Aunque uno de los pilares fundamentales de los regímenes liberales actuales sea la separación de poderes, vemos que en muchos casos tal separación no existe.
El sistema democrático actual se basa, en teoría, en la potestad del pueblo de elegir a nuestros gobernantes a través del poder legislativo. Este poder que viene a estar compuesto del parlamento y el senado es el que, de una manera muy directa, elige al poder ejecutivo.
El poder ejecutivo, que lo forman el presidente del gobierno y sus ministros son los que, con el apoyo y los acuerdos de las cortes generales, influyen y deciden en parte del poder judicial. Por tanto, la manera en la que un poder elige e influye en los otros nos muestra que no existe una separación de poderes plena.
Mi propuesta para frenar o al menos reducir notablemente el tráfico de poder y de intereses ideológicos es la de separar los poderes tanto como sea posible. Vuelvo a hacer referencia a la propuesta de democracia mixta de Jano García, que me parece muy interesante a la vez que audaz.
Propongo que el ejecutivo lo designe el Rey. Cómo lo hace y a quién elije será su gran misión. El carácter vitalicio y hereditario de la monarquía actual asegura, de alguna manera, que el Rey seleccione a los mejores ministros, ya que el rendimiento y los resultados de su gobierno tendrían un impacto directo tanto en su imagen como en la continuidad de su dinastía. Es de esperar que un gobierno designado por el Rey tenga un carácter más tecnocrático que ideológico.
El poder judicial debería ser elegido por los propios jueces que han de evitar ideologías e injerencias externas y regirse por el mérito, la capacidad y ante todo la justicia.
El legislativo es el poder en el que se puede reflejar la voluntad popular. Actualmente la elección del mismo esta a merced de populismos y cálculos partidistas que buscan satisfacer o encandilar a partes de la sociedad para así poder perpetuarse en el poder. Esto causa que los partidos políticos se conviertan en corporaciones al servicio de sí mismos y no al servicio del pueblo español.
Un parlamento compuesto de tres partes en el que cada tercio sea elegido por una parte de la sociedad daría equilibrio e implementaría políticas y leyes que beneficiarían a todos los españoles tanto hoy como en el futuro.
El primer tercio se elegiría por sufragio universal similar a lo que ocurre hoy día. Cualquier adulto español podría votar para elegir al mejor representante de sus ideas y valores.
El segundo tercio lo elegirían aquellos que contribuyan activamente a las arcas del estado. Esto incluiría a trabajadores asalariados, empresarios y autónomos. Excluiría a personas que, o bien no contribuyen, o bien son los que reciben ayudas del estado. Por tanto, no lo elegirían ni jubilados, ni parados, ni funcionarios, ni estudiantes.
Esto haría que sean los trabajadores los que tengan un mayor poder de influencia en las decisiones del legislativo, de manera que se fomentaría más el emprendimiento, la innovación y la creación de riqueza.
El tercer tercio sería el de la familia. Los adultos que tienen a su cargo a menores tienen un interés innato en la prosperidad del país tanto para el presente como para el futuro. De esta manera también se le daría la relevancia que se merece la ley natural y el fomento de la natalidad.
Este sistema de tercios también reduciría el afán que vemos actualmente por crear leyes y más leyes que complican la vida del ciudadano común y que genera un sobre coste de mantenimiento y actualización que contribuye a la actual macrocefalia administrativa que vivimos. Hay quien dice que actualmente no vivimos en una democracia, sino en una burocracia.
Cada tercio tendría elecciones cada seis años. Las votaciones estarían escalonadas de manera que cada dos años habría elecciones a alguno de los tercios. A modo de ejemplo, un pensionista votaría solo al tercio universal cada seis años; un funcionario con niños a su cargo votaría al tercio universal y al de la familia; y el dueño del bar que tiene una hija que va al instituto votaría a los tres tercios.
El objetivo de este sistema es construir una nación fuerte y próspera para el futuro al mismo tiempo que eliminar las actuales tensiones partidistas e ideológicas que tanto contribuyen a la crispación general de la sociedad.
Evidentemente este es un sistema que habría que pulir y que también habría que alinear con posibles reformas del sistemas autonómico actual.
Andrew Faya | escritor