Trans-aborto: Sí, voy a ser mamá…| Javier Toledano

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Varios millones de células ensambladas entre sí han dado lugar a un ente (desconozco su nombre de pila) que ha alcanzado cierta resonancia mediática. Se trata de un humano “trans” que quiere reformar su cuerpo drásticamente, ensamblándole un útero con capacidad de ovular, para, a continuación, fornicar a destajo y quedar en estado de “buena esperanza”, y una vez logrado ese objetivo, darse el gustazo de abortar. Tal cual. Repito: para embarazarse y abortar, pues no hay lo otro sin lo uno. Ni pongo ni quito comas.

 Que Occidente manda inequívocas señales de un no muy lejano colapso civilizatorio es algo que se ha dicho a menudo y que también percibimos con sólo mirar la tele un rato. Precursora de esa idea es la colosal obra de Spengler, un ensayo erudito, mastodóntico, y al tiempo ameno y delicioso. Auge, madurez y declive. Ritmos biológicos. Pensamos en la decadencia de la antigua Roma, proceso que culmina con la entrada del ostrogodo Odoacro en la ciudad eterna. La relajación de las costumbres, la vida muelle que proporciona la riqueza material, el hedonismo desatado, sincretismo religioso, relativismo moral, intrigas palaciegas, crímenes espantosos, depravación, Calígula que nombra senador a su caballo o la notoriedad de personajes como el degenerado Heliogábalo aupado a la dignidad imperial, y que hoy goza de la admiración entusiasta del colectivo LGTBi+. Son hitos que señalan el inexorable hundimiento de aquella potencia fenomenal.

La inaudita “hoja de ruta” abortiva de la entidad biológica de configuración y aspecto humanos que da pie a este comentario, también me ha recordado a ciertos personajes de una fealdad indescriptible de “El campamento de los santos” (editada en España bajo el título de “El desembarco”), de Jean Raspail, una novela apocalíptica, hoy maldita, tachada de desahogo reaccionario frente a la inmigración descontrolada. Nos hace pensar en los bien trabados ensayos de Douglas Murray, sea “La masa enfurecida” o “La guerra contra Occidente”, en la aguda ficción literaria de Abel Quentin, “El visionario d’Étampes” (lectura recomendada por mi abogado y, sin embargo, amigo Antonio Ramos) y, cómo no, en los engendros disformes y ameboides que se desplazan reptando por la arena, dejando tras de sí un abundante reguero de viscosas secreciones, que aparecen en los estremecedores relatos de Lovecraft, uno de los maestros indiscutibles de la literatura fantástica y terrorífica de todos los tiempos.

El sujeto en cuestión quiere embarazarse primero para “desembarazarse” después. Por capricho. El aborto por el aborto, que no es arte. Por joder. Por escandalizar. Aquello que se dice de “a ver quién mea más largo” en esta carrera desquiciada y enloquecida de ruptura artificiosa y especiosa de la realidad biológica. Por forzar los límites de la naturaleza y, claro es, de la ética y de la moral. Se cuentan por miles en el ancho mundo las mujeres que desean satisfacer sus pulsiones maternales, y concebir un hijo, pero por una jugarreta del destino no pueden o han de someterse a complicados y costosos procesos de fertilidad. El interfecto (o interfecta) podría aspirar a ser la primera mujer “trans” en cruzar a nado el canal de La Mancha, en coronar la cima del Everest a la pata coja o en comerse 50 huevos cocidos en una hora como Paul Newman en “La leyenda del indomable”. Nada de eso.

Quiere ser mujer para embarazarse y abortar a propósito, en su caso para, deliberadamente, matar al ser indefenso que llevará, de salirse con la suya, no lo permita el cielo, en sus entrañas postizas. No hay sustantivo en la rica y variada lengua española, y si lo hay lo desconozco, que ahorme esta abominación conceptual al mundo de las formas y la formule de una manera suficientemente gráfica: asquerosidad, porquería, inmundicia, defecación mental, estercórea aberración… me devano los sesos en vano y no doy con la etiqueta apropiada. Ninguna acierta a reflejar siquiera pálidamente la infinita repugnancia que me inspira el propio sujeto y su confeso proyecto “abortivo-existencial”.

Parecía imposible que alguien superase la cimera ignominia alcanzada por los voceros de Bildu/ Batasuna, aliados del actual gobierno de la nación, solicitando airadamente respeto para las “víctimas del terrorismo” tras la difusión de la cantinela anti-sanchista del “¡Que te vote Txapote!”. Por el inane Pablo Casado cuando le dijo a Abascal en la tribuna del parlamento que “chapoteaba en la sangre de las víctimas”. O por Irene Montero reafirmándose en público en defensa de la pederastia, contando con la vergonzosa complicidad de monseñor Argüello. O la intolerable y lacayuna infamia del Delegado del Gobierno en Madrid que excretó oralmente que “Bildu había salvado la vida de miles de españoles durante la pandemia”. O por el cineasta bajo claqueta panameña, Pedro Almodóvar, largando soflamas partidistas cada vez que sus amigos le conceden un premio. O, en otro más inocuo registro, por Leticia Sabater perpetrando videos de infumables hits veraniegos del tipo “La salchipapa” o “Barbacoa al punto G”. Este sujeto los ha superado a todos ampliamente y en su incalificable propensión al envilecimiento no le negaremos mérito y capacidad.

Hay, con todo, abortos de riesgo. Muchos son los casos que, al margen de la consideración que el acto nos merezca, sin valorar aquí ni plazos ni supuestos legales, han acabado en tragedia para las madres gestantes. Podría el sujeto en cuestión, por llevar más lejos que nadie su desafío ignominioso, ponerse en manos de aquel carnicero, rey de los abortorios, el legendario doctor Morín, y pactar una “interrupción voluntaria del embarazo”, que es el eufemismo fifí que utilizan los progres habitualmente, en el octavo mes, a poco de dar a luz, para sacrificar al nasciturus en “tiempo de descuento”, valga el símil balompédico, cuando está a punto de alcanzar la orilla de la vida plena, exterior.

No pocas veces, al considerar nuestra estupidez y el sindiós del marasmo de confusiones y de valores a la baja reinante en Occidente, me he imaginado al líder talibán de turno monitorizando en pantallas simultáneas las noticias procedentes del primer mundo. Allí, a buen recaudo, en una secreta red de covachuelas, alrededores de Kandahar, se frota las manos, se paladea y saliva viciosa y copiosamente pensando en la ingente cantidad de bombas que nos van a colocar sus células durmientes debajo del culo. Las imágenes del vistoso carnaval “drag queen” de Tenerife, por ejemplo, se la ponen dura como piedra de amolar. El delirante anuncio del “trans-abortador” de marras animará al hipotético sucesor, lo mismo de Bin Laden que de Al-Baghdadi, a ejecutar sus planes con la mayor celeridad posible: “A esos occidentales desgraciados les haremos un favor si les damos matarile”, dirá a los suyos mientras pasa las cuentas del rosario y sorbe un té transido de embriagadoras fantasías de montones de cadáveres de infieles despedazados, carbonizados y humeantes.  A este paso y de esta guisa, nadie nos llorará. ¿Qué hemos hecho de ti, oh, vieja Europa?

(Javier Toledano | Escritor)

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