Doctrina Peleteiro | Javier Toledano

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Ana Peleteiro

 Ana Peleteiro es una atleta de primer nivel, campeonísima del salto de longitud. Y recientemente ha sido madre: enhorabuena. Por todo ello merece nuestra gratitud y reconocimiento. También es una mujer bellísima, si me permiten este inocuo desliz micromachista y heteropatriarcal. Ha paseado orgullosamente la bandera nacional por el ancho mundo. Confieso que siento debilidad por los deportistas de ascendencia extranjera nacidos en España (es su caso) o en otras coordenadas geográficas y que compiten la mar de motivados por representar a su país (de nacimiento o “adopción”) y nos brindan su esfuerzo y, miel sobre hojuelas, sus triunfos cuando llegan.

Contrapongo a estos deportistas a los españoles de cuna que se les da una higa competir por España, que lo hacen con fastidio y que incluso nos abochornan con declaraciones ofensivas una vez que se retiran y cuando ya han cobrado la prima estipulada por su participación en la disciplina de turno. Sea el caso de Xavi Hernández, capitán que fue de la selección nacional de fútbol, hoy entrenador del Barça (“el club de los valores”), que confesó en un programa de TV3 que si en los actos de celebración de la conquista de la Eurocopa de Naciones (2008) gritó en el escenario “¡Viva España!” fue porque iba borracho y no sabía lo que decía.

Más ampliamente me refiero a esos cientos de miles de españoles que habiendo de dar gracias al cielo por nacer en un país como España, mejor que en Somalia a decir verdad, se limpian el trasero con los símbolos nacionales, con nuestra rica tradición histórico-artística y su abundante patrimonio cultural. Que les resbala sentirse legatarios de joyas sublimes como el romancero, los cantares de gesta, epopeyas transoceánicas, la literatura del Siglo de Oro, la pintura de El Greco, Velázquez y Goya, o de nuestra exuberante imaginería barroca… sin omitir esos episodios menos lustrosos que ensombrecen, va de suyo, la ejecutoria de las grandes y antiguas naciones.

Libres son de no sentirse españoles o de odiar a España incluso, suspirando por su fragmentación. Pero, curiosamente, jamás renuncian los tales a beneficiarse de las ventajas y derechos que de esa nacionalidad obtienen. Claro que también libres somos los demás de preferir antes que a esos connacionales desagradecidos, a los españoles con ganas de serlo llegados allende nuestras fronteras. Para mí tengo, y habrían de habilitarse permutas de nacionalidades mediante mecanismos legales, que un cubano, rumano o sudanés, por regulares que sean, son de lejos preferibles a españoles renegados. Más aún, creo que un nacido español huevón y quejica que tiene garantizados unos estándares de vida aseados sólo por venir al mundo, no aportará a la comunidad ni la tercera parte del esfuerzo de un extranjero, sea cual fuere su procedencia, que las ha pasado canutas en su país de origen y se ha jugado el pellejo en un tránsito no exento de dificultades, pero que consigo trae ganas de establecerse entre nosotros y de labrarse una vida digna y un porvenir. Prefiero, con diferencia a su favor, a estos últimos.

No me olvido de Ana Peleteiro, mujer que no tiene pelos en la lengua a la hora de hablar de algunos asuntos de la actualidad política, sobre todo para atizar a Vox, que es su bestia negra… pero a la que nunca se le oyó criticar, que sepamos, la participación en la gestión gubernamental, gracias a Pedro Sánchez, del brazo político de ETA o de los promotores del golpismo separatista en Cataluña, o esa gansada absurda e insoportable de la inmersión obligatoria en lenguas co-oficiales que levanta barreras entre españoles y lastra y desluce, en no pocas regiones, la instrucción académica de nuestros escolares.

Días atrás, Ana Peleteiro hizo unas declaraciones contrarias a la participación de mujeres “trans”, es decir, hombres “transicionados” a mujeres, así lo llaman, en deportes profesionales. Aquellos, entiendo, que pasaron la pubertad masculina y eso los hace físicamente más aptos para competir que las mujeres nacidas tales. La atleta no se opone, en cambio, a que participen en esos mismos deportes, pero en su versión “amateur”. Arrea. Las redes han ardido contra ella y se le echaron encima todos los voceros del universo “trans”. Universo que Peleteiro defiende, pues es de esas personas que se intitulan de “altas miras” e ideas “avanzadas”.

También yo le daré un venial tirón de orejas, claro que con muy distinta motivación. Y es que, Ana querida, no puede haber excepciones que restrinjan los derechos concedidos por ley. Quiere decirse, si un señor de metro noventa de estatura y de ciento veinte kilos de peso, forzudo, peludo como un oso y barbado como un integrista islámico, acude al registro y cambia de sexo nominalmente es ya una mujer a efectos legales… según la delirante normativa aprobada por este gobierno inicuo (ley que contará con el beneplácito del Constitucional presidido con mano de hierro por Conde-Pumpido, el mismo que manchaba la toga “con el polvo del camino”). Y como tal nada ni nadie habrían de impedirle optar a una plaza de ballet clásico, ataviado con tutú y zapatillas, participar en un desfile de haute-couture junto a Gisele Bündchen, jugar en la selección femenina de balonmano o hacer sus necesidades en un excusado público destinado a las damas, aunque conserve intacto su pitilín. Que no es admisible que siendo una mujer con todas las de la ley, por burda y absurda que sea ésta, lo sea (mujer) para unas cosas y para otras no. Que no vale ahora, tras haber jaleado la aprobación de semejante birria legal, fingir que es una ley simbólica, sin repercusión en la vida diaria, una ley que no hay que tomarse del todo en serio y que por ello es susceptible de no ser observada en su ámbito de aplicación, como si habláramos de la Ley de Banderas permanentemente incumplida, sin sanción, por la inmensa mayoría de los consistorios catalanes. Esas cortapisas al despliegue de la ley, “que no participen en deportes profesionales”, sería poco menos que proclamar la igualdad legal entre hombres y mujeres para, a renglón seguido, sostener que las segundas no habrían de tener derecho al voto.

Sí, la ley a la que se refiere Ana Peleteiro parece una broma de mal gusto, y lo es, pero no vale acotarla a posteriori porque determinados aspectos no sean de nuestro agrado. No, al contrario, se impone la perentoria necesidad de asistir a sus incongruencias, a episodios chuscos y risibles incluso, un hombretón grande como un armario compitiendo en patinaje artístico junto a estilizadas señoritas, para poner de manifiesto la sinrazón de tan evidente y ridícula impostura. Si es mujer, reconocida por ley, ha de competir con mujeres y punto pelota. Si no hemos echado cuentas de la biología a la hora de redactar la ley de marras, tampoco hemos de hacerlo a la hora de lanzar la jabalina o daríamos nuestro pláceme a la existencia de mujeres de “segunda clase”: submujeres sin plenitud de derechos. Querida Ana, sólo se trata de saltar un poco más para aterrizar en el arenal de la cordura. Lo que hay que hacer con esa ley, sencillamente, es derogarla. Pero, mientras tanto, a competir todas juntitas, incluida Julita, nacida Manolón, en cómplice y armoniosa sororidad.

Javier Toledano | Escritor

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