«Renaturalización»: la enloquecida propuesta para acabar de un plumazo con la agricultura y la ganadería

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George Monbiot, uno de los autores de moda, ataca el sector primario tradicional y propone que nos alimentemos de «microbios, hongos y bacterias».

Para las élites globalistas y la agenda 2030, los nuevos objetivos a exterminar son la ganadería y la agricultura. No las macrogranjas o los cultivos transgénicos. Esos también. Pero parte de la izquierda europea ya hace tiempo que ha dado un paso más allá. Ahora, alguno de sus pensadores como George Monbiot proponen terminar con la producción de alimentos a gran escala. Y no lo hacen en oscuros cenáculos ultra-radicalizados. Lo hacen en las páginas de algunos de los principales periódicos del Viejo Continente (como The Guardian o El País).

La tesis es que esa producción de alimentos es insostenible y va a acabar con el planeta. La pregunta: ¿qué pasaría si hiciéramos caso a estas propuestas? En el mejor de los casos, tendríamos que pasar a alimentarnos con «microbios, hongos y bacterias que no destruyan la tierra» (esto, de nuevo, no es exageración, está sacado del cuerpo de la entrevista); en el peor, y mucho más probable visto lo que ha ocurrido en el pasado cuando se han llevado a cabo iniciativas similares, hambrunas generalizadas y devastación (algo parecido, pero a mucha mayor escala, a lo ocurrido en los últimos dos años en Sri Lanka).

Si hubiera que definir con una sola palabra las propuestas de Monbiot sería «renaturalización». Es decir, que el hombre abandone el entorno rural y permita que la vida salvaje vuelva al mismo: Al quitarle suelo a los ecosistemas para dárselos a la ganadería, hacemos más por destruir los sistemas que nos sustentan que con cualquier otra acción, porque la ganadería emplea, de lejos, mucha más tierra que el resto de las actividades humanas. Juntas. Si la reformamos ahora, podríamos restaurar los ecosistemas a gran escala, mucho más que con cualquier otra medida. La renaturalización puede ser lo único que queda entre nosotros y el colapso ambiental.

Por supuesto, esto parte de un presupuesto ideológico muy concreto: si hay que elegir entre que una hectárea la ocupe o aproveche un ser humano o un animal salvaje, es mejor esto último (o al menos, equivalente).

Este planteamiento es antihumanista pero, en cierto sentido, coherente. Porque, al contrario de lo que ha sido habitual en la izquierda en las últimas décadas, no defiende la vida en el campo, sino que la ataca con determinación. Toda ella. Tanto las macrogranjas o los cultivos que usan todos los desarrollos tecnológicos posibles (fertilizantes, invernaderos, transgénicos, etc…) como la tradicional. De hecho, Monbiot es más crítico con la agricultura y ganadería tradicionales, porque cree que causan un grave impacto en el medioambiente: La gente dice que la respuesta a estos problemas es el ganado extensivo que mantiene a las ovejas y animales en el pasto. En términos ambientales diría que es mucho peor. La mayor parte de la agroecología que se promueve es la de bajo rendimiento, la cual produce cosechas muy pequeñas. Volvemos a lo de antes, se necesita de una gran cantidad de tierra para producir una cantidad de alimentos significativa. Simplemente la agricultura es mucho más dañina para el planeta porque es mucho más grande en espacio que, por ejemplo, las ciudades.

Pero lo que no dice es que esa ganadería-agricultura sirven para alimentarnos más y mejor; porque han permitido que se dispare la población a nivel mundial a más de 8.000 millones de habitantes sin que se produzca una catástrofe malthusiana; porque el número de personas que salen de la pobreza y consumen más nutrientes es mayor cada día; porque esa mejoría en la alimentación ha propiciado que la esperanza de vida se dispare (por ejemplo, en Madrid, la región europea con una esperanza de vida más alta, ya supera los 85 años)…

Para Monbiot y para buena parte de la izquierda europea, estas mismas características son las que convierten estos avances en una catástrofe. Y lo son precisamente por esa cifra de 8.000 millones de personas. No creen que sea bueno que haya cada vez más humanos sobre el planeta: Cada hectárea que empleamos para nuestros propios fines es una hectárea que no podrá ser ocupada por ecosistemas naturales, como bosques o sabanas.

