El exclusivo negocio de la política | Eusebio Alonso

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Exceptuando honrosas excepciones, que sin duda también las hay, la clase política no suele caracterizarse, por lo general, ni por su honradez, ni por su compromiso y fidelidad hacia la sociedad que dice representar, ni por su talento, ni por su preparación, ni por su experiencia y habilidad para resolver los problemas reales. Más bien se caracteriza por todo lo contrario. No en pocas ocasiones, decisiones de tipo ideológico o intereses personales generan problemas sociales de calado que no habrían existido de no haber sido por su intervención.

Espero que sepa disculparme el amable lector si hiero en alguna medida su sensibilidad, pero no voy a ocultar que mi percepción sobre el numerosísimo espectro de políticos profesionales de nuestro país es bastante pobre.

Prioridad número 1.

Tal como yo lo veo, la primera prioridad del político profesional, es “él mismo”. Los políticos profesionales, en su inmensa mayoría, salen de la política mucho más ricos de lo que entraron en ella, sin que nadie les exija una justificación, ni se les haga una auditoría pública independiente y obligatoria que determine cuánto y cómo se ha incrementado su patrimonio. Por desgracia, lejos de que la oposición cumpla con su deber de fiscalización y haga una función auditora, ésta suele conformarse con hacer la vista gorda con tal que se les aplique el mismo tratamiento permisivo llegado el momento: “Caimán no come a caimán”.

Con bastante frecuencia, la justicia topa con algún escándalo de corrupción política, muy a pesar de los obstáculos que siempre surgen para que pueda realizar adecuadamente su trabajo cuando el sospechoso es un personaje con alguna relevancia. Es la parte visible del iceberg que resulta difícil ocultar. Cuando eso ocurre, los medios de comunicación, con demasiada frecuencia paniaguados, suelen hacer poco para airear la noticia. Rara vez los culpables pasan por la cárcel o se les exige que devuelvan lo robado poniendo como aval su propio patrimonio.

Una célebre ministra y vicepresidenta de un gobierno del PSOE, Carmen Calvo, nos daba una pista de la percepción que tienen algunos políticos sobre el dinero público – tal vez para justificar la alegría con la que se lo gastan, o para atenuar la culpa de algún episodio cercano de corrupción o malversación de fondos – manifestando que: “El dinero público no es de nadie”. Bonito ejemplo ha dado su partido en el caso de los EREs de Andalucía. Comunidad ésta de la que ella fue consejera.

Lamentablemente, las circunstancias mencionadas, lejos de disuadir a los delincuentes, alientan a la reincidencia. Si, aun así, alguno tiene que pisar la cárcel, disfrutará allí de mimos exquisitos y, en plazo breve, dispondrá de una prerrogativa de gracia que le devuelva a un retiro dorado sin que el episodio suponga una mácula en la imagen del partido que seguirá siendo votado, febrilmente, como consecuencia de la poca memoria y excelentes tragaderas de buena parte del electorado.

Si los problemas de corrupción política no desaparecen, es porque no hay auténtica voluntad para ello. Bien es verdad que existen leyes para que, cara a la galería, parezca que hay una preocupación aparente por la corrupción, pero son intencionadamente tan insuficientes e ineficaces que carecen de utilidad práctica.

Prioridad número 2.

La segunda prioridad de un político profesional es la fidelidad interesada a su líder y a su partido. Muy por encima de cualquier devoción a sus valores o a su país. Es posible que esto obedezca al temido principio de que el que se mueve sin permiso no sale en la lista. Estar en un buen lugar en la lista representa el acceso a un mundo de privilegios al que no pueden acceder el resto de los mortales. El servilismo, y no el mérito, es condición necesaria para progresar dentro de un partido político. Groucho Marx aclaraba con mucha gracia la flexibilidad moral del prototipo de político: «Estos son mis principios. Y si no le gustan, tengo otros».

