Cristofobia y cristianofobia

cristofobia y cristianofobia

La cristofobia y cristianofobia definen uno de los mayores dramas de nuestro tiempo. Millones de cristianos sufren persecución, violencia o asesinatos atroces por confesar su fe.

La cristofobia se centra en el odio directo a Jesucristo y al núcleo del Evangelio. Ataca por odio la figura de Cristo y su mensaje.

La cristianofobia es la consecuencia lógica de la cristofobia. Es el rechazo, el desprecio, la discriminación e incluso el asesinato contra el cristianismo en general y contra los cristianos que siguen a Jesucristo.

En la práctica, ambos términos describen una misma realidad. El odio, el prejuicio y la hostilidad golpean a los cristianos por su fe y por los valores que defienden.

Hoy, la cristofobia y cristianofobia avanzan de dos formas distintas pero complementarias. Una actúa con violencia física, contra el cuerpo. La otra destruye el alma mediante la humillación y la cancelación.

La cristofobia sangrienta: un genocidio silenciado

La forma más brutal de cristofobia se desarrolla en Oriente y en amplias zonas de África y Asia. Cada año, miles de católicos mueren asesinados por odio a la fe. Este fenómeno no resulta marginal. Configura un verdadero genocidio religioso que afecta a comunidades enteras. Familias completas viven bajo amenaza constante por acudir a misa o portar una cruz.

La cristofobia y cristianofobia sangrientas se extienden por varios continentes. Terroristas, islamistas yihadistas, milicias y regímenes comunistas enemigos atacan iglesias, aldeas y sacerdotes. A pesar de su magnitud, los grandes medios de comunicación apenas informan. Además, gobiernos y organismos internacionales callan. Ese silencio y cobardía convierte a muchos en cómplices de la persecución.

La historia demuestra que la fe no se apaga con la violencia. Los mártires sostienen a la Iglesia con su testimonio. Su sangre nunca destruye la verdad. Sin embargo, el mundo actual prefiere ignorar esta realidad. La persecución religiosa se ha convertido en la gran tragedia silenciada del siglo XXI.

La cristianofobia humillante en Occidente

Occidente ha desarrollado otra forma de persecución. No busca la muerte física -por ahora-, pero sí la destrucción moral y espiritual del cristiano.

Todo creyente sufre ridiculización, limitación de la libertad de expresión y religiosa así como cancelación por expresar su fe. Las élites culturales atacan símbolos cristianos sin consecuencias. Las administraciones y partidos políticos la promueven.

La cristofobia y cristianofobia occidentales eliminan la libertad religiosa y de expresión. Las leyes y la presión social empujan al silencio y la marginación.

Este tipo de persecución resulta más peligroso. No genera mártires visibles. Provoca deserciones, cobardía y renuncias interiores. Muchos cristianos esconden su fe por miedo al rechazo laboral o social. Otros aceptan la autocensura como norma diaria.

Occidente persigue el alma. Mata la identidad cristiana sin derramar sangre. Ese método resulta más eficaz y devastador.

Orgullo, fe y resistencia cultural

Ante este escenario, los cristianos deben reaccionar. La cristofobia y cristianofobia avanzan cuando encuentran silencio y miedo. Ha llegado el momento de dar un paso adelante. Los cristianos no deben pedir perdón por creer en Jesucristo ni por defender la verdad. Es más, nos debemos sentir orgullosos por ello. Y como consecuencia de ello, debemos llevar a Cristo a todos los rincones de nuestra sociedad.

La fe cristiana construyó Europa. Fundó iglesias, hospitales, universidades y derechos fundamentales. Nadie puede borrar esa herencia. Los católicos no nos arrodillamos ante ideologías, Estados ni poderes globales. Solo reconocemos autoridad a Dios.

Defender la libertad religiosa implica defender todas las libertades. Cuando se ataca al cristianismo, se debilita la dignidad humana.

La respuesta exige valentía, coherencia y orgullo sereno. La historia demuestra que la verdad siempre sobrevive. El silencio ya no resulta una opción.

El cristiano no se esconde. Da testimonio. Cree. Resiste. Y nunca se arrodilla ante nadie que no sea Dios.

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