Cuando planificaron su chiringuito quienes establecieron la teoría del «cambio climático», lo hicieron con gran habilidad. Se trataba de acudir al casino para jugar a la ruleta apostando a todas las casillas y además, no solo gratis, sino cobrando por ello.
Porque pase lo que pase en la Naturaleza, sea en forma de deshielo, inundaciones, olas de calor o paradójicamente de frío, tsunamis en las costas, epidemias, pandemias, desplazamiento de especies y tantos otros acontecimientos buenos o malos para la actividad humana, todos se deben al mito del cambio climático.
La presunta solución al gran cataclismo es, para estos apóstoles del ecologismo, económica pero siempre favorecedora para sus insaciables bolsillos. Algún día, esperemos que no muy lejano, la voz de la Ciencia se impondrá y tanta superchería será desmontada, como desde la remota antigüedad lo fueron tantas otras teorías descabelladas o interesadas.
No hay que salvar el planeta
Vamos a relajarnos todos: ni el hombre es capaz de convertir el planeta en inhabitable, ni la tierra necesita que la salvemos; no es el planeta, sino la humanidad quien necesita ser correctamente gestionada para seguir avanzando en el progreso y luchar contra tantas calamidades, como la enfermedad, la pobreza, la necesidad de emigrar y un larguísimo etcétera olvidado en muchos casos en función de la ciega obediencia al supuesto cambio climático.
A pesar de la profusión de injusticias que podemos observar en nuestro mundo, bien podemos afirmar que jamás la humanidad en su conjunto ha disfrutado del bienestar actual, y buena parte de las bienaventuranzas se deben al descubrimiento y la «domesticación» de los combustibles fósiles.
No cabe duda de que estos recursos fueron el soporte de la llamada «revolución industrial», y, por otra parte hay que reconocer que no son inagotables, por lo que es imprescindible investigar sobre nuevos recursos y en eso estamos: la humanidad tiene que ser capaz de responder al reto energético, pero sin arruinar todavía más a los pobres.
Porque los avispados manipuladores del supuesto «cambio climático» están siendo capaces de cambiar el orden económico mundial a base de «cumbres mundiales» en las que se habla de recursos económicos millonarios como si se tratara de la vieja «calderilla»; se pretende que los países menos desarrollados frenen aún más sus mecanismos de progreso y por añadidura con la bendición de la izquierda y de los supuestos «progresistas».
En torno al mito del supuesto «cambio climático» se han acuñado una serie de términos que complementan tanta mentira, por ejemplo «sostenible«; ni actividades tan naturales e importantes para el hombre como la agricultura y la ganadería son «sostenibles» según los dictadores de las medidas contra el cambio: frente al consumo de carne natural se quiere fomentar la «carne tumoral«, o sea, los piensos compuestos para humanos, por no poner más que un ejemplo.
Volvamos a las desastrosas inundaciones sufridas por Europa y especialmente por Alemania la pasada semana; ni siquiera estos países con su carga de seriedad científica y su solvencia económica se han librado del diagnóstico inmediato del origen del desastre. «Las inundaciones se deben al cambio climático».
Sin investigaciones, sin investigación del pasado inmediato o remoto, sin estudiar de manera minuciosa y reflexiva sobre la idoneidad de los programas de riesgo de inundaciones de cada país. Tal celeridad en el diagnóstico habla a las claras de su falta de credibilidad.
Seguramente sería más prudente decir «no es verdad» que decir «es mentira», pero ha llegado la hora de hablar muy claro: no es verdad porque no se ha podido demostrar científicamente que el cambio climático sea una verdad científica; se trata solo de una teoría por cierto muy compleja y basada solamente en suposiciones.
A falta de demostración científica se recurre al llamado «consenso» para tratar de aplastar las discrepancias, pero es que la Ciencia no es parlamentaria sino absolutamente tajante: si una teoría se demuestra tras la correspondiente experimentación, pasa a ser una verdad científica; en caso contrario se queda en una simple hipótesis. No se trata de someterla a votación.
Pero una de las consecuencias más peligrosas de la creencia ciega en el supuesto cambio climático es que quienes lo asumen se consideran exentos de continuar investigando para llegar a la verdad. En el caso de las inundaciones de Alemania bueno será que abandonen las ideas preconcebidas para ponerse inmediatamente a trabajar para que la catástrofe no se repita.
Detrás de las inundaciones «que nunca habían ocurrido previamente» suele haber una falta de datos previos referidos a periodos mayores de cien años, que son los que vienen rescatando del pasado la memoria de los más ancianos o los registros históricos. Ni la mismísima Alemania debe tener un archivo tan anterógrado, lo cual sería imprescindible para hacer un mapa de riesgos.
En lo referente a nuestro país, sálvese quien pueda en el resto de Europa, faltan mapas de riesgos de inundación fiables a medio o largo plazo, pero aunque poco a poco estos se vayan elaborando, las dificultades económicas y políticas que implicaría derribar construcciones inadecuadas se imponen casi siempre sobre la prudencia.
Ahora es el momento de expresar nuestro más sentido pésame a las familias de los fallecidos y de los demás damnificados por las inundaciones, lo que no resulta incompatible con tachar de irresponsables a quienes se han precipitado a diagnosticar la culpabilidad del supuesto «cambio climático».
(Miguel del Pino. Libertad Digital)