Fabrice Hadjadj: «Hay una estrategia cultural, pero diabólica, para desfigurar la naturaleza humana»

El filósofo francés Fabrice Hadjadj es uno de los intelectuales católicos de referencia en todo el mundo. La fecundidad de su pensamiento —fruto de su propia trayectoria personal, de orígenes judíos, juventud de militancia nihilista y conversión al catolicismo— es tal que no sólo ha alumbrado más de 30 libros, sino también todo un vanguardista instituto en Friburgo, el Philanthropos, centrado en las Humanidades.

Ahora, Hadjadj, junto a su mujer y sus diez hijos, acaba de mudarse a España para poner en marcha un proyecto formativo similar, pero aún más ambicioso e interdisciplinar: el instituto Incarnatus, cuya andadura arrancará en 2026 y que prevé combinar, para un reducido grupo de alumnos, enseñanzas clásicas como la Filosofía, la Astronomía, la Literatura o la Filología, con saberes artesanos como la carpintería, el teatro o la horticultura.

El periodista José Antonio Méndez le entrevista para El Debate, para explicar la gestación y génesis del proyecto, Por su interés reproducimos dicha entrevista

Dice que el objetivo de su proyecto es «enseñar a las personas a vivir como humanos y enviar verdaderos cristianos al mundo», en medio de una «cultura de combate». ¿Por qué necesita hoy España un proyecto así?

— Porque el verdadero combate es lo que nos saca de la mera polémica, de la simple polarización. El mundo hispano sigue profundamente desgarrado. Lo digo con cautela, porque no soy español, pero es algo que observo desde fuera. En España hay heridas que no han sanado: la Guerra Civil aún pesa y no está tan lejos. Es normal: la Revolución Francesa fue también una guerra civil y los franceses aún no se han repuesto del todo. El problema de este tipo de guerras es que el hermano se convierte en enemigo del hermano. El español enemigo del español. Y así, hay una España que niega a otra España, que la considera ilegítima. ¿Cómo asumir esto y superarlo para crear una nueva sociedad?

Usted dirá…

— La salida no está en la negación del problema o el enfrentamiento con el otro, sino en aprender a reconocer lo mejor de cada herencia, incluso dentro de nuestras contradicciones. Se trata de acoger lo valioso tanto de una tradición conservadora como de una herencia republicana. Yo, por ejemplo, soy hijo espiritual de José Bergamín, un republicano español que tuvo que exiliarse. También admiro a Manuel Chaves Nogales, autor de A sangre y fuego, porque supo mirar con lucidez más allá de las ideologías, buscando siempre la verdad en medio del desastre. Hoy necesitamos salir de todos estos enfrentamientos entre socialistas y capitalistas, en sus diferentes versiones.

Hoy se habla mucho de «polarización» social y política, aunque esas divisiones dañan incluso el interior de los hogares. Usted propone otro camino: el del combate espiritual. ¿En qué consiste?

— El combate actual contra la división y la reducción de la naturaleza humana no puede ser ingenuo, ni caer en el pacifismo naif, como si nos bastara con buena voluntad. De esta guerra que niega al otro sólo se sale a través de un combate que es, ante todo, espiritual. Y eso significa, en primer lugar, mantener la caridad por encima de cualquier otra virtud. Como dice santo Tomás de Aquino, la caridad es la forma de todas las virtudes, su perfección. Si el coraje no está amoldado por la caridad, se convierte en temeridad o en cobardía. Por eso la caridad está en el corazón del verdadero combate. Y este combate es, ante todo, un combate para amar: para amar incluso al enemigo, y para amarme a mí mismo en mis heridas. Se trata de aceptarme a pesar de mis caídas, y desde ahí acoger al otro. Es una lucha interior, que recuerda a la visión de san Agustín en La Ciudad de Dios.

Parece providencial, entonces, que el Papa para este momento histórico sea, justo, hijo de san Agustín…

— Así es. León XIV ha dicho que su visión está anclada en La Ciudad de Dios. Por eso ha hablado de la urgencia de la paz, pero sabe que esa paz pasa por el combate interior. No es un pacifismo superficial. Es una lucha que nace de la fe en un Dios que llama a todos, incluso al enemigo. Yo mismo he sido enemigo de Dios, y aun así Él ha venido a buscarme. ¿Cómo no va a ir también en busca de aquel que yo considero enemigo? De hecho, en La Ciudad de Dios se dice algo muy profundo: que en tu propio campo pueden estar los peores enemigos de Dios, incluso quienes dicen «Jesús, Jesús» pero no hacen justicia. Y en el campo contrario puede haber personas más cercanas a Dios, porque buscan sinceramente la justicia. Esto nos obliga a vivir más allá de la polémica, con una fe y una caridad que orienten nuestras acciones. El combate espiritual es un combate de contemplación y de amor. No es blando, es violento: empieza por dentro. Antes de hablar de combate cultural, necesitamos este combate interior, por la verdad y por la caridad.