Los partidos, muy especialmente los situados a la izquierda – tal vez porque son más ladinos y con menos escrúpulos éticos que los de la derecha – fomentan la creación de redes clientelares y de influencias a través de chiringuitos ideológicos regados con nuestros impuestos, con objeto de asegurarse: poder y presencia en la calle, un voto cautivo y un destino alternativo bien remunerado. Estos chiringuitos resultan de gran utilidad en el triste trance de pasar a la oposición, una vez ya hayan demostrado suficientemente su ineptitud para gobernar el país, porque nadie se atreverá a cerrarles el grifo so pena de graves revueltas callejeras.

El insaciable Estado de las Autonomías y la sospechosa presencia de los partidos políticos en los consejos de administración de grandes empresas y bancos, supone un terreno abonado para la mamandurria de aquellos políticos que pasan a la situación de excedencia. Las puertas giratorias levantan inevitables sospechas, sin duda justificadas, de pago encubierto de favores.

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Si una vez satisfechas las prioridades anteriores, a algún político le queda algo de tiempo en su apretada agenda de pompa y boato, y no existe ningún otro conflicto de intereses; tal vez, solo tal vez, se esfuerce en hacer algo por la sociedad a la que dice representar.

Si alguno se saliera de este estereotipo: descuiden, que su propio partido no le permitirá que llegue demasiado lejos y ponga en peligro un negocio tan apetecible para tantos estómagos agradecidos.

A diario vemos sobradas muestras de la insensibilidad de los políticos ante las dificultades de la población, pidiendo sacrificios sin que su ejemplo vaya más allá de aflojarse el nudo de la corbata.

Somos, en realidad, rehenes de una democracia viciada. El poder está detentado por partidos que legislan a su conveniencia, asegurándose de que resulte casi imposible de desmontar su entramado de poder. Pudiera parecer que vivimos en una auténtica democracia con elecciones periódicas para que el pueblo soberano pueda decidir su futuro. La realidad es que los partidos embaucan a un electorado con programas que, en buena medida, no tienen intención de cumplir, sin que se derive de ello ninguna responsabilidad. Algunos, los más barriobajeros, alientan el discurso del odio y el enfrentamiento social como herramienta electoral.

Tampoco hay empacho en que los políticos adjudiquen privilegios que beneficien a colectivos afines, atentando de forma flagrante contra la igualdad de derechos y de oportunidades de todos los españoles. Privilegios que son sufragados por los contribuyentes, que no pueden hacer nada para influir en el destino de sus impuestos.

Este sistema neo-feudal intenta, por todos los medios, que nuevos partidos no puedan competir por el pastel electoral. Como consecuencia de todo esto, se van deteriorando progresivamente, legislatura tras legislatura, los indicadores de bienestar social  y las libertades de la población .

Resulta descorazonador que después de tantos años de oportunidades para el perfeccionamiento democrático desde la transición, no hayamos sido capaces de mejorar la grimosa democracia que actualmente padecemos.

Ante estos hechos, es inevitable que buena parte de los ciudadanos experimente un sentimiento de rabia y rebeldía ¿Qué puede hacer nuestra sociedad para reconducir esta democracia por el buen camino? La triste realidad es que tenemos las manos cada vez más atadas, pero siempre se puede hacer algo para expresar el descontento sin tener que llegar a la desobediencia civil que nos pondría fuera de la ley. He aquí unas cuantas ideas para la reflexión:

