La Segunda República o el paraíso que no fue (X) | P. Gabriel Calvo Zarraute

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La Guerra Civil: 18 de julio 1936 – 1 de abril 1939

No fue la Guerra la que destruyó la democracia, sino que fue la destrucción de la democracia, por parte de las izquierdas, la que causó la guerra[1]. Como consecuencia de todos los hechos anteriores, se llega a la Guerra Civil, causada, como corroboran los escritos del cardenal Gomá, no por un golpe del fascismo, que apenas existía en España más que en la minúscula Falange Española[2], sino por una respuesta desesperada de la gran masa de la derecha ante su inminente condenación al ostracismo y posterior aniquilación por parte de las izquierdas. Tal y como los socialistas, anarquistas y comunistas habían amenazado en reiteradas ocasiones. Esto condujo a que una parte del ejército con las tropas de élite de África (Legión y Regulares), al frente del general Franco, se sublevara siendo inmediatamente seguido por miles de civiles.

Los avances de los nacionales en los primeros meses fueron espectaculares, pues a las regiones que inicialmente se sumaron al levantamiento -Castilla la Vieja, Navarra, Galicia y parte de Aragón- muy pronto se unieron otras provincias o ciudades reconquistadas en poco tiempo, de forma que al finalizar el año 1936 la geografía bélica había variado sensiblemente a favor de los nacionales con respecto a la situación desesperada de la que partieron seis meses antes[3]. El 19 de julio comienza el Gobierno de José Giral, republicano izquierdista y masón, que decide armar a los partidos políticos y sindicatos de izquierdas, que pasaron a tomar el poder de facto desde la calle. En los dos bandos se produce una dura represión, no obstante, es diferente en el bando republicano donde está perfectamente programada y ejecutada conforme al esquema marxista de exterminio de segmentos enteros de la población que debido a su procedencia social («de clase» en la nomenclatura izquierdista), habían de ser eliminados para que la revolución triunfara.

No hay nada de espontaneidad y descontrol en las acciones represivas de la «limpieza» de la retaguardia frentepopulista. Se sigue el mismo esquema que los marxistas-leninistas del Ejercito Rojo, fundado por Trotsky, ya habían aplicado en Rusia durante su guerra civil (1917-1923)[4]. «Estas actividades represivas se han venido atribuyendo a un fenómeno espontáneo, fruto de la lucha de clases y protagonizado por masas enfurecidas, pero, a partir de los datos disponibles, es posible precisar cómo, en numerosas ocasiones, la iniciativa parte de las propias autoridades, tanto de las ya existentes como de las nuevas instancias, constituidas a partir del hecho revolucionario, y que son las que controlan verdaderamente la situación»[5].

En la zona bajo dominio del Frente Popular se ponen en funcionamiento las distintas Chekas[6], de origen soviético, para el exterminio de la denominada «quinta columna» [7]. El 24 de agosto de 1936 se crean los tribunales populares de la República donde el garantismo procesal brilla por su ausencia. El juicio de José Antonio sirve como botón de muestra, a pesar de ser un brillante jurista que asumió su propia defensa dejando al fiscal sin argumentos y de carecer de delitos de sangre, fue condenado a muerte[8].

Los militares sublevados constituyen en Burgos la Junta de Defensa Nacional, que asume provisionalmente el poder. Sevilla fue controlada en pocos días por el general Gonzalo Queipo de Llano, Huelva y Badajoz en el mes de agosto y poco después otras zonas de Extremadura y de la provincia de Toledo. Empezando por Talavera de la Reina, liberada el 3 de septiembre, lo que produjo la caída del Gobierno de Giral y la subida al poder del socialista Largo Caballero, que junto a Prieto habían pilotado la bolchevización del PSOE desde agosto de 1933. En el norte, Irún fue reconquistada junto con San Sebastián en la primera quincena de septiembre. El 1 de octubre de 1936, los generales del bando nacional nombraron al general Franco Generalísimo de los Ejércitos tomando posesión de la Jefatura de Estado Nacional, con sede en Burgos[9]. El 7 de noviembre del mismo año, el Gobierno de la República se traslada a Valencia ante la rápida aproximación de las tropas nacionales a Madrid, lo que puso en marcha las masivas ejecuciones en Paracuellos del Jarama, denunciadas al mundo entero por el cónsul de Noruega en Madrid, Félix Schlayer[10].

Durante la primavera y el otoño de 1937, los nacionales llegaron a Málaga, Bilbao, Santander y Oviedo, de forma que el 21 de octubre se dio por terminada la campaña en los frentes del Norte que claramente decantaba la guerra a favor de los nacionales. En abril de 1938 comenzaron la ofensiva por la reconquistada Teruel para llegar al Mediterráneo y partir en dos la zona frentepopulista con la liberación de Castellón el 15 del mismo mes. Posteriormente la batalla del Ebro supuso la derrota militar definitiva del bando rojo, que no republicano, pues en el mando de las unidades ya era abrumadora la dirección comunista. Los nacionales penetraron en Cataluña a principios de 1939 y su posterior entrada en Barcelona se realizó sin un solo disparo, siendo efusivamente recibidos por un millón de personas[11]. Durante el mes de marzo huyen de España hacia Hispanoamérica Negrín, Prieto y los políticos más destacados del Frente Popular, muchos de ellos con un cuantioso botín que será motivo de fuertes disputas y recriminaciones en el exilio. De hecho, el socialista Juan Negrín, satelizado por Stalin, robó al también socialista Indalecio Prieto su parte del saqueo que se encontraba en el famoso yate Vita.

