Desde hace algunos años, se viene produciendo cierta inquietud social, bien es verdad que atenuada por la sordina de los medios habituales, ante la noticia de que la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) está empezando a admitir insectos y sus derivados, en forma de comida ultraprocesada, para la alimentación humana en el ámbito de los países de la UE.
Lo primero que cabe preguntarse es ¿Por qué se intenta sustituir/complementar en Europa la alimentación cárnica por la que procede de los insectos? ¿Por qué ahora? ¿Cuáles son los intereses que mueven a la UE a autorizar este tipo de alimentación? Alimentación que, por otra parte, no encaja con la cultura ni con las costumbres europeas. Es legítimo preguntarse también ¿Qué ventajas puede suponer este tipo de alimentación para el ser humano? y ¿Qué riesgos puede representar su ingesta continuada?
Es cierto que existen países en los que diferentes especies de insectos forman parte de su tradición gastronómica. Entre estos países se encuentran México, Camerún, China, Japón, India, Uruguay, Egipto, Sudáfrica, Tailandia, Chile, Marruecos, Somalia, Australia, etc… Pero, hasta donde yo sé, ninguno en la UE. La gran diferencia, para nada despreciable, es que en esos países la costumbre de comer insectos surge de una decisión libre de la población, mientras que en la UE la establece la clase política dirigente, sin que medie una petición popular.
Al día de hoy, la EFSA, con arreglo a la aplicación del reglamento UE 2015/2283, y consiguientemente la AESAN (Agencia Española de Seguridad Alimentaria), autorizan la ingesta de los derivados de insectos que figuran en la siguiente tabla:
Ilustración 1 Especies de insectos y formas autorizadas de comercialización en la UE
El reglamento de la EFSA, anteriormente citado, establece un compromiso de transparencia con la ciudadanía, proporcionando información de contenido y posibles alergias, en el etiquetado de los productos, y garantizando que nunca será obligatoria la ingesta de estos alimentos por la población.
El reglamento prevé dos tipos de procedimientos para la inclusión futura de nuevos alimentos derivados de insectos en la UE:
- Procedimiento de autorización por la UE de nuevos productos, siguiendo un protocolo específico.
- Procedimiento de notificación para alimentos tradicionales de terceros países, basado en el historial de uso alimentario seguro en el país de procedencia, habiendo sido consumidos, en el país de procedencia, al menos durante 25 años como parte de la dieta habitual de la población.
Tras esta presentación general, procede buscar una justificación al interés de la UE para autorizar la inclusión de estos nuevos alimentos. Los argumentos que se citan con frecuencia, para intentar hacer la iniciativa aceptable, son los siguientes:
- Hacer frente al crecimiento de la población. Sin embargo, la tecnificación del sector primario permitiría hacer frente, con productos tradicionales, cada día a una mayor demanda, si no estuviera lastrada por las enormes trabas medioambientales que se imponen hoy día. Por otra parte, la mayor parte de los países de la UE tienen una natalidad por debajo de la tasa de reemplazo generacional, y el único crecimiento de la población proviene de la inmigración exterior, en gran medida ilegal y descontrolada, siendo, además, con demasiada frecuencia, poco integrable.
- Aumento del coste de las proteínas animales. Esto es consecuencia, una vez más, de las imposiciones medioambientales de la agenda 2030 a la ganadería europea. Se trata pues de una circunstancia que tiene poco de inevitable. En mi opinión, obedece a una estrategia intencionada que está perfectamente diseñada para arruinar el sector primario europeo en favor de terceros paises con objeto de hacernos mas vulnerables. Entre estas imposiciones se encuentra la nueva ley de bienestar animal y sus previsibles restricciones futuras.
- Aumento de la demanda de proteínas en la población. Imagino que este incremento de la demanda obedece a los nuevos patrones de comportamiento social como son el incremento de actividad física y las dietas basadas principalmente en la ingesta de proteínas. En cualquier caso, no parece un argumento demasiado determinante para cuestionar la supervivencia de nuestra especie.
- Presiones medioambientales. Hay estudios que indican que la huella de carbono de los insectos es menor del 1% de la que procede del ganado. Aunque no queda claro cómo se ha normalizado esta medida para que una comparación rigurosa sea factible. Sospecho que se trata de un argumento falaz como toda la teoría del cambio climático de origen antropogénico.
