No existe un deseo genuino de debate público. No buscan persuadir a la sociedad. En cambio, identifican «agentes de cambio» que transmiten la ideología directamente a las instituciones, eludiendo a los padres, al parlamento y a la opinión pública.
La educación se ha convertido en uno de los principales campos de batalla ideológicos en el mundo occidental, y en particular en la Unión Europea. Si bien los tratados de la UE reconocen la educación como competencia nacional, en los últimos años Bruselas ha desarrollado una arquitectura cada vez más sofisticada de programas, vías de financiación y colaboraciones con ONG destinadas a influir directamente en lo que sucede en las aulas, especialmente en áreas relacionadas con la identidad, el género y la sexualidad.
Es en este contexto que debe entenderse el informe «Adoctrinando a los niños: Cómo Bruselas integra la identidad de género en el aula» , publicado por MCC Bruselas y escrito por la socióloga Ashley Frawley.
El periodista Javier Villamor entrevista para European Conservative a la investigadora Ashley Frawley. Por su interés reproducimos dicha entrevista.
¿Por qué cree que es tan importante en estos momentos comprender la obsesión de las instituciones europeas por la educación y la llamada reeducación de los niños?
Porque la Unión Europea está cada vez más convencida de que sus políticas no funcionan, y de que el problema no son esas políticas, sino el comportamiento de la gente común. Se ha arraigado la idea de que Europa sería un lugar maravilloso si pudiera simplemente «arreglar» a los europeos, si pudiera crear al ciudadano perfecto con los valores correctos. Desde esa perspectiva, los niños se convierten en un objetivo prioritario.
Un ejemplo claro se encuentra en la política económica. En lugar de invertir en infraestructura o en un crecimiento genuino, muchos países han basado su modelo en empleos precarios, mal pagados y con horarios antisociales, a menudo ocupados por inmigrantes o mujeres. Cuando muchas mujeres —especialmente en el sur y el este de Europa— prefieren cuidar a sus hijos antes que aceptar ese trabajo, Bruselas no se pregunta si el problema reside en la calidad del empleo. Concluye que el problema reside en los roles de género, el patriarcado y las familias. Y decide intervenir lo antes posible, desde la educación infantil, para corregir esas preferencias.
En su informe, usted habla de «intervención ideológica sistemática». ¿Cómo funciona esto en la práctica, desde la Comisión Europea hasta las aulas?
La Comisión sabe que no tiene competencia directa en educación y lamentó profundamente este hecho. Por ello, ha desarrollado una enorme creatividad al trabajar en torno al principio de subsidiariedad. Utiliza herramientas indirectas: la movilidad, el reconocimiento de cualificaciones, la digitalización y la formación del profesorado.
A través de programas europeos, se financia a ONG y universidades para diseñar materiales educativos, proyectos piloto y cursos de formación docente. Estos mismos actores evalúan sus propios proyectos y los presentan como «mejores prácticas europeas». Finalmente, se ejerce presión política y simbólica sobre los Estados miembros para que los adopten.
En países como Hungría, donde existen restricciones explícitas a la enseñanza de contenido LGBTIQ a menores, la Comisión incluso llega a financiar proyectos paralelos: sesiones de formación a distancia, talleres clandestinos para docentes y plataformas digitales. Esta es una forma deliberada de eludir la legislación nacional.
Seguiste el rastro del dinero. ¿Qué te sorprendió más?
La pésima calidad de muchos de estos proyectos en comparación con las enormes sumas invertidas. Plataformas digitales abandonadas, materiales que desaparecen al finalizar la financiación, videojuegos educativos que no resultan atractivos ni pedagógicos, ni siquiera para su supuesto público objetivo.
Esto revela algo importante: no existe un deseo genuino de debate público. No buscan persuadir a la sociedad. En cambio, prefieren identificar «agentes de cambio»: activistas, formadores, jóvenes docentes, quienes luego transmiten la ideología directamente a las instituciones, eludiendo a los padres, el parlamento y la opinión pública.
¿Son conscientes los Estados miembros de cómo se utilizan realmente estos fondos?
Creo que muchos no son plenamente conscientes, aunque para quienes hemos estudiado el complejo ONG-política durante algún tiempo, no es sorprendente. Vivimos en lo que yo llamo una democracia de grupos de interés. Las élites políticas prefieren tratar con organizaciones activistas altamente ideológicas que con el público en general.
Estas ONG no se consideran representantes de la sociedad, sino sus educadores morales. El mensaje siempre es el mismo: ustedes son el problema; son retrógrados, patriarcales, tradicionales; necesitan una reforma. Cuando esto sale a la luz, la gente se siente insultada, y con razón.
Tras la reducción de la financiación estadounidense para programas como USAID, la Comisión ha anunciado que intensificará sus esfuerzos para mantener esta estructura en Europa. ¿Deberíamos preocuparnos?
La Comisión no conoce otra forma de gobernar. Cuando algo falla, no replantea el modelo, sino que intensifica la intervención. Si sus políticas no funcionan, la conclusión nunca es «quizás nos equivocamos», sino «no hemos cambiado lo suficiente a la gente».
Por eso no espero un cambio a corto plazo. Este enfoque —la idea de que los problemas sociales se explican por el comportamiento individual y que el Estado debe corregirlo— ha estado profundamente arraigado en la clase política durante décadas.
En el informe, se presenta a los docentes como “paladines del cambio”. ¿Hasta qué punto son responsables?
No creo que sea justo culpar a los docentes. Muchos que se opusieron a estas tendencias fueron expulsados de sus puestos durante la última década. Hoy, en un contexto de precariedad y competencia feroz, quien quiera conservar su trabajo debe callar o fingir adhesión.
Ha surgido un sistema de certificaciones, cursos y credenciales ideológicas que funciona como filtros profesionales. Para sobrevivir, muchos docentes simplemente mantienen un perfil bajo. Es una situación profundamente injusta.
Finalmente, ¿cómo ve el futuro? ¿Es posible revertir esta tendencia?
No creo en una época dorada perdida a la que podamos regresar. Pero sí creo que debemos recuperar un ideal que nunca se realizó plenamente: la idea de que todos los seres humanos comparten una capacidad básica de razonamiento y, por lo tanto, tienen derecho a participar en el autogobierno democrático.
Gran parte de esta agenda, aunque se presenta como progresista, es profundamente regresiva. Nos devuelve a una visión infantilizadora de la ciudadanía, donde el Estado actúa como madre y padre, y los ciudadanos como hijos incapaces. La alternativa no es menos ambición, sino más: una visión de progreso humano compartido —material y moral— en la que la educación forme ciudadanos libres, no sujetos maleables.




