Hoy, 28 de diciembre, recordamos uno de los episodios más oscuros de la historia: el asesinato de los niños inocentes ordenado por el rey Herodes con el objetivo de eliminar al recién nacido Jesús. Este acto brutal, que conmovió al mundo desde los primeros días del cristianismo, es una lección de crueldad que no puede ni debe ser olvidada. Sin embargo, en pleno siglo XXI, seguimos siendo testigos de otra matanza silenciosa que clama al cielo.
En España, más de 100.000 niños no llegan a nacer cada año debido a una legislación que permite y fomenta el aborto. ¿Qué clase de sociedad hemos construido cuando la vida de los más pequeños, de los más vulnerables, es descartada sin miramientos? Hoy, como hace más de 2.000 años, los inocentes siguen siendo las principales víctimas de un sistema que los despoja de su derecho más básico: el derecho a vivir.
Los niños tienen derecho a la vida desde el momento de su concepción. Este principio, que debería ser incuestionable en cualquier sociedad que se considere justa y humana, ha sido erradicado, relegado a un segundo plano en favor de una falsa idea de progreso y libertad. Pero, ¿qué libertad es esta que se construye sobre la negación de la existencia de otro ser humano?
El aborto no es un derecho, es una tragedia, un drama y un asesinato. Cada uno de esos 100.000 niños que no ven la luz cada año en nuestro país es una vida perdida, una historia que nunca podrá escribirse, un futuro que ha sido arrebatado. No hablamos de cifras abstractas, hablamos de personas, de hijos, de hermanos, de ciudadanos que nunca tendrán la oportunidad de aportar a nuestra sociedad.
¿Cómo es posible que una legislación que permite semejante masacre sea considerada justa? No lo es. Ninguna norma que avale la eliminación de la vida puede considerarse legítima, por mucho consenso social o político que tenga detrás. Las leyes deben estar al servicio de la verdad, la justicia y las personas, no de los intereses ideológicos o económicos de unos pocos.
En lugar de proteger a las mujeres y ofrecerles alternativas reales, se les empuja a tomar decisiones que dejan heridas profundas. El aborto no es la solución, sino el fracaso de una sociedad que no sabe acompañar ni apoyar a quienes enfrentan embarazos inesperados o difíciles.
Hoy, en este día de los Santos Inocentes, recordamos que la vida es un don sagrado que debe ser protegido en todas sus etapas. La lucha contra el aborto no es una cuestión religiosa ni ideológica; es una batalla por los derechos humanos más básicos.
No podemos seguir siendo cómplices de esta tragedia. Es hora de exigir políticas que protejan la vida, que apoyen a las madres y que ofrezcan un futuro esperanzador para todos. Los niños, los nuevos inocentes de nuestra era, claman justicia desde el silencio. ¿Responderemos a su llamado o seguiremos mirando hacia otro lado?
Terminar con esta masacre es un imperativo moral y social. No hay excusa válida para justificar lo injustificable. Si queremos construir un futuro más humano, debemos empezar por proteger a quienes no tienen voz. Hoy, 28 de diciembre, recordemos que la vida siempre merece ser defendida, sin excepciones ni concesiones.
Juan Casas| Escritor
Comparte en Redes Sociales |
Evita la censura de Internet suscribiéndose directamente a nuestro canal de Telegram, Newsletter |
Síguenos en Telegram: https://t.me/AdelanteEP |
Twitter (X) : https://twitter.com/adelante_esp |
Web: https://adelanteespana.com/ |
Facebook: https://www.facebook.com/AdelanteEspana/ |