Tres ideas

Y es que frente al humanismo, que protege el medioambiente, porque es en ese medioambiente en el que debe vivir el ser humano, está el anti-especismo y la nueva religiosidad ecologista en la que no se puede anteponer al ser humano respecto a los demás seres vivos.

Hay tres cuestiones importantes que debemos tener en cuenta cuando se plantean este tipo de propuestas. Y es que estos discursos se construyen sobre los cimientos de unos argumentos (explícitos e implícitos) que no son ciertos:

  • No es cierto que la superficie «salvaje» esté menguando por culpa del crecimiento económico. Aquí podríamos entrar en una discusión filosófica sobre qué es salvaje o cuánto impacto humano podemos tolerar antes de darle ese adjetivo. Pero, por ejemplo, si lo medimos en términos de hectáreas forestales, en toda Europa (también en España) están creciendo de forma significativa desde hace décadas.
  • Lo anterior no es casualidad. El incremento de la superficie forestal (y otros muchos indicadores medioambientales que mejoran cada día) en parte es producto de las mejoras de productividad agrícolas y ganaderas. Aquí viene la segunda mentira: esa idea malthusiana de que no seremos capaces de alimentar bien a todos los habitantes del planeta. De nuevo, es falso: la productividad por hectárea se ha disparado (en la mayoría de los países por un factor de más de cuatro o cinco en el último medio siglo). En menos espacio producimos muchísimo más, lo que nos permite alimentar a más personas con menos impacto medioambiental. La preocupación por la agricultura y la ganadería es una preocupación a-humana: en esto Monbiot es más coherente y no utiliza tanto argumentos falsos. En su cosmovisión, el problema es el ser humano (creemos que piensa que él no, sino los otros humanos o que haya demasiados).
  • Lo que mata no es la naturaleza, sino la pobreza. En los últimos cien años se han desplomado las muertes por fenómenos naturales. Los dos mayores peligros para la humanidad son las hambrunas (muchas veces derivadas de sequías) y las inundaciones. Y en ambos casos, la tecnología y las mejoras en los cultivos, en las infraestructuras y en el uso de la energía son las que nos han permitido contener sus efectos.

La novedad de este comienzo de siglo XXI es que por primera vez en la historia hay una generación de humanos que defiende el decrecimiento: la izquierda rica de los países desarrollados. En esto Monbiot no está solo. Sus argumentos no son muy diferentes a los que utilizan las instituciones europeas para adoptar medidas como la prohibición de la venta de vehículos de combustión en 2035. Esa idea de que «estamos agotando los recursos», que no es cierta pero es muy atractiva. Hay muchos occidentales que creen que estaríamos mejor siendo menos numerosos y siendo menos ricos.

Mientras, otros creemos que hay pocas cosas más peligrosas que la pobreza. Porque nada ha matado más en el pasado. Pobreza que (1) impide a los habitantes de una región tener lo necesario para vivir; (2) les impide acceder a la tecnología necesaria para cocinar, sanarte o guarecerte; (3) les empuja a luchar con sus vecinos por esos recursos escasos. Por eso nos dan tanto miedo este tipo de propuestas. No sólo por fantasiosas, sino porque cuando se han aplicado (de los Jemeres Rojos a la Revolución Cultural, pasando por las colectivizaciones forzosas) siempre han provocado el mismo resultado: hambre y muerte. Ahora Monbiot (y los periodistas de El País, Público o The Guardian que dan altavoz a sus teorías), asegura que no ocurriría. Porque podríamos comer «microbios, hongos y bacterias». Aunque no lo parezca, ése es el mejor escenario que pueden ofrecernos. El peor no queremos ni imaginarlo; y eso que en el siglo XX hemos tenido unas cuantas experiencias al respecto.

(Con información de D. Soriano/Libre Mercado)

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