  1. No obsesionarse con el bipartidismo, justificándolo con el argumento recurrente de que hay que rentabilizar el voto útil. Votar bipartidismo sin ilusión, voto al mal menor, supondrá que cualquier otro partido con propuestas interesantes acabará desapareciendo antes de demostrar su potencial. Como resultado, se pierde toda esperanza de regeneración de los partidos con opción de gobernar. Dada la radicalidad de los partidos mayoritarios, incapaces de ponerse de acuerdo entre sí, un aspecto positivo del voto fragmentado es que favorece la búsqueda de consensos, dado que éste dificulta la aparición de mayorías absolutas y, consecuentemente, suaviza los cambios de rumbo cuando se produzca una alternancia en el poder. Entiéndase por consensos deseables sólo aquellos que se hacen en beneficio del país en su conjunto. Nunca para favorecer intereses locales. Aunque, desgraciadamente, de eso nunca tendremos garantía.
  2. La mentira y la corrupción son imperdonables, y mucho más si existe reincidencia reiterada. Un partido que encubra y no se rebele, de forma inmediata y contundente, ante episodios de corrupción interna, o que utilice la mentira a la población para tapar sus vergüenzas; demuestra el desprecio por ésta y solo merece una larga travesía por el desierto. Alejado, muy alejado, del poder.
  3. Apoyar las iniciativas legislativas populares que entendamos como necesarias, como germen de cambios legislativos que puedan mejorar nuestra deficiente democracia. La iniciativa legislativa popular es la única vía que tiene el pueblo para proponer leyes al parlamento. Aunque no es una vía fácil y tiene un recorrido limitado, no podemos renunciar a lo único que nos han dejado. Siempre nos servirá, al menos, para poder retratar la posición de cada partido en relación con las iniciativas presentadas. Es imprescindible que la sociedad civil, independiente del poder político, esté cada vez más presente en la vida pública, sea mediante la presentación de iniciativas legislativas o en su implicación en la atención de problemas sociales que el poder político desatiende, robando el protagonismo inmerecido que actualmente detenta la clase política.
  4. Si no hay ningún partido que nos ofrezca suficiente confianza, recuerde que votar es un derecho, pero no una obligación.  En este caso, posiblemente la postura más coherente sea la de votar en blanco. Lo que supone un SÍ a la democracia y un NO a la oferta política. Aunque no tenga efectos prácticos a corto plazo, dado que las instituciones se van a llenar igual, si se extendiese el ejemplo, se estaría enviando un mensaje claro de desaprobación del electorado hacia los partidos en liza, y un reclamo para la aparición de nuevos partidos políticos con ansias de satisfacer a un electorado desencantado. También sería un acicate para que los partidos existentes intenten atraer a ese electorado descontento mediante la mejora de sus propuestas y de sus actitudes.
  5. Valorar la evolución de los indicadores de bienestar social durante los periodos de responsabilidad de gobierno de cada partido, antes de volver a confiar en aquellos que han permitido que se degraden. Como dice el refranero: “Obras son amores y no buenas razones”.
  6. Si para nosotros España es una prioridad, habrá que pensarlo dos veces antes de votar a partidos que no tienen escrúpulos en pactar con los que se declaran abiertamente enemigos de España, que tienen a gala violentar la Constitución o justifican cualquier tipo de violencia contra el que discrepa. Es conveniente distinguir entre tolerancia y carencia de principios.
  7. Sospechar de las intenciones de aquellos partidos que buscan el enfrentamiento social en su discurso o intentan restringir las libertades de los ciudadanos.

Creo que la mejor forma que tiene el electorado de que se le tome en serio, es votar con madurez crítica en defensa de sus derechos, libertades y bienestar. Nada más lejos de mi intención que reorientar el voto de nadie. Tan solo quiero expresar mi convicción de que si por ingenuidad, desidia o sectarismo no hacemos buen uso de las pocas prerrogativas que tenemos, las cosas no mejorarán por sí solas. Por el contrario, irán inevitablemente a peor. El caos siempre aumenta en un sistema dejado a su «bola» (2º principio de la termodinámica). Quisiera recordar, por último, una cita de Thomas Jefferson: “Cuando los gobiernos temen a la población, significa que se trata de una sociedad libre. Cuando la población teme al gobierno, significa que la sociedad está bajo el yugo de la tiranía”. Es decir, cuando los instrumentos que tiene la sociedad para controlar a la clase política son insuficientes o están desatendidos, surge inevitablemente el abuso y la tiranía. No me cabe ninguna duda de que por ese mal camino, de difícil retorno, se nos intenta conducir.

