Una nueva agresión a la fe católica sacude a los católicos. Esta vez, el ataque no se ha limitado a una expresión ofensiva o una pintada blasfema. Se trata de un acto explícito de profanación, difundido con total impunidad. Y, mientras tanto, la jerarquía guarda silencio. Y esto no es prudencia, es cobardía.
Lo denuncia Abogados Cristianos: Una supuesta actriz se subió al altar mayor de una iglesia en la localidad vasco-francesa de Arbérats-Sillègue, simuló una masturbación con un crucifijo y difundió el vídeo por redes sociales. Ocurrió durante el festival separatista Euskal Herria Zuzenean (EHZ), en Baja Navarra.
Abogados Cristianos presentó una denuncia formal por un posible delito de escarnio contra los sentimientos religiosos, recogido en el artículo 525 del Código Penal.
Mientras esta organización da la batalla legal, ni los partidos políticos ni las instituciones públicas han condenado los hechos. Pero lo más doloroso es el mutismo – salvo muy honrosas excepciones- de buena parte de la jerarquía eclesial.
El silencio eclesial como forma de complicidad
No se trata de un caso aislado. Lamentablemente, estamos asistiendo a una escalada de profanaciones, blasfemias y sacrilegios. Y, frente a ello, muchas diócesis optan por el silencio.
Algunos prelados apelan a la prudencia. Y eso aparentemente está bien. Pero la línea entre prudencia y cobardía es delgada, muy delgada, y en este caso ya se ha cruzado. Cuando la jerarquía calla ante una profanación explícita, cuando es, así lo podemos llamar, de un acto satánico, no solo se muestra tibia: se convierte en cómplice pasiva del sacrilegio.
A menudo, incluso obstaculizan a los laicos que organizan actos de desagravio. En lugar de alentar el fervor de los fieles, lo frenan. Su prioridad no es el Evangelio, sino la imagen institucional. Y eso no es prudencia, es cobardía.
De pastores a funcionarios eclesiales
La pregunta es clara: ¿cuántos obispos han alzado la voz ante esta nueva profanación o en las anteriores? ¿Cuántos han convocado una misa de reparación o algún acto de desagravio? ¿Cuántos han denunciado al Gobierno por la pasividad institucional frente a este tipo de ataques?
La mayoría guarda silencio. Y los fieles lo saben. Porque no se trata de una estrategia, ni de moderación, ni de diplomacia. Se trata de una claudicación moral ante el mundo. Se comportan como funcionarios eclesiales, no como pastores. Y esa actitud genera escándalo y división entre los creyentes.
No hay nada más fácil que hablar de sacrificio, compromiso y defensa de la verdad desde la comodidad de un púlpito. Pero cuando se trata de salir a la plaza pública y enfrentarse a las blasfemias, desaparecen. Actúan con mucho miedo.
La secularización interna: raíz del problema
Este fenómeno no es nuevo. La Iglesia, como institución, ha enfrentado crisis en otros momentos de la historia. Pero hoy la secularización ya no viene solo de fuera. Está dentro. Se ha instalado en los seminarios, en las curias, en los despachos episcopales.
Muchos obispos priorizan no molestar al poder político La entrega y claudicación con el Valle los Caídos es un claro ejemplo. Otros se pliegan a las modas ideológicas del momento, amoldarse al mundo. Y hay quienes callan -la mayoría- simplemente por miedo a los titulares de los grandes medios o por temor a ser cancelados.
La tibieza, el miedo y la cobardía se ha institucionalizado en ellos. Por eso, cuando un católico se escandaliza por la profanación de un templo y no encuentra respaldo en su obispo, siente abandono. Y con razón. Porque no es prudencia, es cobardía.
Frente al silencio institucional, son los laicos quienes están librando la batalla por la fe. Movimientos, asociaciones, abogados, madres de familia, sacerdotes valientes, jóvenes comprometidos: la Iglesia viva no calla.
Es urgente que esa minoría fiel al Evangelio despierte a los tibios. Que denuncie los silencios cómplices. Que organice actos de reparación. Que exija a los pastores ser pastores y no burócratas. Que se alce la voz. Porque la profanación del altar es una agresión espiritual a todos los católicos. Y quien calla, otorga. No es prudencia, es cobardía.
Los católicos no podemos resignarnos. La tibieza y la cobardía no pueden dirigir la Iglesia. La prudencia mal entendida solo lleva a la cobardía, a la rendición, a la pérdida de fe. Hoy más que nunca debemos recuperar la valentía apostólica de los mártires.
5 comentarios en «No es prudencia, es cobardía»
Mi opinión sobre el comportamiento de los purpurados no la haré publica. Imagínensela.
… no es sólo la de los purpurados
Se dice que » no hay mejor cuña que la de la misma madera». Eso esta´pasando con las profanaciones. blasfemias, etc. contra simpolos cristianos, que están siendo atacados por miembros de la civilización y cultura cristiana, no por la islámica, judia, o utras. Supongo que pensaran que así se libran de sus complejos y creencias cristainas…El hecho es que existe poca repuesta por parte de todos, empezando por la propia Iglesia, que dificílmente habla de los cristianos perseguidos en donde quiera que sea y menos aqui.
Que entre en una sinagoga con la vestimenta que llevaba, sin amagar masturbarse con un crucifijo sino con un ejemplar del Corán, y lo suyo es que salga decapitada.
Pero claro Jesucristo y la Iglesia católica son otra «cosa». Es muy moderna y muy valiente.
Yo sugiero a Abogados Cristianos que pongan en conocimiento del Papa León XIV estos hechos y el silencio vergonzoso de la jerarquía eclesiástica.