- Mejora de la seguridad alimentaria. No está claro a qué se refiere exactamente este argumento, y solo me cabe pensar que, al tratarse de productos muy tecnificados, estos productos provendrán de unas pocas grandes empresas que supuestamente serán más fácilmente supervisadas. Según indican algunos estudios, los alimentos derivados de los insectos son ricos en proteínas, vitaminas, minerales y fibra. Circunstancia que, de ser cierta, haría de estos productos un alimento a considerar en situaciones extremas.
- Proceso de producción económico y sostenible. Al parecer, la cría de insectos requiere menos agua, tierra y alimento que la de animales y aves. Por otra parte, la alimentación basada en insectos tiene un ciclo de vida corto y sus nutrientes proceden de subproductos agrícolas. Circunstancias todas ellas deseables para rentabilizar cualquier alimentación «estabulada». No sé por qué, me viene a la cabeza en estos momentos el clásico cinematográfico «Soylent Green». ¿Será una premonición? En fin … ¡Váyanse preparando!
Aunque, según se asegura, los insectos no acumulan pesticidas, sí que pueden contener metales pesados, producir resistencias antimicrobianas en el consumidor, así como transmitir patógenos víricos, bacterianos, hongos e incluso priones. Circunstancia que exige de un estudio periódico y pormenorizado de riesgos en cada instalación productora. También hay que decir que la parte lípida de los insectos contiene una cantidad significativa de grasas saturadas similares a las del aceite de coco y el de palma que, como todos sabemos, no son excesivamente saludables.
Como vemos en la ilustración 1, mostrada anteriormente, los productos derivados de los insectos se presentan generalmente como alimentos ultraprocesados en formato de polvo, larvas desecadas e incluso de aceite de insecto. El proceso seguido para obtener estos productos es el de someter a los gusanos a una eutanasia. Ríanse si lo desean, yo también lo hago, pero es la terminología respetuosa que se usa para intentar no ofender a los espíritus «sensibles». Este proceso de exterminio incluye, a menudo, fases de molturación, presión, deshidratación, ebullición, congelación y gaseado. Eso sí, con mucho cariño. Supongo que este delicado final de los insectos, si se me permite la ironía, se hará con el consentimiento informado de cada insecto, al considerarse que se trata de una eutanasia al uso.
Según el sistema NOVA, se consideran alimentos ultraprocesados aquellos que, para asegurar una mayor durabilidad y facilidad de consumo, contienen, en su formulación, varios ingredientes no utilizados en preparaciones culinarias ordinarias como son saborizantes, edulcorantes, emulsionantes y otros aditivos para imitar aspectos sensoriales de otros alimentos no procesados, o mínimamente procesados, que permitan adaptar, o disfrazar, cualidades desagradables del producto final (palatalización). En general, parece que la ingesta de alimentos ultraprocesados suele estar relacionada estadísticamente con el aumento de obesidad, diabetes y problemas cardiovasculares.
Sospechas fundamentadas
Habida cuenta de las justificaciones oficiales para introducir los derivados de insectos en nuestra alimentación, parece razonable que algunos, entre los que yo me incluyo, sospechemos que la intencionalidad dista mucho de lo que nos cuentan. Tampoco parece lógica la necesidad perentoria con la que la adornan.
Aparentemente, estos alimentos derivados de insectos se están introduciendo de forma progresiva en determinadas harinas en cantidades no superiores, por el momento, al 4%. No parece razonable que esos porcentajes vayan a resolver un hipotético problema nutricional en Europa. Problema inexistente al día de hoy. Salvo que se trate simplemente de una estrategia para que la sociedad baje la guardia y se acostumbre, de forma casi imperceptible, a comer esos productos antes de que no les quede otra opción.
A pesar del compromiso adquirido por la UE de etiquetar cualquier producto destinado a la alimentación humana que pueda incluir en su composición derivados de insectos, las empresas productoras se multiplican ampliando su producción, sin que exista reflejo demasiado visible de a dónde se destinan sus productos. Cabe sospechar que se puedan estar utilizando, inicialmente, como ingredientes de la harina usada en algunos panes, bizcochos y pasteles sin que esta circunstancia la conozca el consumidor.