Yo no creo en un complot de hombres contra la familia… porque creo en el demonio

Usted ha dicho que Incarnatus nace porque parece haber un proyecto global para desarraigar al ser humano de su propia naturaleza. ¿Cree realmente que existe un proyecto internacional para combatir la naturaleza humana y la familia en la que nace?

— [Hace un prolongado silencio, sonríe y responde, mirando a los ojos] Yo no creo en un complot de hombres… porque creo en el demonio. Creo en Dios y creo en el diablo. Y por eso veo que sí, hay una estrategia espiritual, pero diabólica, no sólo cultural, para desfigurar al hombre: la naturaleza humana y la familia en la que nace. Cuando se niega el demonio, uno se expone a ser utilizado por él sin saberlo. Y a él no se le combate sólo con ideas, sino con un acto profundo de fe. Asistimos a un combate de verdad, en el que la esencia del hombre se defiende desde su vocación eterna: ser hijo de Dios. Veo pruebas evidentes de ello.

¿Por ejemplo?

— Las mismas que entendió Bernanos en su texto sobre la guerra de España. Él vio cómo personas que no son particularmente inteligentes, ni particularmente malvadas, pueden llegar a generar efectos devastadores. Es la prueba de la existencia del demonio: no sólo porque el otro está manipulado por una inteligencia y una maldad superior a la suya, sino porque yo también corro el riesgo de ser manipulado. Y si sólo denuncio al otro, sin reconocer mis propios límites, caigo en su trampa. La verdad exige que se denuncie la mentira, sí, pero sin olvidar la dignidad del otro. De lo contrario, soy yo quien reproduce la lógica del odio.

Propone una formación radicalmente contraria a la Inteligencia Artificial. Pero hoy asistimos a una nueva revolución industrial basada en la IA. ¿No es irresponsable animar a nuestros hijos a formarse en algo tan contrario a esa lógica tecnológica, viendo el futuro que les espera?

— El mundo ofrece una cosa, pero el cuerpo habla y pide otra cosa. La Inteligencia Artificial es un divertimento en el que fingimos creer. Tenemos jóvenes que la usan para hacer los deberes, y profesores que la usan para preparar clases y comprobar que sus alumnos no la usen para sus deberes. Pero detrás de eso, sólo hay crisis. La Inteligencia Artificial es un bluf, un farol.

Sin embargo, los jóvenes no dejan de usarla. Y va a más.

— Los jóvenes quieren hacer cosas con IA, pero también vivir con su cuerpo. Y como no encuentran la razón de su cuerpo, de su naturaleza, lo utilizan de forma anárquica. Los profesores también están atrapados en esa contradicción: usan la IA, pero su persona se desvanece. Y la realidad acaba manifestándose: depresión, droga, adicciones… En los 60, existía un mundo patriarcal del que los jóvenes querían liberarse. Ahora, lo que buscan es adicción. Ya no pueden más con una libertad vacía, porque no tienen esperanza. Su corporeidad ha sido olvidada por la IA, y su inteligencia humana es despreciada. Ya no saben pensar. Piden a las máquinas que tomen el mando de su vida. Se someten a dispositivos, a soluciones prefabricadas. Esa es la realidad de nuestra época. Lo responsable, lo que quiero para mis hijos, es lo contrario a ello.

¿Cómo pueden las familias mantener la esperanza de que sus hijos y nietos vivirán conforme a la naturaleza humana, creada según el plan Dios, en este mundo distópico?

— La verdadera pregunta es: ¿somos realmente cristianos? Porque muchas veces esperamos del mundo, no de Dios. Incluso siendo cristianos, ponemos nuestra esperanza en el futuro, en vez de en la eternidad. Y eso nos deja en una posición defensiva, de reacción. Sin embargo, la actitud cristiana es ofensiva, es de iniciativa. Es hacer venir al mundo lo que no es del mundo. Es alumbrar y atraer lo que no existe. Es recordar que Jesús dijo que, en la cruz, atraería a todos hacia sí. Nos da miedo ver un mundo oscuro a nuestro alrededor. Pero es que nosotros somos los portadores de la luz. Y si hay más oscuridad a tu alrededor, tu pequeña luz brilla aún más. Y atraerá a los otros hacia ti. Aunque tú estés en la cruz para ello.

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