El independentismo catalán, liderado por el golpista Carles Puigdemont, sigue avanzando en su plan hacia la secesión de España. Aunque algunos de sus movimientos puedan parecer intrascendentes o carentes de sentido, todos forman parte de una hoja de ruta bien definida. El objetivo final es claro: una Cataluña independiente con su propia justicia, policía, moneda y hasta un ejército, esto es, un estado independiente de facto,

El plan de Junts y, en menor medida, de ERC, contempla varios pasos para la consolidación de un Estado catalán independiente. Entre las principales reclamaciones actuales destacan:

– Una policía propia exclusiva: La exigencia de que los Mossos d’Esquadra sean la única fuerza policial en Cataluña, lo que ellos denominan «policía integral». Esto significaría la expulsión de la Policía Nacional y la Guardia Civil, eliminando así cualquier control del Estado español sobre la seguridad en el territorio.

– Control de las fronteras: La Generalidad pretende asumir competencias que corresponden al Estado, lo que implica el dominio de aduanas y el flujo de personas y mercancías.

– Un sistema monetario paralelo: Aunque la creación de una moneda propia no es viable a corto plazo, los separatistas buscan establecer una especie de «banco central catalán». Esta entidad funcionaría de manera similar al ICO, pero su financiación inicial provendría del conjunto de España, para ser gestionada libremente por la Generalitat.

– Un poder judicial catalán: Para los independentistas, la justicia española es un obstáculo. Por ello, un poder judicial propio y desligado de las instituciones estatales supondría un golpe letal al principio de unidad jurisdiccional.

Este plan separatista solo puede prosperar porque tiene vía libre con Pedro Sánchez en la Moncloa. Su debilidad parlamentaria y el ansia de mantenerse en el poder a toda costa, Sánchez ha demostrado que está dispuesto a conceder privilegios y ceder ante las presiones de los independentistas.

También el PP ha mostrado una actitud permisiva. Lejos de plantarse con firmeza ante estos desafíos, opta por una política de tibieza, la complacencia y el pacto que solo refuerza las pretensiones separatistas.

Pero el mayor problema no es solo la estrategia del separatismo o la debilidad de los grandes partidos nacionales. El problema principal es la indiferencia de una buena parte de la sociedad española ante el avance de esta agenda rupturista. Muchos han asumido la idea de que lo incompatible es posible y que la fragmentación del Estado es una realidad ineludible.

Por todo ello, el separatismo sigue avanzando, logrando cada vez más cesiones, con la mirada cómplice del Gobierno y la oposición, así como indiferencia de una sociedad anestesiada.

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