Que no se confundan los partidos políticos: la lealtad construye, pero la fidelidad ciega destruye.

“Nos, que valemos tanto como Vos, e que juntos valemos más que Vos, os facemos Rei si guardáis nuestros fueros y libertades. Y si non, non.“

(Juramento de los Reyes de Aragón que denota el servicio del Rey a la tradición jurídica, a las libertades, a las personas de sus súbditos y la dignidad individual de cada persona)

Vox está en crisis. Es una realidad. Como señalábamos en Adelante España, dos grandes factores han desencadenado esta situación: la entrada – muchas veces promocionada desde la cúspide- de exmiembros del PP y otros sectores ajenos a su ideario original, y una dirección centralizada que ha reducido la participación de la militancia en la toma de decisiones.

Sin embargo, lo que ocurre en Vox no es un caso aislado. En todos los partidos políticos impera la misma lógica: se buscan militantes obedientes, dispuestos a acatar órdenes sin cuestionarlas. De hecho, lo de Vox, al día de hoy, es todavía un caso menor, ya que donde esta práctica se da de manera generalizada es en el PP y el PSOE, los dos grandes partidos del régimen bipartidista. Su poder consolidado les permite repartir un enorme número de prebendas, cargos y beneficios, y lo hacen con un propósito claro: garantizar la fidelidad absoluta y la sumisión incondicional de sus afiliados y cargos públicos.

Estos partidos no buscan líderes con criterio propio ni militantes con convicciones firmes, sino meros peones dispuestos a obedecer sin rechistar, asegurando así la perpetuación de un sistema donde las decisiones no responden al interés general, sino a la conveniencia de quienes ostentan el poder. La famosa frase del exvicepresidente socialista Alfonso Guerra —«Quien se mueva, no sale en la foto»— está más vigente que nunca. La fidelidad absoluta es la norma. La lealtad crítica, en cambio, es vista como una amenaza.

Fidelidad vs. lealtad: una diferencia clave. Los partidos confunden fidelidad con lealtad, dos conceptos que, aunque parecidos, son profundamente distintos en su significado y, por tanto, en su aplicación en la vida cotidiana.

La fidelidad implica obediencia incondicional: seguir y una adhesión estricta a un líder o una causa sin dudar, sin cuestionar, sin desviarse del guion establecido. Es lo que exigen los regímenes totalitarios y, en menor medida, lo que pretenden imponer las cúpulas de los partidos.

La lealtad, en cambio, es un compromiso real y profundo. Trasciende la simple obediencia, No se basa en la sumisión, sino en la defensa de unos principios, incluso cuando eso implique criticar decisiones erróneas. Incluye críticas constructivas y ajustes en la relación para mantener la esencia del vínculo. Es lo que ha caracterizado siempre al ser hispano. Un líder rodeado de fieles se acomoda y degenera en autoritarismo. Un líder rodeado de leales recibe críticas sinceras, aprende y se fortalece.

En política, la fidelidad se exige a menudo en términos de obediencia incondicional, seguir ciegamente a su señor, sin preguntarse por la justicia de su causa, mientras que la lealtad verdadera implica cuestionar decisiones cuando es necesario para el bien común. Leal es quien impide que su señor cometa injusticias. La lealtad es la gran virtud sobre la que se construyen los pactos, y debería ser el pilar de cualquier liderazgo.

El problema no es solo de Vox, ni mucho menos, sino de la política en general. Se ha construido un sistema donde la fidelidad es recompensada con cargos, sueldos y poder, mientras que la lealtad se castiga con el ostracismo. Y Vox, que está sufriendo una operación de acoso y derribo, no debe caer en los mismos errores y perversiones que inevitablemente genera el monopolio que los partidos tienen en la vida política e institucional.

Los partidos políticos deben recordar una lección fundamental: la fidelidad ciega destruye, la lealtad verdadera construye. España no necesita seguidores sumisos, sino ciudadanos y políticos con principios firmes. Que nadie se equivoque: lealtad, sí; sumisión, no.