Reivindicación de la paternidad | Mariano Martínez-Aedo

Nos encontramos ante una sociedad con muchos, muchísimos problemas.  Y uno de ellos es la gran crisis de los varones en general y de la paternidad en particular. Las ideologías feministas y las woke en general han elegido al hombre como enemigo ideológico y han irradiado sobre toda la sociedad esa desvalorización de la masculinidad y una desconfianza insidiosa sobre el varón y sus funciones sociales y especialmente familiares.  De esta forma, la paternidad se encuentra en la cultura dominante como algo poco valioso, cuando no vergonzante o incluso tóxica.

Ante tamaña injusticia, culpable también de una degeneración social que hace a muchos jóvenes y hombres eliminar de sus aspiraciones cualquier atisbo de posible paternidad como parte de sus proyectos vitales, es más necesario que nunca combatirla y actuar urgente y decididamente.

Ser padre es fundamental para los varones y para la sociedad en general, y es necesario ponerlo en valor.  La injusticia esencial del feminismo radical que escoge denigrar al hombre para “ayudar” a la mujer y, finalmente proponerla como gran proyecto de superación el hacerse como un hombre no sólo es una locura dañina, sino que provoca una insatisfacción personal tanto a hombres como a mujeres.

Por ello, invito a todos a promover y defender la paternidad.  A incluirla como parte esencial de un modelo masculino sano y positivo.  A los hombres, al menos a la mayoría (fuera de situaciones y casos especiales) a considerarla, si es posible, como una meta para realizarse como persona.  A las mujeres a entender que, si los hombres abdican de la paternidad, ellas se verán privadas de su maternidad como vocación igualmente valiosa y fundamental.

Para los que ya contamos con unos cuantos años, de joven, el ser padre no era una “vocación” que sintiéramos, ni siquiera una preocupación que nos hiciera pensar en ello. La familia, tu padre, las familias de tus familiares y las de tu entorno eran una referencia difusa que estaba allí, por lo que ser padre se aceptaba como una posibilidad casi cierta y que no nos preocupaba en el presente ni en el futuro cercano, pues era algo natural que llegaría cuando fundáramos una familia. Y por ser padre, entendíamos lo que veíamos en nuestro padre y en nuestro entorno.

Más adelante, cuando te echabas novia en serio y te ibas planteando el casarte y formar una familia, iba a pareciendo como parte natural del proyecto, aunque las mujeres solieran ser más conscientes que los hombres. Y te casabas y ya tenías encima esa perspectiva.  Sin embargo, ya entonces el entorno empezaba a ser negativo y te invitaba a retrasarla para disfrutar los primeros años de casados sin “problemas”.

Hay que reconocer que, en general, las mujeres solían tener mucho más claro la maternidad como eje vital que los hombres la paternidad, pero todavía era algo natural.

Y cuando llegaba el embarazo, mejor o peor recibido, según los casos, se vivía en general con alegría, aunque fuera dificultoso y te hiciera cambiar de vida.  Y nacía el bebé, con un gran júbilo personal y te llenaba el corazón de una forma única, que no podía compararse a ninguna otra que hubieras conocido en tu vida.  Y esa alegría se extendía a toda la familia y el entorno social.

Y conforme crecía el hijo, venía la infancia, y cuidabas de tus hijos, jugabas con ellos, les enseñabas, les regañabas, les perdonabas, en fin, vivías con ellos, y en gran parte para ellos.  Luego, llegaba el infierno de la adolescencia, el padre (y la madre) la sufrían también con su hijo, pero el amor nos ayudaba a acompañarle hasta que pasaba de una vez.  Y llegaba la juventud, y le acompañabas, pero ya más de lejos.  Y así, seguías siendo padre toda tu vida.

Frente a esta vida, donde los sacrificios, los problemas y los costes existían, pero eran compensados por el amor y la satisfacción personal y familiar, la sociedad actual niega cada vez más a los hombres esta faceta fundamental de la vida, presentándoles modelos egoístas y absurdos en muchos casos, donde el placer, el capricho y la vaciedad se presentan de forma atrayente, ocultando el enorme vacío que suele suponer el perderse la paternidad.

Ni las mascotas, ni los videojuegos ni los robots en el futuro podrán nunca suplir lo que un hijo supone en la vida de un hombre.  Ser padre es una aspiración natural para un varón y tal vez el mejor camino para hacerle mejor persona.  ¿Y nuestra sociedad se afana por robar esa posibilidad a tantos y tantos jóvenes y hombres, al engañarles con falacias, sin que hagamos nada?  Formar una familia es la vocación de todo hombre y frustrarla masivamente no sólo afecta a cada persona, sino que nos destruye como sociedad.

Es grave el problema de las condiciones laborales, es grave el problema de la vivienda, es complicado sacar adelante una familia en esta sociedad donde la economía necesita más de un sueldo para vivir.  Pero más allá de todo esto, el problema es cultural y espiritual.  Si no posibilitamos que la mayoría de los varones puedan ser padres, que disfruten de ello y dediquen suficiente interés y tiempo a serlo, habremos fracasado y mereceremos desaparecer.

Ser padre es parte vital del desarrollo humano de un hombre, defendámoslo, proclamemos que es bueno, luchemos para que se deje de atacar cultural y socialmente la paternidad. Es más, no sólo no debe ser menospreciada y despreciada sino, al contrario, la paternidad (como la maternidad) deben ser defendidas y promocionadas públicamente, se debe promocionar como un valor fundamental, se debe enseñar a los jóvenes que es una maravilla y una de las tareas más importantes y fructíferas que un hombre puede realizar en su vida.

Mariano Martínez-Aedo es Presidente del Instituto de Política Familiar (IPF)

 

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