“Último tango y a lo loco” | Javier Toledano

Tenemos noticia del acto inaugural del cincuentenario de la muerte de Franco orquestado por el gobierno de Pedro Sánchez con la palmaria intención de sustraerse a los escándalos de corrupción que le rondan de muy cerca, tergiversar la historia reciente de España y transitar la senda cainita, y para él provechosa, del enfrentamiento social. Faltan noventa y nueve, que Dios nos asista. En ese evento, entre otras gansadas colosales, nos dijeron que durante el franquismo no se podía leer. Tal cual. Creo recordar que, en vida de Franco, año 1974, nos visitó Alexander Solzhenitsyn y dio una entrevista en un programa TV que presentaba José María Íñigo. El hombre, que sobrevivió a unos añitos de estancia, a gastos pagados, en el acogedor y confortable gulag soviético, no salía de su asombro al comprobar in situ que los españoles, aún bajo la dictadura, podían fotocopiar tan ricamente un libro en una copistería. Por cosa parecida, el socialismo mandaba a los rusos al Círculo Polar. 

Otro veto de aquellos años era el cinematográfico. La censura lo miraba todo con lupa y muchas cintas no fueron exhibidas entonces en salas comerciales. Algunos, por utilizar una terminología hoy al uso hablarían de “cancelación”. Una de las cintas purgadas, según la indocta claque de Pedro Sánchez, habría sido la comedia “Con faldas y a lo loco” de Billy Wilder, estrenada en USA en 1959. A España llegó con retraso, pero llegó, año 1963. Si mal no recuerdo, para entonces Franco ya era cabo furriel. Me da en la nariz que los titiriteros de turno la confundieron con “Último tango en París”, una cinta que, en efecto, estuvo prohibida en España hasta 1977, y durante años anduvo envuelta en el halo del misterio y de la clandestinidad, pues es fama que muchos españoles cruzaron la frontera para verla en Perpiñán, cuando lo verde empezaba en Los Pirineos. Hoy la peli de Bertolucci sufriría la drástica censura de esa suerte de puritanismo woke de nuevo cuño, pues se dice que Marlon Brando, la famosa escena de la mantequilla, forzó a María Schneider, desposándola por equivocadas veredas. 

Por una cuestión práctica de cercanía, y animados por el afán de aventura, muchos pasaban a Francia para llegarse, no a Perpiñán, si no a Biarritz. Ése fue el caso de tres jóvenes coruñeses avecindados en Irún: Humberto Fouz, Fernando Quiroga y Jorge García. Hete aquí que tras ver la película pretendían volver a España, pero el hado cruel quiso que, al hacer un alto en el camino, se toparan en un bar de carretera con terroristas de ETA capitaneados por ese sanguinario matarife de Tomás Pérez Revilla, alias “Tomasón”. Aburridos y cocidos a cubatas, y deseosos de acción, quisieron ver en los tres chicos a agentes de la Guardia Civil de paisano y fueron a por ellos. Así lo narra Adolfo García Ortega en su novela, tan dura como minuciosamente documentada, “Una tumba en el aire”. Ahí comenzó su calvario.

El comando etarra trasladó a sus víctimas hasta un caserío, hoy derruido, propiedad de Telesforo Monzón, histórico dirigente del PNV, sito en las afueras de San Juan de Luz. Cabe recordar que, regresado del exilio, Monzón fue uno de los fundadores de Herri Batasuna y elegido diputado al parlamento nacional por la coalición abertzale. Allí, en ese agujero infecto, Tomasón y sus chicos torturaron sádicamente a los jóvenes, les sacaron los ojos con destornilladores y, tras la inmunda escabechina, les dispararon a bocajarro. La banda terrorista nunca reivindicó ese atentado nauseabundo, pero la infiltración en la cúpula etarra de Miguel Lejarza, el “Lobo”, procuró la información necesaria para esclarecer ese episodio siniestro. Los restos de las víctimas no han sido hallados.

En 1984, algo más de una década después, una moto bomba en Biarritz, gentileza de los GAL, hirió gravemente al gran gudari Tomasón. Murió cuarenta días más tarde en un hospital, padeciendo una atroz agonía. Ni que decir tiene que esa circunstancia, la muerte de Tomasón entre espeluznantes estertores, apenas calmados por fuertes dosis de morfina, nos hizo verter un mar de lágrimas, abisal, insondable, a las personas sencillas, si no de bien, no de mucho mal. En particular, recuerdo que exhausto por el llanto, ya sin una sola gota que derramar, padecí una dolorosa presión en los lagrimales, pródromo de una dacriocistitis aguda, complicada con intensas cefalalgias que a poco derivan en un aneurisma cerebral. De ese calado fue el hondo pesar que me causó su espantosa muerte. Cabe recordar que Tomasón fue uno de los héroes de juventud de Arnaldo Otegui, “un hombre de paz” (Zapatero), dirigente de HB, hoy Bildu, y socio preferente del gobierno de España. El mismo de la sonrisa siniestra en el fraternal brindis junto a Eguiguren e Idoia Mendía.

Si la reconstrucción novelada, García Ortega, de esa masacre es una maravilla, no le va a la zaga la recreación periodística de “El Correo” (24/03/2023): “Medio siglo de silencio sobre los tres crímenes que ETA oculta”. Un cincuentenario, salta a la vista, de menor categoría que el de Franco, a juicio de Pedro Sánchez. Para mí tengo, que el interfecto desconoce absolutamente quienes fueran esas tres víctimas de ETA expulsadas de la ley de memoria democrática (en minúscula) aprobada, cuando no redactada, por la propia Batasuna. Vamos, que se le da una higa que les arrancaran los ojos o les sacaran las tripas con las manos. Esos tres infelices, a fin de cuentas, no le aprueban los presupuestos, ni las basurientas leyes que promueve. El completo reportaje de “El Correo” incluye fotos de los protagonistas, el itinerario seguido y los escenarios de la tragedia.

Nos dicen que ETA ha sido derrotada, que ya no existe… aunque su gente (algunos terroristas han sido y son cargos electos) condicione más que nunca la política nacional, en desdoro nuestro. Por lo tanto, los “valerosos” prohombres de la industria cinematográfica autóctona no corren ya el menor riesgo de enojar a la serpiente de bífida respe. Momento propicio para producir y rodar una película que nos cuente la fatídica historia de esos tres muchachos y nos recuerde quiénes fueron y de qué pasta estaban hechos sus verdugos. Sería una película sensacional.

Javier Toledano | Escritor

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