¿Violar es de izquierdas? (La manada podemita) | Javier Toledano

La respuesta es “no, pero”. Violaciones las ha habido desde que el mundo es mundo y las habrá, como otros crímenes atroces, aun mejorando (si eso es posible, pues la tendencia dominante es la contraria) la calidad civilizatoria de la especie en cada uno de sus individuos. Eso va con la condición humana. En particular con los humanos de poca o mala condición. Aquello que dijo Duterte, presidente que fue de Filipinas, era una boutade cafre para una película de Torrente: “Mientras haya mujeres bonitas, habrá violaciones”. También se dan casos de hombres que violan a otros hombres. Y se ha sabido de un fulano en Tarragona que forzó reiteradamente un poni y una cabra. Chúpate ésa. Se viola por sumisión a pulsiones elementales que la cultura no consigue domeñar, por voluntad de poder, relajación de valores cívicos y morales, por sadismo, perturbación mental (violaciones a menores de muy corta edad), y también de manera premeditada y en masa como táctica de terror en conflictos bélicos o genocidios planificados. Y porque el mal existe y hay hombres malvados.

Pero hay constructos ideológicos que allanan el camino a la violación (y a otras aberraciones), pues aminoran la percepción que tiene el violador de su culpa, de su responsabilidad. Ese es el meollo de la cuestión. Hablamos de violaciones en sentido estricto, o de agresiones sustanciales, y no del “piquito” de Rubiales o de si usted, cuando mozo, le tiró un pellizco a una chica en la fiesta del Instituto, es decir, esas cosas que las mujeres solucionaban a las mil maravillas largando una bofetada. Hoy, con las leyes aprobadas por la izquierda, y asumidas por la derecha, entra cualquier ingrediente en la coctelera. Y ésa es, precisamente, su alevosa finalidad, confundirlo todo y banalizar los casos realmente graves.

Al adoptar ideologías colectivistas, el concepto “individuo” se deprecia. Actuamos en función de identidades fractales, las “minorías”, que establece como compartimentos estancos la ingeniera social progresista: personas “racializadas”, mujeres, “trans”, hombres blancos supremacistas, neurodivergentes, etc. Para gustos, los colores. Este tipo de cosmovisión anula el libre albedrío porque nos supone elementos sin autonomía que responden automáticamente en función de la categoría a la que se pertenece. Y regresa el pensamiento tribal. Vamos, el equivalente a la antañona división en clases del socialismo histórico, sólo que la “conciencia de clase”, abandonada en el muladar de la Historia, es sustituida hoy la “conciencia de género” más o menos “fluido”, o cambiante, que ignora la biología y la realidad: lo que es y está y existe con independencia de nuestro deseo.

Cuando un dirigente de izquierdas que adopta el discurso woke viola a una mujer, confiesa (alguno lo ha hecho) que actuó condicionado por el “machirulo” que lleva dentro y del que no ha podido desprenderse. Que él no es el autor del estupro, tan sólo el brazo ejecutor. El violador, en última instancia, es el heteropatriarcado sexista y no él, atrapado aún en un monstruo. Pugna cuanto puede por “deconstruir” su masculinidad tóxica tras generaciones y generaciones de inmersión total en la cultura de la violación impune. Él, en definitiva, también es una víctima. La mayor de todas, pues alma tan cándida se ve en la incómoda tesitura de “cabalgar” sus propias contradicciones, aunque, por de pronto, el muy pillo cabalgue aquello que no le fue concedido de grado. De este modo, los dirigentes de izquierdas violadores escamotean la culpa al remitirla a lo que antes llamaban la “superestructura ideológica”, anclada sobre pilares como la explotación del proletariado, o la duplicada explotación de las mujeres en su calidad de proletarias explotadas por el capital y de mujeres explotadas por los hombres. Si la mujer es negra, triplicamos la explotación a causa del racismo sistémico. La sociedad, tan machista y opresiva, es la culpable.

Gracias a su indiferenciación de este aperreado mundo (mecanismo propio de la psicología infantil) el dirigente de izquierdas deviene un NP (“Nene-Pene”) irresponsable de sus actos y por lo tanto, inocente, no punible penalmente. Errejón sería la encarnación de esta anomalía, pues en él, casualmente, priman rasgos antropométricos proteicos, inconclusos, como si aún anduviera cobrando forma fuera del seno materno o escapado de una probeta. Manda en sus actos el vector virilista en tanto no complete su transformación en un genuino hombre nuevo que se crea de veras las proclamas feministas que tan a menudo enuncia.

El dirigente de izquierdas, cuando viola, recurre a una táctica exculpatoria. Bien entendido que si milita en el PSOE, no tiene ese cargo de conciencia, pues en su caso se rasca el bolsillo y recurre a la prostitución aunque su partido promueva iniciativas parlamentarias para abolirla. Cuanto más se inclina el “errejonismo” sexual por vocear consignas woke, menor es su disposición a pagar por mantener relaciones sexuales, pues considera que el servicio se le ha de prestar gratuitamente por méritos imponderables, compensación por sus agotadores desvelos como líder espiritual, sumo sacerdote, de las voces silenciadas. A fin de cuentas, las pampiroladas que inspiran a los dirigentes de la izquierda (también de la derecha, acaso en menor medida) funcionan como una religión, con sus dogmas, liturgia, homilética, y una fe inquebrantable. Acúdase al imprescindible ensayo, tono didáctico y argumentación clara, de Jean-François Braunstein: “La religión woke”.

Quienes creemos en el concepto “individuo” y en las libertades individuales como piedra angular de los derechos civiles y políticos, condición sine qua non para la convivencia y para la existencia de una aseada comunidad política, no podemos, nobleza obliga, sustraernos a la responsabilidad de nuestros actos, y la asunción de la culpa, si la hay, es un imperativo moral. No habremos, pues, de transferir a la sociedad nuestros errores. No es cómodo, no es cosa fácil, pero quién dice que la libertad lo sea. Ya sabemos que en este mundo hiperventilado por la estulticia manicomial, bramarán las multitudes por casos como el de “la manada de Pamplona”, y callarán por violaciones grupales más violentas, las ha habido a manos llenas perpetradas por gañanes de origen extranjero, cuanto mejor sin papeles, y que nuestros cineastas para dar fe de los abusos contra mujeres rodarán “Nevenka” y se harán los suecos con los casos “Errejón” o “Monedero” (y Pablo Iglesias, dicen, sale ya a calentar). La respuesta a la pregunta inicial es no, pero… pero, sí.

Javier Toledano | escritor

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1 comentario en «¿Violar es de izquierdas? (La manada podemita) | Javier Toledano»

  1. …»Y porque el mal existe y hay hombres malvados»
    Y mujeres, que también violan a otr@s
    Hay que ser igualitario total.

    Por cierto, muchas de esas violaciones en ocasiones son, también, falsas denuncias

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