Cuando las noticias se analizan de forma aislada, generalmente no se ve nada, no se ve. La imagen verdadera está oculta. Son como las piezas de un puzle, aparentemente sin sentido. Pero cuando se conectan, surge una imagen clara
Durante años, los grandes medios han repetido que el fin del planeta llegaría por el cambio climático. Han fabricado un relato apocalíptico para imponer políticas, restringir libertades y someter economías. Pero ahora, las piezas encajan: el nuevo dios mundial no es el cambio climático, es la Inteligencia Artificial.. Todas las piezas nos conduce hacia la Inteligencia Artificial, el nuevo eje del poder global. Lo que antes era una cruzada ecológica, hoy se transforma en una carrera tecnológica que exige gigantescos recursos energéticos, control absoluto y dependencia digital. Y si no, veamos algunos ejemplos:
Bill Gates, el impulsor de la Agenda 2030, lo ha reconocido. En sus últimas declaraciones ha dicho que “el cambio climático no es para tanto”. Un giro inesperado en quien durante años agitó el miedo climático. Ahora afirma que hay que centrar esfuerzos en “la lucha contra la pobreza y las enfermedades” como respuesta ante un mundo más cálido. No es un cambio casual. Es una señal de que el discurso climático se adapta a un nuevo propósito: justificar el dominio de la Inteligencia Artificial.
La Inteligencia Artificial necesita energía y poder
Por otra parte, el CEO de Microsoft, Satya Nadella, ha reconocido que su compañía no tiene suficiente electricidad para alimentar todas sus GPU de IA. Su declaración fue contundente: “El mayor problema que tenemos ahora no es un exceso de capacidad de cómputo, sino la energía.”
Este reconocimiento desnuda la realidad. La Inteligencia Artificial necesita más energía que cualquier otro avance tecnológico de la historia. Cada centro de datos devora electricidad a niveles colosales. Y esos centros crecen por miles.
¿De dónde saldrá esa energía? De nuevas centrales nucleares, financiadas con dinero público, especialmente en Estados Unidos, Francia y China. La Administración Trump ya ha anunciado préstamos de “cientos de miles de millones” para construir nuevas plantas nucleares. Los gobiernos, antes rehenes del ecologismo radical, ahora apuestan abiertamente por el átomo.
El motivo no es proteger el planeta, sino alimentar la máquina global de la Inteligencia Artificial. Este cambio estratégico demuestra que el discurso climático se ha vuelto maleable. Cuando el negocio tecnológico exige más electricidad, el dogma verde se ajusta sin pudor.
El cambio climático se pliega al nuevo dios: la IA
El supuesto consenso científico sobre el clima ha perdido fuerza. Ahora, los mismos que prohibían combustibles fósiles promueven reactores nucleares. Eso sí, para no ser tratados de incoherentes, señalan que es para el bien del planeta. El ecologismo se somete al nuevo dios tecnológico.
Varios países ya lo han dejado claro. Estados Unidos, Francia, China y Suecia multiplican sus inversiones nucleares. La meta global es triplicar la capacidad nuclear mundial antes de 2050, según organismos internacionales.
Este giro revela la auténtica prioridad del poder global: garantizar energía para los centros de datos que harán funcionar la Inteligencia Artificial. Miles de millones de dólares ya se han destinado a construir y alimentar estos templos digitales.
Mientras tanto, los ciudadanos continúan pagando impuestos verdes, soportando restricciones y recibiendo discursos moralistas sobre el CO₂. Pero detrás de ese relato se esconde un nuevo totalitarismo digital, donde la Inteligencia Artificial se convertirá en juez, censora y oráculo del pensamiento único.
La nueva religión del siglo XXI
El globalismo siempre necesita un dogma para justificar su dominio. Ayer fue el cambio climático. Hoy es la Inteligencia Artificial. Quien controle la IA controlará la información, la economía, la comunicación y, finalmente, la mente humana.
El cambio climático sirvió para centralizar el poder político. La IA servirá para centralizar el poder tecnológico y el control socia. Ambas narrativas se alimentan de miedo, dependencia y obediencia. En el fondo, no buscan proteger la naturaleza ni mejorar la vida humana, sino someter al individuo al control del sistema.
Las grandes corporaciones tecnológicas actúan como clérigos del nuevo credo. Predican la “inteligencia” mientras promueven una sociedad sin alma. Nos prometen progreso, pero exigen entrega total de datos, privacidad y libertad.
Cuando se escucha a Bill Gates o Satya Nadella, uno comprende que el objetivo ya no es salvar el planeta, sino salvar su propio modelo de control global. La Inteligencia Artificial será el instrumento perfecto para vigilar, clasificar y dirigir a la población bajo una aparente eficiencia tecnológica.
La energía del poder: el átomo al servicio del control
El regreso de la energía nuclear no busca independencia energética, sino alimentar los cerebros electrónicos que gobiernan el mundo digital. Cada planta nuclear nueva será una ofrenda al altar de la Inteligencia Artificial.
Trump, Macron, Xi Jinping o incluso los tecnócratas globalistas de Bruselas, todos coinciden en una misma dirección: financiar el sistema que mantendrá viva la red de datos, algoritmos y máquinas que sustituyen el juicio humano por decisiones automatizadas.
Se nos dice que la IA mejorará la vida. Pero detrás se esconde un proyecto global de ingeniería social. Un sistema que decide qué es verdad, qué puedes decir, qué puedes creer y hasta qué puedes pensar.
El nuevo dogma global exige resistencia
El verdadero dogma del siglo XXI no es el cambio climático, sino la Inteligencia Artificial. Su expansión marca el inicio de una nueva era de control digital. La energía, el dinero y la política se subordinan a su desarrollo.
El cambio climático ya cumplió su función: preparar el terreno para un poder global centralizado. Ahora, ese poder se reconfigura bajo la máscara de la tecnología. Y el ciudadano vuelve a quedar atrapado entre la obediencia y la dependencia.
No se trata de negar el progreso, sino de recuperar la soberanía tecnológica y moral. La IA no debe sustituir la inteligencia humana ni someter la voluntad individual.
Frente a este nuevo dogma, la respuesta no está en los algoritmos, sino en la verdad, la fe y la libertad del espíritu. La Inteligencia Artificial no salvará al hombre. Solo lo hará su capacidad de resistir el engaño del poder que se disfraza de ciencia.




