El tiempo y el itinerario pedagógico de los monitores de unas colonias escolares celebradas en el pueblo alavés de Bernedo, me han dado la razón. Una de las piedras angulares de la progresía woke que ha copado completamente el ámbito educativo con la complicidad de las diferentes instancias gubernativas (local, regional, nacional y continental), cualquiera que sea su decantación ideológica, es erosionar, cómo decirlo, la sexualidad “tradicional”. Es decir, la muy mayoritaria atracción o pulsión hombre/ mujer (pues, no en vano, la naturaleza dispuso el dimorfismo sexual en nuestra especie). ¿Y cómo pretenden erosionarla? Mediante el adoctrinamiento y la experimentación etológica, preferiblemente destinada a los menores en edad escolar.
Recuerdo perfectamente el berrinche que llevó una persona muy cercana a mí, con formación y desempeño en el mundo de la docencia, cuando me reprochó airadamente que había oído decir a un portavoz de la derecha no acomplejada que el universo LGTBI “pretendía homosexualizar a los niños”, y en adelante, a la sociedad en su conjunto a través de sus propagandistas y de sus terminales asociativas. Y que ponía sus planes en solfa en las escuelas, cuando no en las mismísimas guarderías de la mano de quienes urden los planes de estudio vigentes. Quiero decir, que visto el paño, los planes de estudio ya no se diseñan, se “urden”. A eso me refería. Y yo, va de suyo, le di la razón, no a esa persona cercana, cabreada como una mona, si no al dirigente derechista. “Eso es un bulo, una exageración”, añadió escandalizada.
Sucede que, si atendemos a los responsables de esas colonias escolares, la expresión “homosexualizar” es un eufemismo áulico, versallesco, apropiado para una soirée diplomática. Un fulano lo dijo sin pelos en la lengua, a calzón quitado (¡Oh, cielos!) en un “tuit” que han reproducido algunos medios digitales. “Vamos a “mariconizar” a vuestros hijos”. Tal cual. Dicho a la pata la llana y, me temo, sin vaselina. Aunque la voz “mariconizar” es muy enfática y contiene una potente carga sodomítica, también valdría en este contexto un sinónimo acaso menos contundente: “amariconar”. Para su homologación gramatical, la conjugación de ambos verbos no ofrece la menor dificultad. Presente de indicativo: Yo mariconizo, tú mariconizas, él mariconiza y así hasta ellos (ellas y elles) mariconizan, o “amariconan”, si optamos por la versión menos “invasiva”.
Promueve las colonias la asociación “trans” autodenominada Sarrera Euskal Udaleku Elkartea, de inspiración woke, ultraizquierdista y abertzale: no le falta de nada. Las actividades se desarrollan exclusivamente en vascuence. Y las hay variopintas: duchas mixtas para niños y niñas, los monitores deambulan en pelota viva, izado de la bandera bicrucífera de Sabino Arana y, cómo no, de Palestina, perejil de todas las salsas, o celebración de “aquelarres” de gran valor formativo a base de botellones y marihuana, esto último según un informe de la Ertzaintza. Algunas de esas actividades incurren en una sorprendente modalidad al gusto bondage, como es la obligación de los peques de besar los pies a los monitores para disfrutar de la merienda. Cabe suponer que no es la misma experiencia fetichista besar el pie delicado y sublime de una gheisa, o de Cenicienta, que los pinreles del 54 (como los de Agamenón, el de los tebeos) de un auténtico bellaco, de un monitor proetarra al copo de duricias, callos y ojos de pollo, y con unas uñacas como mejillones precisadas de una exhaustiva sesión de pedicura.
Los talleres escolares de pototos y pichulinas de arcilla, y de cuentacuentos tradicionales versionados en clave lésbica o multicultural, ya son cosa del día a día, algo casi normalizado. Pero la desacomplejada barrabasada de esta pandilla de perturbados tiene la virtud de la transparencia, de no andarse por las ramas. Se han quitado la careta y proclaman a la brava, sin tapujos, su hoja de ruta. Nada de eufemismos amables del tipo “educar a los alumnos en los valores de la inclusividad”, “combatir la masculinidad tóxica”, y otras zarandajas por el estilo. Van a por todas: mariconizar a vuestros hijos, sin trampa, ni cartón. Y un sudor frío te recorre el espinazo si piensas que son capaces de dar marchamo a su divisa pasando de las musas al teatro en la soledad de las duchas o de los barracones del campamento.
Según noticia reciente, diecisiete padres horrorizados han presentado denuncia. Pero todo haz tiene su envés y más de ciento respaldan a esa piara de pederastas disfrazados de monitores. Siempre habrá gentuza dispuesta a entregar a sus propios hijos al peor de los monstruos. Es el fanatismo sectario de los “txapeldunes”, que es neologismo vascuence de nuevo cuño que equivale a “catalanista de barretina calada hasta las cejas al que le da un soponcio si en una cafetería le atienden en español”.
Esos energúmenos, que nadie se confunda, no son unos degenerados marginales que van dando tumbos por las esquinas sin que nadie con dos dedos de frente les haga caso. Nada de eso, han sido agraciados con ayudas públicas procedentes de diferentes administraciones, lo mismo municipales en Vascongadas y Navarra, que regionales, con el gobierno de María Chivite en vanguardia como la instancia más generosa. O sea, están plenamente integrados en el sistema, no son unos outsiders. Aún no hay datos concretos sobre la cantidad aportada por las arcas forales, pero no descarten que estemos hablando de una hornada de muchas docenas de “chistorras”, por hacer uso de la nueva unidad monetaria de curso ilegal.
Javier Toledano | escritor




