El espejismo de la derecha: ¿realmente echar a Sánchez es la solución? | Albert Mesa Rey

En el panorama político español actual, un fenómeno me llama especialmente la atención: la justificación que muchos votantes de derechas emplean para respaldar al Partido Popular (PP) a pesar de su evidente giro hacia el centro. El argumento es sencillo y, a primera vista, convincente: lo primordial es sacar a Pedro Sánchez del gobierno. Bajo esta premisa, cualquier discrepancia ideológica con Alberto Núñez Feijóo y su equipo se difumina, como si el mero relevo en el poder fuese sinónimo de un cambio sustancial. Sin embargo, este razonamiento no solo es reduccionista, sino que puede ser profundamente engañoso. Porque, en el fondo, ¿en qué se diferencia realmente la dirección actual del PP del llamado «globalismo» que tanto critican en el PSOE?

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La trampa del «menos malo»: cómo el miedo a Sánchez anula el juicio crítico de la derecha

En política, pocas estrategias son tan efectivas —y a la vez tan perniciosas— como la del «menos malo«. Consiste en convencer al electorado de que, aunque su opción preferida no sea perfecta, la alternativa es tan catastrófica que cualquier defecto queda justificado. En España, este mecanismo ha sido empleado con maestría por el Partido Popular (PP) para blindarse de las críticas desde su flanco más conservador. «Sí, Feijóo no es perfecto, pero imagínate cuatro años más de Sánchez«. El argumento, repetido hasta la saciedad, funciona como un anestésico ideológico: adormece el pensamiento crítico y convierte el voto no en una elección, sino en un acto de supervivencia.

El «mal absoluto» como cortina de humo

La demonización de Pedro Sánchez ha alcanzado en ciertos sectores de la derecha niveles casi mitológicos. Se le presenta no como un adversario político con el que discrepar, sino como una suerte de amenaza existencial para España. Este relato, útil para movilizar al electorado, tiene un efecto secundario peligroso: anula cualquier capacidad de exigencia hacia el PP. Si Sánchez es el mal absoluto, cualquier cosa que no sea él se convierte automáticamente en aceptable.

Pero aquí surge la paradoja: ¿qué pasa cuando el «menos malo» es, en realidad, muy parecido al «malo»? Porque si analizamos las políticas reales —más allá del ruido discursivo—, las diferencias entre el PP y el PSOE en temas clave como la gestión económica, la sumisión a Bruselas, la política migratoria o incluso la agenda social se reducen a matices. Ambos partidos operan dentro del mismo marco globalista, ambos aceptan sin cuestionar los dictados de la UE, y ambos evitan cualquier ruptura real con el statu quo. La gran diferencia está en el tono, no en el fondo.

La rendición ideológica de la derecha

Lo más preocupante de esta dinámica no es que el PP se mueva hacia el centro —algo habitual en los partidos que aspiran a gobernar—, sino que una parte importante de su base electoral lo justifique sin apenas resistencia. Antes, los votantes conservadores exigían coherencia: si el PP se desviaba de sus principios, había queja interna, presión y, en algunos casos, castigo electoral. Hoy, en cambio, prima la resignación. «Da igual lo que haga Feijóo, lo importante es que Sánchez se vaya«.

Esta actitud tiene un nombre: comodidad intelectual. Es más fácil seguir el relato simplista de «ellos o nosotros» que enfrentarse a la incómoda realidad de que, tal vez, el PP ya no representa los valores que muchos de sus votantes dicen defender. Y así, mientras la derecha se distrae con la caricatura de Sánchez como gran villano, el propio PP va adoptando, poco a poco, las mismas políticas que supuestamente debería combatir.

El círculo vicioso del bipartidismo light

El juego del «menos malo» no solo beneficia al PP, sino que perpetúa un sistema político estéril. Si el electorado vota por miedo y no por convicción, los partidos no tienen incentivos para mejorar. ¿Para qué arriesgarse con propuestas audaces o rupturistas si, al final, la gente te votará igual solo por no ser el otro? Esto explica por qué el PP puede permitirse ser ambiguo en temas clave como la inmigración, la soberanía nacional o el modelo económico: sabe que, hagas lo que hagas, una parte importante de tu base no te abandonará.

El resultado es un bipartidismo descafeinado, donde las siglas cambian, pero las políticas siguen igual. Y cuando los votantes se den cuenta —como ya ocurrió con el PSOE y la izquierda desencantada—, la frustración puede llevar a opciones más radicales. De hecho, el auge de Vox es, en parte, consecuencia de este vacío ideológico del PP.

¿Hay salida? Recuperar el juicio crítico

La solución no es dejar de votar al PP, sino dejar de hacerlo de manera acrítica. Si los votantes de derechas realmente quieren un cambio, deben exigir algo más que un simple relevo en La Moncloa. Deben preguntarse: ¿qué modelo de país ofrece el PP? ¿En qué se diferencia realmente del PSOE? ¿O solo es un PSOE con corbata?

