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En las redes sociales, un insulto se vuelve viral más rápido que una reflexión profunda. En la televisión, los escándalos desplazan al debate intelectual. En la calle, la grosería se disfraza de «autenticidad«. ¿Cómo llegamos a normalizar —incluso a celebrar— lo vulgar en pleno siglo XXI? Lo que antes se consideraba de mal gusto hoy es aplaudido como «transgresor» o «real». Pero, ¿es realmente una democratización de la expresión o un síntoma de que la sociedad premia más la provocación que el mérito? Este fenómeno no es casual: responde a una cultura hiperconectada, hambrienta de atención y cada vez más deslumbrada por lo efímero.
Índice de contenido:
- El espectáculo del mal gusto
- El culto a lo soez: ¿Por qué ahora?
- ¿Por qué se celebra lo vulgar hoy en día?
- Las consecuencias: Un mundo más ruidoso, pero más pobre
- ¿Hay salida? Recuperar la elegancia sin caer en el elitismo
- ¿Civilización o barbarie 2.0
- Conclusión
El espectáculo del mal gusto
Un influencer escupe a la cámara y consigue millones de likes. Un político gana votos con insultos en lugar de propuestas. Un programa de televisión convierte la humillación en entretenimiento. Bienvenidos a la sociedad que no solo tolera lo vulgar, sino que lo celebra. Lo que antes se ocultaba por vergüenza hoy se viraliza como trofeo. ¿Es este el triunfo de la «autenticidad» o la rendición ante lo más bajo de nuestro instinto colectivo?
La vulgaridad —entendida no como pobreza material, sino como pobreza de espíritu— ha dejado de ser marginal para convertirse en moneda corriente. Las redes sociales, la televisión basura y hasta ciertos discursos políticos han normalizado la grosería, el escándalo y el pensamiento rápido como si fueran sinónimos de libertad. Pero ¿qué perdemos cuando lo ordinario se vuelve un valor?
El culto a lo soez: ¿Por qué ahora?
Las redes sociales y la economía de la atención: El algoritmo no premia la profundidad, sino el impacto. Un comentario hiriente genera más interacción que un análisis meditado; un gesto obsceno atrae más miradas que uno elegante. En la lucha por los seguidores, la vulgaridad es un atajo: requiere menos esfuerzo y ofrece recompensas inmediatas. Como decía el sociólogo Neil Postman, «nos estamos divirtiendo hasta la muerte«, pero ahora con likes incluidos.
La falsa rebeldía: Lo vulgar se vende como transgresión: «Decir lo que piensas» (aunque sea un insulto), «ser real» (aunque sea cruel). Pero, como apunta el filósofo Gilles Lipovetsky, en la hipermodernidad, la provocación vacía ya no desafía al sistema; es el sistema. Las marcas usan groserías en sus campañas, los reality shows convierten a personajes grotescos en héroes, y la política se reduce a espectáculo de gritos. ¿Dónde queda la verdadera rebelión —la del pensamiento crítico— en este circo?
El declive de los referentes: Antes, lo vulgar tenía contrapesos: instituciones educativas, medios rigurosos, figuras públicas que encarnaban cierta dignidad. Hoy, esos pilares se desdibujan. La escuela compite con TikTok, los periódicos con memes, y la autoridad cultural la ejerce un streamer que grita obscenidades. Sin filtros, todo vale.
¿Por qué se celebra lo vulgar hoy en día?
Cuando lo ordinario se convierte en tendencia: Un insulto se vuelve meme. Un escándalo genera más audiencia que un discurso elaborado. Un streamer gana millones haciendo burla cruel. Vivimos en una época donde lo vulgar no solo se tolera, sino que se premia con likes, shares y contratos publicitarios. Pero, ¿qué hay detrás de esta celebración colectiva de lo soez?
Las 5 razones clave por las que lo vulgar triunfa
🔴 1. La economía de la atención: El algoritmo premia el escándalo
- Datos clave: Los contenidos con carga emocional negativa (rabia, indignación) generan un 30% más de interacción (estudio MIT, 2021).
- Ejemplo: Videos de «humillaciones públicas» en TikTok superan regularmente los 10M de visualizaciones.
- Mecanismo: Plataformas como Instagram o YouTube priorizan lo llamativo, no lo valioso.
🔴 2. La falsa democratización: «Esto es lo que la gente quiere»
- Paradoja: Se justifica como «cultura popular«, pero es una versión distorsionada: «Si tiene audiencia, merece existir« → Se confunde consumo con valor artístico.
- Caso real: Programas como Gran Hermano VIP obtienen su máximo share en momentos de peleas viscerales.
🔴 La muerte de los referentes: Nadie exige más
- Comparativa:
Época pre-digital | 2020s |
Medios con filtros editoriales | Cualquier usuario puede ser «medio». |
Figuras públicas con discurso elaborado | Influencers que ganan fama por polémicas. |
🔴 La vulgaridad como arma política
- Estrategia: Líderes como Trump o figuras populistas usan deliberadamente lenguaje soez para:
- 1. Mostrarse «auténticos».
