron la situación de “absurda y peligrosa”.
Represión y censura: la libertad de expresión bajo asedio en Europa
La represión y censura alcanzan nuevas cotas en Alemania. El jueves 23 de octubre, la policía allanó el domicilio berlinés del prestigioso académico y experto en comunicación Norbert Bolz, de 72 años, tras un tuit irónico. Cuatro agentes acudieron en nombre de la Fiscalía de Berlín, en una operación derivada de una denuncia del centro estatal Hessen gegen Hetze (“Hesse contra el odio”).
La publicación de Bolz, un simple comentario sarcástico, fue tratada como una amenaza pública. En realidad, se trataba de una ironía sobre el uso del término “woke”, pero el Estado alemán la interpretó como un posible “discurso de odio”.
El caso pone de manifiesto cómo la represión y censura se han institucionalizado en la Unión Europea, transformando el debate público en un campo de vigilancia ideológica.
Un tuit irónico que desató la maquinaria del Estado
Todo comenzó cuando el periódico de izquierdas taz publicó un texto sobre la “resistencia” contra el partido Alternative für Deutschland (AfD) y su líder en Turingia, Björn Höcke, bajo el lema: “Alemania despierta”.
Bolz respondió en la red social X con un comentario sarcástico: “Una buena traducción de woke: Alemania, despierta.” Solo una letra de diferencia en alemán bastó para provocar un escándalo. El lema, que en los años treinta fue usado por el nazismo, sirvió de excusa para criminalizar a un intelectual independiente.
Bolz explicó posteriormente que su comentario era una ironía lingüística, un juego de palabras para exponer la paradoja del movimiento woke. Pero el sistema alemán no entiende el humor ni la disidencia: entiende obediencia y corrección política.
En sus propias palabras, el profesor reconoció con amargura: “La triste y despótica realidad que he descrito durante años ahora me ha alcanzado: es horrorosa.”
Un académico perseguido por un juego de palabras. Un tuit convertido en delito. Así actúa hoy la represión y censura en nombre de la “tolerancia”.
Rechazo unánime y de indignación
La actuación policial generó una ola de rechazo incluso entre políticos de izquierda. El exdirigente verde Ralf Fücks denunció en X: “Esto es un abuso absoluto de la justicia y un ataque a la libertad de expresión.”
Por su parte, Fabio De Masi, eurodiputado del partido Bündnis Sahra Wagenknecht (BSW), calificó el registro de “escandaloso, totalmente desproporcionado y evocador de un clima de intimidación cada vez más autoritario”. Añadió: “La izquierda debe alzar la voz contra estas tendencias autoritarias.”
Incluso el propio taz, de línea izquierdista, expresó su sorpresa y rechazo ante la actuación del fiscal, considerándola “desproporcionada”.
El exministro de Justicia federal Marco Buschmann también criticó duramente el registro policial: “Esto puede ser desagradable, pero no constituye un delito. Como abogado, considero ilegal invadir la esfera constitucionalmente protegida de un domicilio particular por este motivo.”
Las voces críticas coinciden: el Estado alemán utiliza el aparato judicial y policial para imponer una ortodoxia ideológica que margina, silencia o criminaliza cualquier pensamiento disidente.
Represión y censura: un modelo que amenaza a toda Europa
La represión y censura que golpea en Alemania a Norbert Bolz no es un hecho aislado. Forma parte de una deriva global que busca controlar el pensamiento bajo el disfraz del “discurso de odio”. Alemania se ha convertido en el laboratorio de una policía del pensamiento digital.
La oficina Hessen gegen Hetze, creada supuestamente para combatir el odio en redes, actúa como una agencia estatal de vigilancia ideológica. Su tarea consiste en rastrear publicaciones “problemáticas”, muchas veces de intelectuales, periodistas o simples ciudadanos que expresan opiniones contrarias a la línea oficial.
El problema es evidente: cuando el Estado define qué se puede decir y qué no, la libertad deja de existir. La censura en nombre de la corrección política equivale a una nueva forma de totalitarismo, más sofisticada, pero igual de opresiva.
El asalto a la libertad de expresión en Europa recuerda, en su esencia, los métodos de las dictaduras del siglo XX: criminalizar la palabra, controlar el pensamiento, castigar la ironía.
De Alemania a España: el mismo patrón de control ideológico
La represión y censura que avanza en Alemania tiene su espejo en España. El Gobierno de Pedro Sánchez impulsa leyes de “memoria democrática” que reescriben la historia, penalizan el disenso y silencian toda crítica al relato oficial.
Al igual que el caso de Bolz, aquí también se persigue la palabra. Los medios y los ciudadanos críticos con la ideología de género, la agenda climática o el independentismo son etiquetados de “extrema derecha” o “negacionistas”. Se trata de una guerra cultural impulsada desde el poder.
El objetivo común es claro: controlar la narrativa, moldear el pensamiento y neutralizar toda oposición.
Mientras tanto, la verdadera violencia —la del Estado contra la libertad— se presenta como “defensa de la democracia”.
El caso de Norbert Bolz simboliza el peligro que amenaza a toda Europa: la sustitución de la verdad por la ideología y del pensamiento libre por la obediencia moral impuesta.
Cuando un profesor de 72 años sufre un registro policial por una ironía, el mensaje es claro: nadie está a salvo del control estatal.
La represión y censura se han normalizado en las democracias occidentales. Pero aún hay esperanza si los ciudadanos se niegan a callar, si defienden su derecho a pensar, escribir y disentir.
Defender la libertad de expresión no es un acto político, sino un deber moral. Porque una sociedad que permite que el Estado castigue una ironía está condenada a vivir sin alma y sin verdad.
