La urgencia de reformar la OMS
Reformar la OMS se ha convertido en un debate ineludible. La organización internacional, que nació en 1948 para apoyar a los países en desarrollo en materia sanitaria, hoy está lejos de aquel propósito inicial. La institución ha degenerado en un aparato burocrático centralizado, con más de 9.000 empleados y un presupuesto cada vez más dependiente de intereses privados.
Lejos de priorizar la buena nutrición, el saneamiento y el acceso a servicios básicos de salud, la OMS se centra en abastecer estantes con productos manufacturados y en promover soluciones biotecnológicas rentables. Esta deriva demuestra que reformar la OMS ya no es solo una opción, sino una necesidad.
La experiencia de la COVID-19 dejó claro que la organización no estuvo a la altura de los desafíos globales. Sus políticas erráticas, las dudas sobre el origen del virus y la subordinación a intereses privados revelaron una estructura más preocupada por ampliar su poder que por defender la salud pública.
De la misión sanitaria al control burocrático
Cuando se fundó, la OMS buscaba dotar de capacidad a países con sistemas de salud débiles. La prioridad era combatir enfermedades infecciosas, garantizar el acceso al agua potable y mejorar las condiciones de vida. Sin embargo, en las últimas décadas, ese objetivo se ha desviado hacia el centralismo y la acumulación de competencias.
El problema es estructural. Como toda burocracia, la OMS tiende a perpetuarse. Sus directivos buscan expandir recursos, evitar perder poder y mantenerse relevantes incluso cuando las necesidades reales han cambiado. Por eso, lejos de reconocer los avances sanitarios mundiales, insiste en que vivimos en un «periodo interpandémico».
Este discurso alarmista le permite reclamar más competencias y recursos para hipotéticas amenazas como la llamada “Enfermedad-X”. En realidad, se trata de un mecanismo para mantener el miedo y justificar su propia supervivencia. Ante este panorama, reformar la OMS se convierte en una urgencia ética y política.
La pandemia como negocio
El mundo no ha vivido una pandemia natural devastadora desde la gripe de 1918. Hoy contamos con antibióticos, agua potable, mejores condiciones de vida y medicamentos modernos. Sin embargo, la OMS insiste en sobredimensionar los riesgos para fortalecer la llamada “industria de las pandemias”.
El caso de la COVID-19 es paradigmático. Afectó mayoritariamente a personas mayores en Europa y América, pero la gestión global impulsada por la OMS promovió restricciones sin precedentes y favoreció a las grandes farmacéuticas. El propio gobierno de Estados Unidos ha reconocido que el virus probablemente se originó en un laboratorio.
La conclusión es clara: la OMS ya no se centra en proteger la salud de los pueblos, sino en canalizar fondos públicos hacia intereses privados. Si no se logra reformar la OMS en profundidad, la única alternativa coherente será eliminarla.
Una estructura obsoleta y costosa
El hecho de que una cuarta parte del personal de la OMS trabaje en Ginebra, una de las ciudades más caras y saludables del mundo, refleja su desconexión con la realidad. Esa centralización burocrática no responde a las necesidades locales y consume ingentes recursos.
En un mundo globalizado y tecnológicamente avanzado, no tiene sentido mantener un monstruo burocrático que concentra decisiones a miles de kilómetros de los problemas reales. La salud pública no puede estar al servicio de una élite de burócratas internacionales. Reformar la OMS significa devolver protagonismo a los Estados, a las comunidades locales y a los profesionales que conocen de primera mano las necesidades reales.
Una oportunidad para un nuevo modelo sanitario
La notificación de retirada de Estados Unidos durante la administración Trump abre una oportunidad única. El debate sobre reformar la OMS o eliminarla no es un capricho, sino una necesidad histórica. La cooperación internacional en salud debe mantenerse, pero no a cualquier precio ni bajo un modelo fallido.
El actual sistema, dominado por intereses privados y por un centralismo desfasado, ya no funciona. Los países deben recuperar el control y diseñar una cooperación sanitaria internacional basada en criterios éticos, realistas y transparentes. La OMS, con casi 80 años de existencia, pertenece a una época pasada.
El futuro pasa por instituciones más flexibles, descentralizadas y libres de la influencia de las grandes corporaciones farmacéuticas. Solo así se podrá garantizar que la cooperación internacional responda a las necesidades de los pueblos y no a los intereses de unos pocos.
Reformar la OMS o eliminarla
Reformar la OMS ya no es solo una propuesta, es una obligación moral. Si la organización no regresa a su misión original de defender la salud de los pueblos, habrá que eliminarla y construir un modelo más justo y eficaz.
Los países no pueden seguir cediendo soberanía sanitaria a una burocracia obsoleta y dependiente de intereses privados. La cooperación internacional en salud debe estar al servicio de la vida, la libertad y la dignidad de las naciones.
El mensaje es claro: o se logra reformar la OMS, devolviendo transparencia y legitimidad a la institución, o habrá que cerrarla.