- 2. Polarizar (y movilizar) a su base.
- Estudio: Análisis de la Universidad de Stanford muestra que discursos con groserías aumentan un 22% el engagement en redes.
🔴 El agotamiento cultural: La sociedad del espectáculo 2.0
- Teoría aplicada: Guy Debord ya alertó en «La sociedad del espectáculo» (1967) sobre la mercantilización de la vida, pero ahora:
- Nueva capa: Lo vulgar es commodity (se vende como «entretenimiento auténtico»).
- Ejemplo: El éxito de programas como La Casa Fuerte, Supervivientes o La Isla de las Tentaciones (Telecinco)
Consecuencias: ¿Qué perdemos al reírnos de lo bajo?
- 📉 Lenguaje empobrecido: El 60% de jóvenes entre 18-24 años admite comunicarse mayormente con memes/emojis (Informe Pew Research, 2023).
- 💔 Normalización de la agresividad: Cyberbullying aumenta un 40% en plataformas que glorifican el «drama».
- 🎭 Cultura del descarte: Lo complejo (libros, arte conceptual) se tacha de «elitista«.
¿Hay alternativas? Cómo rescatar el valor sin caer en el puritanismo
- ✅ Consumo crítico: Seguir cuentas que mezclen humor con sustancia.
- ✅ Educar en alfabetización digital: Enseñar que lo viral no equivale a lo valioso.
- ✅ Exigir mejores referentes: Apoyar a creadores que usen la ironía fina (no el insulto fácil).
El gran engaño de la «autenticidad vulgar»: Lo vulgar triunfa no por ser «liberador«, sino por ser rentable. Es el resultado perfecto de un sistema que:
- Premia la velocidad sobre la profundidad.
- Convierte a los ciudadanos en espectadores.
- Vende transgresión empaquetada (sin cambiar nada).
La pregunta real no es «¿por qué se celebra?», sino «¿qué dejamos de celebrar al hacerlo?». Como escribió Byung-Chul Han: «Lo obsceno no es mostrar, sino obligar a mirar». Y hoy, lo obsceno tiene algoritmo propio.
Las consecuencias: Un mundo más ruidoso, pero más pobre
- Empobrecimiento del lenguaje: Cuando «¡Qué asco!» sustituye al debate, perdemos capacidad de matizar, de argumentar. El lingüista George Steiner ya advirtió que la banalización del lenguaje precede a la banalización del pensamiento.
- Normalización de la agresividad: Lo vulgar suele ser hiriente. Si glorificamos la grosería como «honestidad«, ¿qué espacio queda para la empatía?
- Cultura del descarte: Lo vulgar es efímero por naturaleza. En un mundo que idolatra lo inmediato, lo complejo —el arte, la filosofía— queda arrinconado como «aburrido».
¿Hay salida? Recuperar la elegancia sin caer en el elitismo
Criticar lo vulgar no significa abogar por un puritanismo aburrido. La gracia popular, el humor negro y hasta cierta crudeza tienen su lugar. El problema es cuando lo burdo se convierte en la única opción.
Algunas claves:
- Premiar el esfuerzo intelectual: Compartir más un ensayo que un insulto viral.
- Educar en el pensamiento crítico: Enseñar que la verdadera libertad no es decir cualquier cosa, sino entender qué vale la pena decir.
- Recuperar la ironía frente a la grosería: Como decía Oscar Wilde, «la vulgaridad es el comportamiento de los demás». La inteligencia puede ser igual de transgresora, pero con estilo.
¿Civilización o barbarie 2.0?
Lo vulgar siempre existió, pero nunca antes había sido tan rentable. Estamos ante una paradoja: en la era de la hiperconexión, la cultura se vuelve más superficial. Cuando confundimos libertad con falta de filtros, el resultado no es la liberación, sino el caos.
No se trata de volver a un pasado idealizado, sino de preguntarnos: ¿Qué sociedad queremos? ¿Una que premia el ruido vacío o una que aún cree en la belleza de las ideas? La elegancia no es elitismo; es resistencia. Después de todo, como escribió Umberto Eco, «lo vulgar no es el pueblo, es la pereza«. Y contra la pereza, solo hay un antídoto: exigirnos más.
Conclusión
La vulgaridad no es sinónimo de libertad, sino a menudo de pereza intelectual. Cuando lo burdo se convierte en norma, el diálogo se empobrece y lo verdaderamente revolucionario —pensar con profundidad, crear con rigor— queda ahogado en un mar de ruido.
Quizá sea hora de preguntarnos: ¿queremos una sociedad que glorifica lo soez por default, o una que aún cree en la elegancia de las ideas?
La cultura no se mide por los aplausos al descaro, sino por su capacidad de elevarnos. El desafío no está en censurar, sino en dejar de recompensar lo vacío. Después de todo, lo vulgar siempre existió; lo trágico es cuando se vuelve nuestro único referente.
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Etiquetas: #Vulgaridad en redes sociales, #Decadencia cultural, #Cultura del escándalo, #Influencers y vulgaridad, #Impacto de la televisión basura, #Normalización de la grosería
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