En la zona republicana, siempre desunida políticamente, existieron tres Gobiernos: el central de Madrid, que trasladó su sede a Valencia el 6 de noviembre de 1936 por «razones de seguridad» y posteriormente a Barcelona el 1 de noviembre de 1937. El de la Generalidad de Cataluña y el de las Vascongadas, ambos se regían, teóricamente, por los respectivos estatutos de autonomía, que desbordaron amplia y continuamente. La guerra desde su inicio y durante todo su desarrollo tuvo un incuestionable fondo religioso, que desencadenó odios y pasiones en los dos bandos contendientes. Históricamente, es un dato incontrovertible que la Segunda República, mucho antes de iniciarse la contienda, había fracasado rotundamente y las esperanzas que los españoles habían depositado en ella, pasados cinco años, habían desaparecido por completo[12]. La segunda experiencia republicana española ya no podía dar más de sí y cada vez eran más lo que pensaban que el levantamiento militar era lo único que hubiera sido capaz de resolver la situación cada vez más caótica del país. Por consiguiente, pensaban que solamente un triunfo de los militares y los civiles que los apoyaban (todos firmes partidarios del orden social), restauraría el orden y la paz.

Alejandro Lerroux, republicano de siempre, aunque muy moderado en sus últimos tiempos, llegó a escribir que: «El ejército no se sublevó contra el pueblo, que ya no era pueblo, sino rebaño de fieras… no se sublevó contra la ley, sino por la ley que todos habían jurado defender y que aquéllos [los políticos del Frente Popular] habían traicionado… No puede negarse que el Alzamiento Nacional, movimiento fraternal del pueblo y del ejército, vendrá a parar en una dictadura militar. Lo es ya. No podía ser otra cosa. Pero si lo que hay enfrente hubiese sido una democracia como cualquiera de las que rigen en otros pueblos, ¿se habría podido producir el Alzamiento Nacional?»[13].

La República había intentado primero esclavizar a la Iglesia, sometiéndola al Estado para anularla en el espacio público y, a continuación, suprimirla incluso físicamente. Los atropellos de todo género, las humillaciones, vejámenes y discriminaciones sufridas por los católicos representan una larga historia de violencias morales y físicas desde el vértice del poder político hasta la base del pueblo sectarizado por las ideologías mesiánicas de la izquierda. La buena voluntad demostrada por el episcopado y el clero, su prudencia y respeto junto al tacto del representante pontificio en Madrid no consiguieron nada. Históricamente no puede afirmarse que la Iglesia preparase la sublevación cívico-militar, sencillamente no puede demostrarse porque no se produjo tal hecho.

Otra cosa es que la situación cambiase radicalmente después del Alzamiento Nacional con una revolución comunista, tan brutal, aunque no menos preparada, como la que se desencadenó en pocos días. Hasta el punto de que se llega a faltar contra la veracidad histórica de los documentos al no recalcar e insistir debidamente en lo que supuso esa revolución y en las atrocidades que se cometieron desde los últimos días de julio de 1936 en la zona frentepopulista, que el mismo Gobierno no controló. El Gobierno se vio sobrepasado por la revolución que alentó desde el inicio del régimen del 14 de abril de 1931. Su primera consecuencia fue la pérdida total del escaso prestigio que le quedaba a la ya muy desacreditada República, a pesar del constante apoyo que recibió de varias las naciones democráticas.

P. Gabriel Calvo Zarraute | Sacerdote y Escritor

[1] Cf. Ricardo De la Cierva, El 18 de julio no fue un golpe militar fascista. No existía la legalidad republicana, Fénix, Toledo 2000, 415 y ss.

[2] Cf. A comienzos de 1936, el único partido político que podría considerarse fascista, Falange Española, apenas contaba con 25.000 afiliados. Stanley Payne, Falange. Historia del fascismo español, Sarpe, Madrid 1985, 137. «En las elecciones del 16 de febrero de 1936 Falange Española sólo obtuvo 46.000 votos y ningún escaño». Pío Moa, Los mitos de la guerra civil, La esfera, Madrid 2003, 129.

[3] Cf. Javier Paredes, Historia de España contemporánea, Ariel, Barcelona 2010, 751.

[4] Cf. César Vidal, Paracuellos-Katyn. Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda, Libros libres, Madrid 2005, 168; Ewan Mawdsley, Blancos contra rojos. La guerra civil rusa, Desperta ferro, Madrid 2017, 223.

[5] Ángel David Martin Rubio, Los mitos de la represión de la guerra civil, Grafite, Madrid 2005, 124.

[6] Cf. César Vidal, Chekas de Madrid. Las cárceles republicanas al descubierto, Planeta, Barcelona 2003, 89 y ss; José Javier Esparza, El terror rojo en España, Áltera, Barcelona 2007, 167.

[7] Cf. Julius Ruiz, El Terror Rojo. Madrid, 1936, Espasa, Madrid 2012, 215.

[8] Cf. Francisco Torres, El último José Antonio, Barbarroja, Madrid 2013, 566; La vida de José Antonio. Entre la represión y el olvido, Barbarroja, Madrid 2016, 198.

[9] Cf. Luis Suárez, Franco, Ariel, Barcelona 2005, 57.

[10] Cf. Félix Schlayer, Matanzas en el Madrid republicano. Paseos, Chekas, Paracuellos, Áltera, Barcelona 2006, 225; Ricardo de la Cierva, Los mártires de Paracuellos. La hora de la historia, Fénix, Toledo 2011, 24; Julius Ruiz, Paracuellos. Una verdad incómoda, Espasa, Madrid 2015, 155.

[11] Cf. Ricardo De la Cierva, Historia de la Guerra Civil Española, Fénix, Toledo 2006, 749.

[12] Cf. Pio Moa, El derrumbe de la segunda República y la guerra civil, Encuentro, Madrid 2001, 321.

[13] Alejandro Lerroux, Memorias políticas, Cimera, Buenos Aires 1945, 588-589.

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