¿Fue Aznar el mejor presidente de la democracia? | Luis Antequera

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Es una afirmación que se escucha a menudo cuando se frecuenta determinado territorio del sentir político español: “Aznar, el mejor presidente de la democracia”. Los que esto dicen acuden a datos como los siguientes: al fin y a la postre, el único presidente de la democracia que no subió impuestos y bajó drásticamente la deuda pública; durante su mandato la economía funcionó con potencia y creo muchos miles de puestos de trabajo; consiguió que España fuera respetada en la Unión Europea y se trajo de ella suculentos fondos; aunque con algún error fundamental al que nos referiremos, mantuvo una política exterior respetable. Ahora bien, ¿es esto todo?

Aznar, del que algunos esperaban que hubiera derogado la ley de aborto aprobada por el PSOE en 1985, coge la cifra de abortos en 49.000 al año cuando en 1996 comienza su mandato, y la deja en 85.000 en 2004: un incremento, por lo tanto, del 73% en ocho años, no está mal ¿eh? Sobre todo para el líder de un partido que sólo diez años antes había recurrido la ley ante el Tribunal Constitucional, y a punto estuvo de conseguir que, efectivamente, fuera declarada anticonstitucional (de hecho, la sentencia del alto Tribunal registró un empate que hubo de deshacer el voto cualificado de su presidente, García Pelayo a la sazón).

Es verdad que Aznar fue, de todos los presidentes de la democracia, el que con mayor ahínco persiguió a los terroristas de la ETA y de los otros grupos que bañaron en sangre nuestra Transición (mil muertos entre todos). Pero para que eso fuera así, tuvo que sentirse traicionado por la banda de forajidos etarras, cuando después de declarar en 1998 una tregua que duraría 437 días, algo más de un año y dos meses, la violó unilateralmente el día 22 de enero de 2000, asesinando en Madrid, su escenario favorito, al teniente coronel Pedro Antonio Blanco García. Hasta ese momento, las cosas como son, cuatro completos años, Aznar había hecho suya la política negociadora y rendicionista del PSOE de Felipe González, y hasta había realizado en televisión una curiosa declaración institucional en el que daba carta de naturaleza a un extraño “Movimiento Nacional de Liberación Vasco” que mencionó con todas las palabras y del que no habíamos oído hablar nunca antes, ni volvimos a oír hablar después.

Probablemente ningún gobernante español haya hecho una cesión tan grande de las competencias estatales como Aznar, cuando, en pago de los acuerdos alcanzados con los partidos nacionalistas catalanes y vascos para conseguir su investidura, entregaba a las autonomías las de sanidad y las de justicia, dos de las competencias que llevan aparejado el mayor presupuesto económico. Salió cara la presidencia de D. José María en términos de debilitamiento del estado central. Por eso pudo aquel ácido y antipático personaje de la política española que era el Sr. Arzallus, del Partido Nacionalista Vasco, expresar con el desprecio del que sólo él era capaz: “He conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González”.

Aceptando entregar a Jordi Pujol la cabeza de su candidato en Cataluña, Alejo Vidal Quadras, la única persona que producía dolor de testa al corrupto presidente de la Generalitat catalana, en pago una vez más, de su carísima investidura, Aznar se cargó a su propio partido en Cataluña para los restos, y lo que es aún peor, desmoronó con ello la resistencia española de cierta entidad que aún existía en aquella entrañable región de España. Los 17 escaños de Vidal Quadras en 1995, eran 12 en 1999, y 3 al día de hoy. No está mal tampoco, ¿eh?

Negoció también Aznar un extraño acuerdo con otro partido regional, Unión del Pueblo Navarro, para delegar en él toda la representación del Partido Popular en la región de Navarra, algo que ni entonces ni ahora, acierta uno a comprender. Esto ocurría en 1991, incluso antes de llegar al Gobierno. Sólo 17 años después, en 2008, UPN traicionaba al PP y votaba los Presupuestos Generales de la Nación junto con el PSOE de Zapatero y en contra del criterio del socio a cuyo electorado representaba en la región, encontrándose el PP, entonces, que tenía que recuperar los 17 años perdidos… ¡y ni sede tenía en Pamplona!

El 20 de noviembre de 2002, disponiendo, recordémoslo, de una aplastante mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, el Partido Popular de José María Aznar se unía, por primera vez, a todos los partidos de izquierdas y separatistas presentes en la cámara, -muchos de ellos, por cierto, con las mismas siglas con las que habían incurrido en abominables responsabilidades criminales en los días nefandos de la II República-, en la condena del franquismo. La maniobra, aunque entonces un miope PP ensoberbecido por su mayoría absoluta no fuera capaz de percatarse de ello, era algo más que una declaración: representaba la puntilla al espíritu de la Transición, condensado en dos frases que habían hecho fortuna hasta ese momento: “de la ley a la ley” y “ni buenos ni malos, ni vencedores ni vencidos”, mientras abría el camino a nefastas leyes de memoria histórica, de las que ya llevamos dos, y a las “verdades oficiales” establecidas desde el Gobierno como en las peores dictaduras comunistas, en detrimento, ni que decir tiene, de libertades tan fundamentales en un sistema democrático como la de pensamiento, la de cátedra, la de investigación, la de expresión, etc.

Y para terminar la guinda, que representó para su partido su autovoladura sin control de ninguna clase: la colaboración en una guerra, la de Irak, -está sí, distinta y distante-, en la que nadie adivina todavía cuales pudieran ser los importantes intereses españoles en juego. Una guerra que fue injusta –se invocó una causa, la existencia de armamento químico y nuclear que nunca apareció-; calamitosa –no se alcanzó uno solo de los objetivos deseados y hoy Irak es el mismo polvorín, o peor, que lo era entonces-, y para España, algo más que contraproducente, propiciando la victoria electoral del partido más antipatriótico y tóxico que existe en toda Europa, ese cáncer hispano llamado PSOE, que viene durando ya ciento cuarenta años. Una victoria que, sin la guerra y sin la colaboración en ella de España, no se habría producido jamás. Lo que en modo alguno representa, quede claro, justificación del nefando comportamiento del Partido Socialista Obrero Español en los días de autos, en los demostró seguir teniendo los mismos escrúpulos y el mismo patriotismo que siempre tuvo desde el mismísimo día de su fundación en 1879, o sea, ninguno.

Y bien, éste fue José María Aznar, “tal vez” el mejor presidente de los últimos 40 años de historia de España: sus logros arriba enunciados avalarían la afirmación (¡porque anda que los demás…!).

Ahora bien, está bajo el listón, no me diga Vd. que no…

 

Luis Antequera | Escritor

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