Si algún día los derivados de gusanos llegan a ser los alimentos de uso preferente de la población europea, sospecho que su producción/comercialización acabará en manos de unas pocas empresas autorizadas, tal vez extranjeras, lo que elevará nuestra vulnerabilidad y nuestra incapacidad para la libre elección. En la actualidad solo la empresa francesa Nutri’Earth está autorizada a comercializar productos de esta naturaleza en Europa. Hay que tener mucho cuidado con permitir los monopolios. Y cuando afectan a la alimentación, hay que desconfiar mucho más. Por no mencionar que los monopolios alimentarios hacen más fácil una hipotética adulteración intencionada de productos.
Al igual que pasa con las restricciones de uso en los combustibles fósiles en aras a garantizar, de forma más que cuestionable, un futuro mejor para nuestro planeta, mediante la reducción de CO2 y de los gases de efecto invernadero, sin que importe nada que este esfuerzo solo se realice en Europa; se nos quiere vender, como providencial, un alimento supuestamente sostenible y respetuoso con el planeta. Se trata de la técnica habitual de meter miedo a la población para que ésta adapte sus hábitos, dócilmente, a lo que se le indique. ¿Se acuerdan cuando la gente no podía salir de su casa y nos sentíamos felices porque nos hicieron creer que así estábamos más protegidos? Finalmente, para conseguir que todos lleguemos a aceptar esa bazofia, nos quitarán la libertad de escoger, como alternativa, la alimentación tradicional que llevamos tantos siglos consumiendo. ¿Cómo? Pues contraviniendo el compromiso de garantizar la libertad de elección mediante la multiplicación de dificultades al sector avícola y ganadero para que ya casi nadie pueda permitirse el lujo de comer carne por su elevado precio. Tampoco sería descartable que la alimentación tradicional se califique de poco saludable y se implante una tasa extraordinaria, cada vez que se consuma carne, con objeto de financiar hipotéticos sobrecostes sanitarios con la excusa de poder hacer frente a costosas enfermedades que si la sociedad comiera insectos no sufriría. Algo parecido a lo que pasa actualmente con el tabaco. Baste una pregunta abierta para demostrar que no se trata solo de una percepción subjetiva fruto de una calentura febril ¿Quién, en su sano juicio, invertiría en crear empresas destinadas a fabricar en Europa productos con insectos ultraprocesados si no tuviera una garantía de éxito comercial? Pues nadie, ergo parece que ya está todo atado y bien atado. ¿Quién puede garantizar el éxito de un proyecto tan atrevido? Pues, con toda seguridad, aquellos que crean la necesidad ficticia que lo sostiene.
Ante una sociedad poco madura, el escaso talante democrático de los políticos se demuestra haciendo uso de la prohibición y de la disuasión. Cuando desaparezca el dinero en efectivo, cosa que también persiguen nuestros «amables» dirigentes europeos, no habrá manera de conservar el mínimo resquicio de libertad ni de dignidad. No obstante, de igual manera que a partir de 2035 las élites y sus mamporreros seguirán pudiendo conducir coches de alta cilindrada alimentados por combustibles fósiles/sintéticos (v.g. Ferrari seguirá fabricando motores de combustión después de 2035), mientras que nosotros tendremos que movernos andando, o en bicicleta, dentro de ciudades gueto de 15 minutos, cabe esperar que también podrán, pero sólo ellos, seguir consumiendo carne de primera calidad. No se trata de un horizonte quimérico, el euro digital, precursor de la desaparición del dinero en efectivo y uno de los mayores atentados contra la libertad ciudadana, llegará inexorablemente en noviembre de 2025 si nadie lo impide. Va siendo hora de que nos demos cuenta que las leyes no se escriben para que las élites las respeten, sino para que las respetemos los que sufrimos sus decisiones. ¿Seremos capaces de entenderlo, a tiempo, para dejar de colaborar con los que nos tiranizan?