Eusebio Alonso | Licenciado en ciencias físicas. Subdirector del diario online  Adelante España.

 

14 comentarios en «El exclusivo negocio de la política | Eusebio Alonso»

  1. Me satisface tener un lugar en el que puedo leer y pensar junto a otras personas sobre temas tan fundamentales. Me siento que no soy un bicho raro por pensar como pienso y sentir como siento. ¡ADELANTE, ESPAÑA!

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  2. Creo que es de las mejores reflexiones que mejor definen políticamente la situación política de la sociedad española. Enhorabuena totalmente de acuerdo con usted, Carnen Jiménez

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  3. Un análisis acertado en parte, pero ya trillado y superficial.
    ¿Por qué los políticos actúan así?
    ¿Tal vez por la naturaleza humana, no hay otras causas?
    El sistema político español no es democrático.
    Ni hay separación de poderes, ni el sistema electoral es representativo.
    Es una oligarquía de partidos, o partitocracia.
    La corrupción es una práctica propia de las oligarquías.
    El sistema es corrupto, no las personas concretas.
    Problemas de difícil solución.
    Y el responsable principal es el pueblo español.
    La gente no quiere la Verdad, ni por tanto, la Libertad.
    Si alguien quiere profundizar, le sugiero que comience por el siguiente vídeo:

    https://www.youtube.com/watch?v=cYAkqiiYBWY

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    • Estimado Vicente,
      Muchas de las cosas que citas en tu comentario ya se han dicho en el artículo al que aludes. Es cierto que muchos no quieren ver la verdad por sectarismo, ingenuidad o desidia. Ahí solo se puede dar la batalla de las ideas sin complejos. Creo que es una herramienta muy potente exhibir la degradación de los indicadores de bienestar, que son datos objetivos, para intentar que los más refractarios abran los ojos.
      La educación en pensamiento crítico es nuestra asignatura pendiente y se la desatiende de forma intencionada porque la clase política prefiere que la gente vote con las vísceras y no piense demasiado.
      Saludos

      Eusebio

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  4. Absolutamente de acuerdo con su excelente artículo.
    Absolutamente desencantado con el sistema partitocrático que la desidia del ciudadano y la amoralidad de la política nos ha impuesto.
    Absolutamente de acuerdo en que hay una pérdida total del control de la ciudadanía sobre la acción política.
    Absolutamente de acuerdo en que hay que aprovechar las escasas vías que aún quedan a nuestro alcance para paliar este gran déficits democrático de esta caricatura de democracia.
    Si disiento en un punto, pues creo que la desobediencia civil es una vía tan válida como cualquiera de las que nombra, y en ocasiones es la definitiva vía en un régimen tan corrupto como el que «disfrutamos».

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    • Estimado José Manuel,
      Agradezco sinceramente la sintonía que expresa con el contenido de mi artículo. Sin duda la desobediencia civil es una vía muy potente de protesta, pero me temo que estaría fuera de la ley dejar de pagar impuestos. Por eso yo no defenderé nunca esa vía en este medio. Ya sé que en España la ley se la saltan los políticos a la torera cuando les conviene. Sin embargo, me temo que a los ciudadanos no se lo permitirían. No pueden permitir que cunda el ejemplo. Esa fuerza que no despliegan para defender la ley en Cataluña, si la desplegarían con el ciudadano indefenso que se atreva a responder con la desobediencia civil.
      En cualquier caso, cada uno es libre de rebelarse como mejor le parezca, siempre que sea consciente de sus posibles consecuencias. Personalmente, creo que hay mucho que se puede hacer sin llegar a esos extremos.
      Un saludo,

      Eusebio

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