Entre el ruido manicomial consonante a estos tiempos aperreados regidos por un desbarajuste de principios y valores como no se recuerda, fue noticia, pero de no mucho relieve, el anuncio de un enlace nupcial. ¡¡¡Una boda!!! El asunto quedó como trasconejado entre flotillas libertadoras, pantagruélicas chistorradas, saunas y prostíbulos de la familia política del presidente donde prestaban servicios menores de origen magrebí, cátedras universitarias a medida de su indocumentada consorte, comisiones lucrativas lo mismo gracias a mascarillas defectuosas en pandemia que a licitaciones amañadas de obra pública, filtraciones interesadas a la prensa por la Fiscalía General, pactos secretos con el brazo político de ETA y promesas renovadas a los golpistas del separatismo catalán. No es fácil asomar cabeza en los noticieros con tan desatada competencia. Y eso que he abreviado el listado de tropelías de la hora política, más extenso que el de los reyes godos.
No hablo de la crónica rosa. PAM, nuestra PAM se casa. No es una de las famosillas del papel couché. Desgraciadamente fue famosilla, sí, pero de la crónica política, indicio del grado de severa postración al que ha llegado España. Ángela Rodríguez, alias “PAM”, fue Secretaria de Estado del ministerio de Igualdad bajo el mandato de Irene Montero, esa gran estadista (de la línea de cajas del supermercado al coche oficial) que nos atizó Pablo Iglesias. Cabe recordar que el interfecto fue, para vergüenza colectiva de una nación centenaria, Vicepresidente del gobierno. Cosas veredes.
La ejecutoria de PAM no será recordada por los libros de Historia, a pesar de la magnitud de la tragedia que supuso para la ciudadanía su presencia en el organigrama gubernativo. Y no pasará a causa de ese perfil chusco, vulgar, chabacano, con aires de verdulería suburbial y de vergonzante pedorreta que informan la naturaleza de sus presupuestos morales y de sus modos y maneras personales. Pero eso no quiere decir que la doña no haya encarnado, y muy fielmente, un momento sociológico sombrío y asfíctico: el del “Hermana Rocío, yo sí te creo”, el de “El violador eres tú”, el del ascenso a los altares lesbofeministas de personajes burdos y desquiciados como Juana Rivas o Marta Sevilla, el de la “Boti” y su “marida” Beatriz Gimeno, en definitiva, el del odio feroz a los hombres blancos heterosexuales predestinados desde la cuna al maltrato y al asesinato de mujeres indefensas. Toda esa quincalla ideológica que, al decir de los más optimistas, remite últimamente. No sé yo. La inanidad del personaje es tal que, pasados unos años, por vergüenza y aseo, ni los suyos la recordarán y nadie admitirá haberla tratado.
Pero, hete aquí, que la doña quiere ser madre. Así lo ha dicho. Confío en que, si de un modo u otro es inseminada y finalmente concibe una criatura, no le administre, si nace varón, el tratamiento emasculador que recomendó en clase, hace unos años, aquella profesora de primaria afiliada al PSOE: “A los niños al nacer, hay que cortarles los huevitos”. Bienvenida sea la criatura habida cuenta del bajo índice de natalidad y de la falla demográfica que dificulta el relevo generacional y amenaza las cotizaciones pensionadas. Las cigüeñas que traen criaturas a España ya no surcan los cielos, si no los mares en cayuco.
PAM está la mar de ilusionada con la experiencia única de la maternidad y por esa razón contrae nupcias. La feliz novia rompe moldes: los progres ya se quieren al fin si lo dice un papel. Queda claro que no es partidaria de pasarlas canutas ella sola en la crianza del niño y que con ella no va aquello que se decía antaño de “nadie sabe lo que sufrimos las madres solteras”. En esta aventura que ahora inicia requiere cerca de sí a la persona amada. Entre dos todo es más llevadero. Sólo que su cónyuge no será el donante de esperma que la deje en estado de buena esperanza. Allá películas: la ciencia avanza que es un contento y ya no es necesaria la participación directa de un hombre en la fecundación. Hay métodos. Ella se casa con su churri para ser madre, sólo que no lo será en virtud del uso del matrimonio, pues la biología opone ciertos condicionantes. La gran fantasía feminista, su más promisoria utopía, pasa por disponer de grandes y bien surtidos almacenes de material genético para abastecer a futuras madres y que harán del hombre una combinación celular prescindible. Ea, pues, que sean felices y coman perdices… cabe suponer que la parejita contraerá nupcias por lo civil. Bien las podría casar el concejal “okupa” de Talavera de la Reina o aquel otro de En Marea, Martiño Rivas, en busca y captura por violar niñas, para que todo quede en familia. Y si alguien tiene algo que decir en contra de la celebración de esta boda, que hable ahora o calle para siempre.
Javier Toledano | escritor




