En tiempos de confusión, relativismo moral, ideologías disolventes y ataques sistemáticos contra la verdad, la Patria, la familia y la vida, el alma humana corre el riesgo de rendirse ante la desesperanza. Es fácil caer en la tentación del desaliento cuando el mal parece avanzar sin freno y los valores eternos son pisoteados por una modernidad que ha renegado de Dios. Pero frente a esa oscuridad, resplandece una virtud firme y luminosa: la esperanza cristiana, – y hoy más cuando celebramos el sábado santo- que no se basa en utopías humanas ni en discursos vacíos, sino en una persona viva y verdadera: Jesucristo.
Es una esperanza que no defrauda. A diferencia de los engaños del mundo, la esperanza cristiana no es ilusión ingenua ni optimismo superficial. Es certeza profunda. Como afirma San Pablo, “la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5). Esta esperanza no es pasiva ni cómoda: nos lanza al combate diario por el bien, por la verdad y por la belleza, porque sabemos que Cristo ha vencido al mundo (cf. Jn 16,33).
Quien espera en Cristo, no se entrega al cinismo, no cae en la resignación, no baja los brazos, no cae en la desesperanza. Por el contrario: resiste, lucha, edifica. Esta virtud teologal ancla el alma en la eternidad y nos recuerda que ningún sufrimiento, ninguna injusticia, ninguna persecución tiene la última palabra. La última palabra siempre será de Dios.
Cristo es la roca firme en la que se sostiene nuestra vida personal, familiar y nacional. Sin Él, todo se tambalea. Con Él, incluso en medio de tormentas, podemos caminar sobre las aguas. En una España herida por décadas de ingeniería social, secularismo agresivo y políticas que socavan nuestra identidad cristiana, de cobardías de muchos estamentos, etc., es vital volver a levantar la mirada al cielo y recordar que nuestra patria tiene un destino eterno.
La esperanza en Cristo no nos llama a huir del mundo, sino a transformarlo. Cada padre que educa en la fe, cada madre que protege la vida, cada sacerdote que anuncia la verdad sin temor y sin claudicaciones, cada joven que decide vivir la castidad y la virtud, está dando un testimonio de esperanza. Y esa esperanza tiene fuerza transformadora.
España no está perdida mientras haya corazones encendidos por el amor a Dios. La decadencia cultural no es irreversible. Pero para revertirla no bastan palabras huecas ni discursos políticos ni soluciones técnicas. Se necesita una renovación espiritual, un retorno a la raíz, un acto de fe firme en Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Cuando el panorama social parece desesperanzador, el cristiano no baja la cabeza: la levanta. Esa es la actitud del creyente: mirar al cielo, pero sin dejar de luchar en la tierra. Con los pies firmes en el suelo, pero con el alma anclada en lo alto.
Porque nuestra esperanza no está en este mundo, sino en Aquel que lo venció, y que vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos. A esa esperanza nos aferramos. A esa luz caminamos.
Y desde ella, trabajamos por una España fiel a sus raíces cristianas, donde se defienda la vida, la familia y la libertad verdadera. Porque con Cristo, siempre hay esperanza. Y esa esperanza no defrauda… Y mañana domingo Cristo resucitará…
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2 comentarios en «Esperanza: España no está perdida si es fiel a sus raíces cristianas»
… exacto, satán lo sabe y por esto está tratando de destruir la civilización cristiana,… aborto, destrucción de la familia, LGTB, «woke», inmigración masiva musulmana, corrupción de políticos de todo signo, corrupción de medios de comunicación, corrupción sanitaria,…
Cuando la destrucción mueve el mundo, el buen espíritu se regenera.