La “Invencible” española y la “Vencible” inglesa | Pío Moa

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Casi todo el mundo, y también en España, ha recogido la propaganda inglesa, que  hizo del fracaso de la Armada, que los ingleses llamaron “Invencible” por irrisión, un gran mito internacional  como signo o anuncio de una superioridad naval que en rigor tendría que esperar un par de siglos. Resumiendo, la Armada disponía de unos 150 navíos, veinte de ellos poderosos galeones, con  unos 30.000 hombres, entre soldados y marineros. Inglaterra hizo un enorme esfuerzo reuniendo casi 200 barcos, aunque con menos tonelaje, y unos 20.000 hombres. No llegó a librarse ninguna batalla importante, sino varias escaramuzas en las que la Armada solo perdió dos barcos en combate, más alguna captura de interés para sus enemigos; la parte inglesa aparentemente no perdió ninguno, aunque  es difícil de comprobar, lo mismo que sus bajas, ya que el gobierno de la reina Isabel prohibió hablar de ello. La Gran Armada debía embarcar en las costas de Flandes la principal fuerza de invasión de Inglaterra, pero a las desconexiones entre ambas fuerzas y  las escaramuzas con los ingleses, ayudados en tierra por los holandeses, se sumaron decisivamente los vientos tormentosos, para frustrar el embarque y empujar a la Armada hacia el norte.

Inglaterra quedó a salvo a poco precio, gracias al que el mundo protestante llamó “el viento de Dios” (otro desastre mucho mayor de la marina española en Argel en 1541 y por razones parecidas, fue llamado por los musulmanes “el viento de Carlos”, por el padre de Felipe II) Pero lo que para la Armada española fue un fracaso y no una derrota, se convirtió en catástrofe cuando trató de volver a España rodeando las islas británicas, debido a unas tempestades poco usuales. En ellas España perdió 35 navíos, y cerca de 20.000 hombres, aunque los galeones, su principal fuerza, se salvaron con daños. Los ingleses también sufrieron sus mayores pérdidas después de los pequeños combates: entre 10.000 y 18.000 según estimaciones, por enfermedades  desatendidas, por  heridas y por hambre al verse abandonados por el gobierno de Isabel I, mientras que el de Felipe II procuró cuidar  y curar a los supervivientes (España disponía de una sanidad militar casi inexistente en otros ejércitos). Había dirigido la Armada el duque de Medina Sidonia, hombre muy religioso pero poco apto para empresas bélicas, como habría de probar en otros lances.

   En todo caso, Inglaterra se había salvado de la invasión, éxito histórico  que su propaganda ha magnificado extraordinariamente. Y que por eso choca con la ineptitud propagandística española sobre otra expedición, la Contrarmada inglesa, resuelta en la batalla de Lisboa. El fracaso-desastre de la Armada había tenido lugar en 1588 y al año siguiente, los ingleses hicieron un nuevo esfuerzo reuniendo una flota de entre 150 y 200 navíos y 24.000 hombres con designios ambiciosos: destruir en puertos españoles del Cantábrico los barcos en reparación, y sobre todo separar de España a Portugal, donde intrigaba una influyente “quinta columna” partidaria de Antonio de Crato, enemigo de Felipe II; a continuación,  los ingleses capturarían las islas Azores, punto clave en la navegación con América, y se harían allí con el tesoro de la flota de Indias.

   Sin embargo, la expedición empezó a torcerse cuando, por los vientos u otras razones se alejó del Cantábrico para intentar tomar La Coruña, donde esperaba capturar un cuantioso botín.  Allí sufrió un serio revés ante la resistencia militar y popular, y la flota hubo de abandonar su presa para volverse sobre  su objetivo principal: tomar Lisboa y entronizar allí al rival de Felipe II, que había prometido prácticamente la sumisión de Portugal y su imperio a Londres. Dirigían la empresa por mar el corsario Drake, que se había distinguido el año anterior en la lucha contra la Armada, y por tierra John Norreys, activo participante en luchas en Flandes e Irlanda, donde había perpetrado, junto con Drake,  la matanza de varios miles de hombres, mujeres y niños  católicos.

Drake desembarcó algo al norte de Lisboa, mientras Drake cerraba la desembocadura del Mar de la Paja, capturando las embarcaciones comerciales que pudo. Norreys avanzó sobre la capital esperando reforzarse con los partidarios de Crato, pero la red de este  había sido desarticulada, y la marcha sobre Lisboa se convirtió en un calvario para los expedicionarios. Lograron acampar ante la ciudad, pero no solo no pudieron entrar en ella, sino que tuvieron que huir perseguidos por las tropas hispanolusas. Drake, en lugar de socorrerle, permanecía lejos, a la salida del Mar de la Paja.

Las tropas de Norreys, diezmadas, embarcaron penosamente en los barcos de Drake para volver a Inglaterra, acosados por galeras españolas que les hundieron varios barcos y mataron o apresaron a numerosos  enemigos. Mientras, la disentería, el tifus y  el hambre se cebaban en las tripulaciones. Los españoles tuvieron, entre La Coruña y Lisboa, unas 900 bajas mortales, en gran parte civiles, mientras que los ingleses perdieron entre 13.000 y 15.000 hombres, la mayoría por enfermedad y un porcentaje considerable por combates. Muchas naves inglesas se perdieron por falta de tripulantes, y otras desertaron, quedando útiles solo 20  con  2.000 hombres. Vueltos a  Inglaterra, se amotinaron al recibir una paga insignificante, varios fueron ahorcados y se les mantuvo desatendidos en cuarentena para que no propagaran enfermedades. Norreys acusó a Drake de cobardía por no haberle socorrido, y la corona prohibió hablar de la catástrofe. Los españoles siguieron su ejemplo y prácticamente olvidaron una batalla crucial en su historia.

  ¿Por qué fue tan decisiva la batalla de Lisboa? Baste pensar en lo que habría supuesto el éxito inglés: España no solo habría perdido Portugal, sino que esta, con su importante flota y su imperio, se habría convertido en un estado hostil y prácticamente vasallo de Inglaterra; y la armada inglesa, ayudada por la holandesa y la portuguesa, se habría enseñoreado del Atlántico, cortando la comunicación entre España y América. El poderío español simplemente se habría hundido, con repercusiones tremendas en Flandes, Francia y el Mediterráneo. Habría significado probablemente el colapso de España como la mayor potencia de Europa por entonces.

   ¿Fue esta batalla comparable a la de Lepanto, ocurrida dieciocho años antes? Lepanto fue, más propiamente que Lisboa, un choque naval con enorme número de bajas y destrucción de naves, y su repercusión histórica fue más amplia. De haber perdido el combate  la flota cristiana, los turcos se habrían apoderado definitivamente del Mediterráneo, donde eran hegemónicos desde hacía tiempo, e Italia y España habrían corrido un peligro inminente. De modo que  Lisboa salvó a España, pero Lepanto salvó también a Italia y más indirectamente al resto de Europa (aunque Francia colaboraba con los turcos,  e Inglaterra y los protestantes los animaban constantemente contra España).

Pío Moa | Escritor | https://www.piomoa.es/

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