La historia de España está adornada por gestas heroicas que desafían el paso del tiempo. Entre ellas, ninguna resplandece con mayor fulgor que el Milagro de Empel, una epopeya que conjuga valentía, fe y providencia divina.
En el frío diciembre de 1585, los soldados del Tercio Viejo de Zamora enfrentaron lo imposible: rodeados por el enemigo, acosados por el hambre y el frío, y con las aguas del río Mosa amenazando con engullir su última posición. Y cuando todo parecía perdido, ocurrió lo extraordinario, el milagro: la Virgen de la Inmaculada Concepción, protectora celestial, intervino para otorgarles una victoria que marcaría la historia de España y del cristianismo.
Estamos en plena Guerra de los Ochenta Años, un conflicto que puso a prueba la resistencia del Imperio Español frente a las Provincias Unidas de los Países Bajos. En ese contexto, 5.000 hombres del Tercio Viejo de Zamora habían sido enviados a la isla de Bommel para defender no solo los intereses de la Corona Hispánica, sino también la fe católica en un territorio cada vez más hostil a la religión.
Sin embargo, el destino parecía conspirar contra ellos. Más de un centenar de naves enemigas bloqueaban cualquier posibilidad de ayuda exterior. Aislados y exhaustos, los soldados combatían no solo a los rebeldes, sino al hambre y al gélido invierno flamenco. En esas condiciones, los holandeses ofrecieron a los españoles una rendición que, aunque honorable, significaba el fin de la lucha.
Pero los soldados de los Tercios no conocían el significado de la palabra rendición. Su líder, el maestre de campo Francisco Arias de Bobadilla, rechazó la oferta con una frase que resonaría como un eco de la dignidad española:
“Preferimos la muerte a la deshonra; ya hablaremos de capitulación después de muertos”.
La respuesta española enfureció al enemigo. Bajo el mando del Conde de Holac, los holandeses decidieron recurrir a una estrategia devastadora: abrir los diques del río Mosa para inundar la posición española. Sin más opción, los soldados del Tercio se replegaron a una pequeña colina conocida como Empel, donde se encontraba una antigua iglesia.
Fue en ese momento de desesperación cuando la providencia divina se manifestó. Mientras los soldados cavaban trincheras en el helado suelo de la colina, uno de ellos desenterró una imagen de la Inmaculada Concepción. El hallazgo, lejos de ser casual, fue recibido como una señal celestial. La imagen fue colocada sobre la bandera del Tercio, y el fervor se encendió entre los soldados. A pesar del hambre, el frío y la superioridad enemiga, la fe renovada iluminó sus corazones como una llama que no podía extinguirse.
Esa misma noche, un viento gélido comenzó a soplar con furia. Las aguas que rodeaban la posición española se congelaron, transformando el paisaje en un campo de batalla inesperado. Lo que había sido un cerco infranqueable se convirtió en una oportunidad para la audacia y la gloria.
Al amanecer del 8 de diciembre de 1585, fiesta de la Inmaculada Concepción, los soldados del Tercio aprovecharon el hielo para lanzar un ataque sorpresa contra las naves flamencas. En una maniobra tan valiente como inesperada, destruyeron o capturaron la mayoría de las embarcaciones enemigas. La victoria fue total. Las bajas españolas fueron mínimas, mientras que las filas enemigas quedaron devastadas.
El impacto de la victoria fue tal que incluso el almirante enemigo reconoció la intervención divina al afirmar:
“Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”.
El triunfo en Empel no solo salvó a los soldados del Tercio Viejo de Zamora, sino que consagró a la Inmaculada Concepción como protectora de los Tercios Españoles, y siglos después, como patrona de la infantería española. Este episodio, más allá de ser una hazaña militar, simboliza la unión indisoluble entre la fe y el coraje que definieron al Imperio Español.
Los Tercios, invencibles en el campo de batalla, demostraron que su fuerza iba más allá de la táctica militar. En Empel, lucharon no solo con sus armas, sino con su fe, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza puede abrir caminos hacia la victoria.
El Milagro de Empel sigue vivo en la memoria de España como un ejemplo de lo que se puede lograr cuando el valor y la fe caminan juntos. La imagen de aquellos soldados avanzando sobre el hielo, guiados por la Virgen, es un testimonio eterno del carácter indomable de nuestra nación.
Empel no fue solo una batalla. Fue una declaración al mundo de que España, bajo el amparo de la fe católica, era invencible. Un episodio que, siglos después, sigue inspirando a quienes creen que en el sacrificio y la fe se forjan las verdaderas gestas heroicas. La gloria de los Tercios Españoles y el milagro de la Inmaculada Concepción permanecerán como faros de luz en la historia de España y de la humanidad.
JM Casas | escritor
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