Conclusiones personales
Aunque respeto el derecho de que cada uno coma libremente lo que quiera, me parece que, siendo cuestionable la necesidad perentoria de establecer una legislación para permitir la ingesta de derivados de insectos en Europa y querer normalizar una práctica que repugna a la mayoría de sus ciudadanos, lo que más inquieta a la población desconfiada como yo, es la intencionalidad liberticida que subyace tras estas iniciativas, pensando en un futuro no muy lejano que replique el distópico «mundo feliz» de Aldous Huxley. Asumir el hipotético trágala de sustituir progresivamente la alimentación tradicional por la basada en derivados de insectos, sería una prueba más a la que se nos someten las élites globalistas que controlan todas las instituciones europeas, para determinar el nivel de docilidad de la población que se precisa para seguir aceptando la progresiva e inexorable pérdida de libertades que nos imponen. En definitiva, una vuelta más de tuerca de las que ya llevamos unas cuantas. El sistema de crédito social chino, tan admirado por figuras globalistas como Klaus Schwab, bien podría ser la forma futura de amordazar a la disidencia. Como en tantas otras cosas importantes que decide Europa para nosotros, se nos hurta el debate público, no excluyente, que permita informar y posicionar a la población libremente en asuntos de calado. Desgraciadamente, lejos de adoptar ese enfoque democrático que muchos desearíamos, se prefiere aplicar directamente la política de hechos consumados. Es decir, una vez que te quitan cualquier alternativa, de poco te servirá protestar.
Si opina como yo, que hay que enfrentarse a esta deriva liberticida a la que nos quiere conducir Europa, piense que no todo está perdido. Sea exigente y meticuloso desde ya, revisando ingredientes del etiquetado de los productos que adquiera y rechazando cualquier alimento que pueda levantar la mínima sospecha de contener trazas de derivados de insectos. Si desconfía, no compre. Yo elimino de mi cesta de la compra, desde hace tiempo, todos aquellos productos que proceden de paises cuya legislación sanitaria es inadecuada o excesivamente permisiva. Productos que compiten en precio con los de origen español lastrados por una sobredimensionada e injustificada legislación medioambiental. Este comportamiento no es solo una medida personal de seguridad alimentaria, sino también un acto de protección de nuestro sector primario. Si todos lo hiciéramos de forma insistente, los comerciantes dejarían de distribuir esos productos. Aunque me considero una persona de principios liberales, soy bastante proteccionista en lo que respecta al sector Primario, a la Energía y a la Defensa. Materias en las que una dependencia exterior significa, necesariamente, un futuro vulnerable. Ahora es el momento de actuar mientras existan alternativas alimentarias asequibles, antes de que estas desaparezcan de forma progresiva y planificada.
Prescinda de ideologías y cuestione las opciones políticas que no se enfrenten radical y contundentemente a las derivas liberticidas. No colabore con su enemigo. Y mucho menos cuando se trate de elegir a nuestra representación en las instituciones europeas, lugar de dónde surgen todos estos experimentos totalitarios.
En asuntos tan delicados, la tibieza no es una opción. Por eso le sugiero que apoye preferentemente a la sociedad civil que defiende sus valores y rechace con rotundidad todas aquellas iniciativas que nos impone la actual administración europea para restringir nuestras libertades y derechos. Pocos políticos son ya de fiar. Otra Europa, que se preocupe realmente de sus ciudadanos y no claudique a los dictados globalistas, es posible. Pero solo lo será si nos comprometemos con el objetivo de forma valiente y decidida.
Eusebio Alonso | Licenciado en ciencias físicas. Subdirector del diario online Adelante España.
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2 comentarios en «Señores, su «soma» de insectos ultraprocesados está servido | Eusebio Alonso»
poco se habla de los alérgenos de los insectos, pero hay mucha gente que es sensible a ellos. El problema está siempre en el etiquetado claro y en aquellos productos, como la simple harina en la que este polvo puede pasar desapercibido.
Resulta ademas que la legisación no permite mas que una pequeñisima cantidad de particulas de insectos en la harina, fruto de los ataques de los insectos en los silos. Se hacen análisis antes de aceptar la harina y ahora resulta que no pasa nada.
Pienso que Europa con sus regulaciones interminables está acabando con la propia agricultura y ganadería, sector estratégico que debería protegerse.
No necesitamos a Rusia, ni a Estados Unidos, ni a toda África para destruir Europa. Nos basta con los burócratas de Bruselas, y su IA (Idiotez Avanzada)