Por fin, una buena noticia. Veremos lo que duran sus efectos. En principio es deseable que una sociedad moderna, en todos sus niveles, local, regional o nacional, esté dotada de gobiernos estables, y si son competentes, miel sobre hojuelas, o cuando menos no incomoden demasiado a la ciudadanía creando trabas innecesarias, controles excesivos o fiscalidades abusivas para financiar observatorios inútiles y chiringuitos improductivos, pero pintiparados para proveer de un modo de vida holgado a parientes y amigos. Vamos, esas onerosas amenidades que “cancela” Milei de un plumazo gracias a su mágica motosierra. Pero hay una excepción: Cataluña.
En efecto, lo mejor que le puede suceder a Cataluña, vistos paisaje y paisanaje, es que no tenga gobierno. Y si ha de tener alguno, que lo sea en funciones, lo más débil posible, como en situación de interinidad, sin plaza fija, que se pase la legislatura prorrogando presupuestos y que no pueda aprobar ni una ley mínima, de baratillo, concerniente, sea el caso, a la recogida obligatoria, so pena de sanción, de cacas de chucho en calles y plazas. Y los catalanes todos, incluidos, no exagero, los separatistas furibundos y los simpatizantes del universo “cuqui” de Ada (sin hache) Colau, respiraremos tranquilos. A fin de cuentas, disponemos de un cuerpo legal mastodóntico. La sobreabundancia de normativas es tal que ni siquiera conocen una exigua parte quienes han de velar por su cumplimiento, a Dios gracias. No necesitamos ni una más. Cierto es que pueden tirar de “decretazos”, como los tahúres de faroles, para complicarnos la vida, pero un gobierno que legisla a decretazo limpio pierde legitimidad, por así decir, y la reversión de su obra planteará más adelante menos escrúpulos morales.
Comoquiera que no parece viable a medio plazo un gobierno en Cataluña leal con España, que promueva la igualdad legal de los avecindados en la región, que respete el derecho a la propiedad y mande el nacionalismo identitario al cuarto de los ratones, es preferible andarse sin gobierno y regirse en lo cotidiano por la inercia administrativa… pues no dejarán de funcionar los hospitales, mal, pero abrirán sus puertas. Los chicos no aprenderán nada de provecho en la escuela, como siempre, gracias a los birriosos planes de estudio. Los comercios satisfarán tasas municipales desorbitadas y venderán sus artículos, cada vez menos, pero más caros (inflación desbocada). Las empresas continuarán trasladando su sede social a Madrid o Valencia para huir de la inseguridad jurídica propiciada por el delirio separatista, y los “menas” atracando a las viejecitas impunemente a punta de navaja y violando en grupo sin que los medios se hagan eco por aquello de no estigmatizar a tan “vulnerable” colectivo. Y los “okupas”, “okupando”, que para eso están y es Cataluña el paraíso del citado gremio a nivel nacional (40% de todas las “okupaciones”).
Cataluña languidece en un claro fenómeno de entropía regional por la estupidez colosal de sus dirigentes, y no sólo políticos, también aportan su granito de arena los sindicatos mayoritarios (firmantes del pacto por el “derecho a decidir”), la patronal (rindiendo pleitesía a Puigdemont en Perpiñán), asociaciones vecinales, deportivas (papel estelar del Barça en la función, probablemente el club menos deportivo y más corrupto de toda Europa occidental) y el artisteo “comprometido”… comprometido, claro es, con las peores causas imaginables. Este atorrante marasmo, a día de hoy y con escrutinio en mano, sólo lo podría evitar el PSC… claro que pedirle al PSC que acate y cumpla la Constitución es como instar a un anciano reumático y aquejado de anquilosamiento vertebral a que ejecute la circense contorsión de meterse la cabeza entre las piernas para besarse el trasero. Necesitamos, pues, y no es una humorada, ausencia de gobierno a juzgar por los problemas que nos han legado los anteriores: fragmentación social, generación de divisiones enquistadas que dañan la convivencia y perjuicio serio a la actividad económica.
Para hacernos una idea aproximada de la magnitud de la tragedia cabe recordar que el candidato más votado en Cataluña ha sido Salvador Illa, gran ministro de Sanidad durante la pandemia coronavírica. Ésa que se negó al principio para que pudiera celebrarse la mani ultrafeminista del 8 de marzo (“sin besos, sin besos”, decía una ex ministro socialista sujetando la pancarta, “que hay pandemia”… María Antonia Trujillo, ahora comprometida de hoz y coz en la defensa de los intereses de Marruecos). Pandemia de la que se dijo que aquí no causaría más de un par de muertos (don Simón). Gestión que redondeó Illa con una transparencia y eficacia envidiables en lo tocante a la adquisición de mascarillas y material médico. Más de 100.000 muertos y mal contados, como los fijos discontinuos de Yolanda Díaz. El segundo ha sido el prófugo Puigdemont, un tipo que deambulaba por el casoplón de Waterloo mirando detrás de las cortinas por si encontraba ahí, agazapado, a un agente del CNI. Y que Pedro Sánchez ha aupado a un protagonismo angular en la política española presente. Y el tercero, bien que dándose un costalazo electoral de consideración, el mini-yo, hoy dimitido, de Junqueras… el mismo que ganó unas arrobas de peso en presidio. ¿Y con estos bueyes hay que arar? Quiá.
Cataluña es, qué duda cabe, el paradigma de sociedad enferma y que además no tiene solución, hay diagnóstico, sí, “idiocia colectiva”, pero no hay terapia conocida, salvo la “conllevancia” orteguiana. Por eso entiendo que es preferible repetir elecciones cada cuatro meses… ad infinitum. Pero para ello es preciso organizarse y comprometerse todo el electorado a repetir su voto escrupulosamente y a solicitar a los abstencionistas que no cambien de opinión, salvo que se obrara el milagro y una derecha nacional, sin complejos, anduviera en trance de obtener, jijí, la mayoría absoluta. Soñar es gratis, pero no vamos a pedir peras al olmo… aunque rogaría, hincado de hinojos si hace al caso, a los nuevos votantes que se animen a acudir a las urnas a replicar exactamente la proporción escrutada el pasado 12 de mayo, no sea que un solo voto distorsione el resultado y se esfume el espejismo. Bloqueo salvífico, reconfortante y mullidito como el seno materno.
Javier Toledano | escritor
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