El reciente acuerdo—o más bien cesión—de gran parte del Valle de los Caídos por parte de la jerarquía eclesiástica al Gobierno de Pedro Sánchez ha provocado un profundo malestar entre numerosos fieles católicos en toda España. Lejos de tratarse de un mero trámite administrativo, este pacto ha sido percibido como una claudicación, una auténtica traición por parte de quienes confiaban en la Iglesia como un bastión frente a los constantes ataques del socialismo laicista.
El malestar y las críticas no se han hecho esperar: muchos creyentes se sienten abandonados, como si hubieran sido entregados al enemigo sin la menor resistencia. Sin embargo, también han surgido voces que llaman a no atacar a la jerarquía eclesiástica bajo el argumento de que “son los nuestros”, de que el único responsable es el Gobierno, y de que toda crítica supone «división» o “no sentir con la Iglesia”.
Lo que si es cierto es que esta tensión interna ha reabierto un debate crucial para nuestra sociedad: la confusión entre fidelidad y lealtad. Un distingo ya resuelto en una de las Cortes celebradas en Valladolid hace más de quinientos años, pero que hoy se encuentra completamente desvirtuado, confundiendo ambos términos. Una distorsión que, si no se corrige, puede conducirnos a una sumisión ideológica y espiritual.
Aunque ya abordamos esta cuestión en su momento en Adelante España, urge retomarla. Porque, sin duda, es mucho lo que está en juego.
La fidelidad, camino hacia la sumisión y a la esclavitud. La fidelidad, tal como la entienden muchos, es la obediencia ciega. Se manifiesta como una adhesión incondicional a un líder, a una causa o a una estructura, sin margen para la crítica o el juicio propio. Es, en esencia, lo que exigen los regímenes totalitarios y lo que, en menor escala, intentan imponer las cúpulas de partidos políticos, ciertas jerarquías eclesiásticas o algunas instituciones civiles.
La fidelidad excluye la razón y mata el discernimiento. Se convierte en una forma de esclavitud voluntaria, donde el individuo deja de pensar por sí mismo para convertirse en mero repetidor de consignas. No hay espacio para el desacuerdo, porque todo cuestionamiento es interpretado como disidencia, desafección y, por tanto, traición.
Así, muchos que se proclaman “fieles hasta el final”, en realidad se condenan a una sumisión y esclavitud que los aleja de la verdad y de la libertad. Lo vemos en dirigentes políticos que callan ante la traición de sus líderes, en fieles que justifican los silencios de sus prelados, y en ciudadanos que temen levantar la voz por miedo a ser acusados de desleales.
Lealtad: virtud de los hombres libres. La lealtad, en cambio, es otra cosa. Implica compromiso profundo, sí, pero desde la libertad. El leal no es un esclavo: es un aliado. Y, precisamente por amor a aquello a lo que es leal —sea una patria, una verdad, una institución o una fe— se siente con derecho y con deber de corregir, de advertir, de señalar errores.
La lealtad es hispánica, profundamente nuestra. El caso de El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, y Alfonso VI, rey de León y Castilla es claro. Es la virtud de quienes, aun en desacuerdo, no abandonan el barco, pero tampoco permiten que naufrague sin alzar la voz. La lealtad no implica sumisión, sino firmeza. No exige repetir lo que otros dicen, sino decir la verdad aunque duela. Y es esto lo que fortalece a un líder: rodearse de leales, no de fieles. Porque los fieles lo adulan, lo adormecen y lo hunden. Los leales lo confrontan, lo despiertan y lo hacen crecer.
Hoy, en este clima de control ideológico y pensamiento único, la crítica independiente es vista como una amenaza. Cuando alguien cuestiona desde la verdad, se le acusa de no “sentir con la institución” o de «dividir». Es decir, de no ser fiel. Pero la verdad es que quien calla ante el error por miedo o conveniencia no siente con nada. Y quien se atreve a denunciar lo que está mal, precisamente lo hace porque siente, porque ama, porque cree.
En partidos políticos, en movimientos sociales, en diócesis o parroquias, en asociaciones ciudadanas, el criterio de fidelidad se ha convertido en mordaza. Se valora más la obediencia que la lucidez. Más la sumisión que la verdad. Y así, nos vamos pareciendo cada vez más a los que decimos combatir.
Es hora de reivindicar la lealtad como el camino de los hombres libres. Porque la lealtad no destruye: edifica. No divide: purifica. No debilita: fortalece. La lealtad nace del amor a la verdad y a los principios. Y sólo desde ahí es posible reconstruir España, su unidad, su identidad, su libertad.
No se trata de seguir a líderes políticos o a la jerarquía eclesiástica ciegamente. Se trata de tener la entereza de apoyar lo justo aunque venga del marginado, del incómodo, del odiado por el sistema. Si algo merece ser defendido, se defiende. Si algo debe ser criticado, se critica. Sin miedo, sin ataduras, sin filtros ideológicos. Con independencia. Porque si no defendemos la verdad cuando aparece, seremos cómplices del silencio que la entierra.
La fidelidad sin criterio lleva a la esclavitud. La lealtad con convicción nos conduce a la libertad.
Y sí, el reciente acuerdo-cesión de gran parte del Valle de los Caídos por parte de la jerarquía eclesiástica al Gobierno de Pedro Sánchez fue claudicación.
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3 comentarios en «La diferencia entre ser esclavos o ser libres: Fidelidad o lealtad, esa es la cuestión»
«Un distingo ya resuelto en una de las Cortes…». Un «distingo»… ¿en serio? ¿distinción no te parece que es más correcto? ¿también vamos a ir al «entreno» y no al entrenamiento?
Lo malo no es usar mal el castellano, sino hacerlo desde la prensa, que se supone que debería escribirlo correctamente….
…tan bien se suponía el valor en la mili…
¿En serio debates sobre esta terminología periodística?, cuando el artículo es buenísimo. Mi enhorabuena para Adelante España, muy muy acertado. Basta de tibiezas
De la RAE: distingo
m. Reparo, restricción, limitación que se pone con cierta sutileza, meticulosidad o malicia.
m. Fil. Distinción en una proposición de dos sentidos, uno de los cuales se concede y otro se niega.
Sinónimos o afines de «distingo»: distinción.