Ecobatallones | Javier Toledano

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El último que apague la luz. Leído hace unos días en un digital: la UE pretende que sus ejércitos (se entiende que los ejércitos de los países que la integran) reduzcan la huella de carbono en sus misiones de combate. Han nacido los “ecobatallones” europeos. El resto del mundo, particularmente Rusia, China, el integrismo islámico y el narcosocialismo bolivariano entran en pánico. Es perentorio reducir la emisión de gases de efecto invernadero a la hora de movilizar y desplazar las tropas. No han dado con la solución definitiva, pero se trata de aminorar el impacto ambiental que propician los combustibles fósiles. Transformar las divisiones acorazadas en divisiones ciclistas es una de las opciones que se barajan. “Muchachos, a golpe de pedal tomaremos aquel nido de ametralladoras”. Agenda 20-30.

Los componentes de la munición también es materia revisable. Es sabido que en la cartuchería cinegética el plomo ha sido eliminado de la ecuación, pues es un metal altamente contaminante. No debe utilizarse en humedales, pues las aves de los acuíferos confunden las dispersas bolitas de plomo con piedrecitas que se echan al buche para facilitar la digestión. Error que las infelices pagan con la vida. Al tiempo que al filtrar partículas tóxicas al agua, el plomo puede suponer un riesgo para la salud de las personas. Y, a mayor abundamiento, es un material prácticamente infungible en la naturaleza y ahí permanecerá para los restos propagando su pernicioso legado. Se impone, pues, dar con un tipo de munición más respetuosa con el entorno, que al ser disparada no lo siembre todo de casquillos y que, con el paso del tiempo, pero en el menor posible, se funda y confunda con otras materias minerales, vegetales u orgánicas. Vainas y balas biodegradables. Entendámonos, que perforar, perforen, que despanzurren al enemigo a plena satisfacción, que le abran un bonito boquete en el estómago y le descuajeringuen las tripas… pero que no contaminen, coño. A fin de cuentas, los enemigos abatidos en el campo de batalla, sí lo son (biodegradables) y suponen una fuente nutritiva nada desdeñable para muchas especies de insectos y de animalillos de paladar poco exigente.

Cierto que cualquier campo o terreno, no ha de ser apto para la batalla, según la estación del año y ello en función, además, de las rutas que siguen las aves migratorias, por lo que habrían de restringirse las misiones de vuelo de los cazas de combate y de los aviones y drones de reconocimiento. Es de todo punto innecesario programar una misión aérea justo cuando el zampullín piquiverde o la cerceta alicorta surcan los cielos. ¿Es que no hay más días en el calendario? Cabe no olvidar los rituales de cortejo y apareamiento de otras especies animales, sea la famosa berrea autumnal de los cérvidos de aparatosa cornamenta. Todo ello habría de animar a los organismos internacionales a excluir de los futuros escenarios de guerra los parques nacionales que cobijan multitud de especies zoológicas, muchas de ellas en serio peligro de extinción (desmán de los Pirineos, linces ibérico y boreal, tigre de Bengala, rinoceronte de Java, urogallo, etc.), o las comarcas de gran densidad forestal, por el riesgo elevado de incendios voraces y descontrolados en caso de un intenso intercambio de fuego artillero. ¿A quién, en su sano juicio, se le puede ocurrir desencadenar una operación militar, siquiera una más limitada de comandos, en un territorio donde mora el simpático osito panda, el gorila de espalda plateada o las bulliciosas ardillitas de colita anillada?

Siempre quedará en nuestra memoria aquella demencial secuencia de Apocalypse Now cuando Robert Duvall pide ayuda aérea para arrasar una posición norvietnamita, “nada huele como el napalm por las mañanas, huele a… victoria”, y al punto un par de bombarderos reducen a cenizas una frondosa arboleda.

A mí me da que, con todas estas bonancibles instrucciones, la UE ha descubierto, sin saberlo, “la guerra de Gila”, el humorista que ya falleció hace unos años y al que recordamos, con casco y guerrera, agarrando un teléfono. “¿Oiga? ¿Es el enemigo?”. Su ejército de pacotilla no disponía de carros de combate Leopard, pero montaban a enanos (“personas bajitas” que dicen ahora por no herir sentimientos) en un SEAT 600 descapotable. “No disparan obuses, pero dicen unas palabrotas muy feas que desmoralizan al enemigo…”. Armas de desmoralización masiva, pero menos destructivas que “un pico de Rubiales”, que es el misil balístico de estupidización social más abracadabrante que hemos visto en los últimos años.

Tras la guerra declarada a la huella de carbono, habrá de materializarse, es cuestión de tiempo, el vector “trans” en la milicia. Una cosa lleva a la otra. Compactos batallones de gays y transexuales, bajo sus pendones arcoirisados, comparecerán en el campo del honor con sus pinturas rituales, que no de camuflaje, es decir, extensiones de pestañas, postizos ungulares de porcelana, coturnos de drag-queen, plumas, lentejuelas, etc. Sólo que posiblemente la justa no se dirimirá a cañonazos, si no a coreografías chic y a felaciones. Y la victoria sonreirá al bando que antes “desarme” al rival. Se ha dicho siempre que las falanges macedonias eran prácticamente invencibles porque la vanguardia la formaban parejas de amantes homosexuales, de modo que se empleaban en la pelea con ardor inusitado para proteger la vida de sus medias naranjas.

Recupero a aquellos talibanes o “califales” (Estado Islámico) de unos días atrás (“Trans-aborto: Sí, voy a ser mamá”) que se frotan las manos y babean de lo lindo al certificar la mastodóntica y autodestructiva imbecilidad de Occidente. Esta vez son nuestros risibles “ecobatallones” la causa de su licuefacto placer. Dicen para sus adentros: “A estos idiotas nos los vamos a merendar a bombazos. Están pidiendo a gritos una buena ensalada de hostias”. Y dan gracias a Alá con los ojos anegados de lágrimas, pero de alegría.

Prietas las filas, pero desde una perspectiva de género inclusiva y medioambientalmente sostenible: “Mayday, mayday, hemos abatido un nido de cigüeñas y yo con estos pelos”.

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