La política no puede reducirse a elegir entre dos versiones de lo mismo. Si la derecha quiere evitar la trampa del «menos malo«, debe recuperar la capacidad de juzgar a sus representantes no por lo que no son, sino por lo que son. Porque al final, el mayor engaño no es que el PP haya cambiado… sino que muchos hayan decidido no darse cuenta.

Feijóo y Sánchez: ¿dos caras de la misma moneda?

En el teatro político español, pocos debates generan tanta resistencia como la idea de que Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez podrían ser, en esencia, variaciones de un mismo modelo. Para muchos votantes, la mera sugerencia resulta escandalosa: ¿cómo equiparar a un líder «moderado de derechas» con un presidente acusado de «radicalismo socialista»? Sin embargo, más allá del ruido partidista, un análisis desapasionado revela que ambos comparten un sustrato ideológico común, enmarcado en lo que se ha dado en llamar globalismo: esa corriente que prioriza la gobernanza supranacional, el economicismo tecnocrático y la adaptación a los grandes consensos internacionales, ya sean económicos, geopolíticos o sociales.

La sumisión a Bruselas (y más allá)

Tanto el PSOE como el PP han aceptado sin fisuras el marco de la Unión Europea, no solo en su dimensión económica —con políticas de austeridad o fondos Next Generation que ninguno de los dos cuestiona—, sino también en ámbitos como la agenda 2030, la regulación digital o incluso la cesión de soberanía en política migratoria. Feijóo, pese a su retórica de «sentido común«, no ha planteado ninguna revisión crítica del rol de España en la UE, ni ha desafiado abiertamente directivas como las de emisiones o la fiscalidad armonizada. Sánchez, por su parte, ha abrazado con entusiasmo el europeísmo burocrático, pero en la práctica, ambos coinciden en un punto clave: la política nacional está subordinada a decisiones tomadas fuera de España.

¿Dónde está, entonces, la gran diferencia? En el tono, no en los hechos. El PP critica a Sánchez por su «dependencia» de Bruselas, pero cuando gobernó Rajoy aplicó recortes aún más severos que los exigidos por la Troika. Feijóo no propone recuperar soberanía monetaria, ni replantear el modelo de integración: solo pide «negociar mejor«, un eslogan vacío que no altera el statu quo.

Política económica: neoliberalismo con matices

En lo económico, el discurso del PP parece más «ortodoxo» —menos gasto, menos impuestos—, pero su práctica real en gobiernos autonómicos y municipales rara vez rompe con el modelo de grandes concesiones a oligopolios, subvenciones a empresas amigas y deuda pública estratosférica. Feijóo no habla de reducir el tamaño del Estado, sino de «gestionarlo mejor«, igual que Sánchez defiende un «aparente capitalismo progresista» que, en realidad, mantiene intactos los mecanismos de poder financiero.

El ejemplo más claro es la energía: ambos partidos han perpetuado un sistema que beneficia a las grandes eléctricas, con ligeras variaciones en los subsidios. Tampoco hay diferencias sustanciales en su visión del mercado laboral (flexibilización con parches) o en su dependencia del turismo y la construcción como pilares económicos. El PP no propone una revolución liberal; el PSOE no impulsa una redistribución radical. Ambos administran el mismo sistema, con distintos grados de maquillaje social.

La gestión migratoria: misma política, distinto relato

Uno de los temas donde más se nota el doblepensar de la derecha es en la inmigración. El PP acusa a Sánchez de «caos fronterizo«, pero cuando gobernó no cerró Melilla, no deportó masivamente ni frenó la llegada de pateras. De hecho, bajo el mandato de Rajoy, España firmó acuerdos con Marruecos casi idénticos a los actuales. Feijóo promete «mano dura«, pero sus propuestas concretas se limitan a más policía en las costas y algún centro de internamiento extra: nada que cuestione la inmigración masiva como fenómeno estructural del capitalismo global.

Sánchez, por su parte, alterna gestos humanitarios (regularizaciones parciales) con deportaciones exprés y acuerdos con dictaduras africanas. La diferencia, otra vez, es cosmética: los dos asumen que España necesita mano de obra barata y que las fronteras no se pueden cerrar del todo, porque el sistema lo exige.

El régimen del 78 versión 2.0

Feijóo y Sánchez representan la misma moneda porque ambos son productos de un sistema que ya no debate qué modelo de país queremos, sino quién lo gestiona con menos escándalos. El PP ofrece tecnocracia con bandera; el PSOE, progresismo de hashtag. Pero en los ejes que realmente importan —soberanía, economía, geopolítica—, sus diferencias son de grado, no de fondo.

La trampa para los votantes es creer que están eligiendo entre proyectos antagónicos, cuando en realidad solo cambia el envoltorio. Mientras la derecha se distrae con el espantapájaros de Sánchez, y la izquierda con el de Vox, el bipartidismo sigue intacto, y con él, las élites que lo sustentan. La verdadera disyuntiva no es PP o PSOE, sino seguir aceptando este juego… o empezar a exigir alternativas que sí rompan el molde.

El peligro de la resignación ideológica: cómo el «esto es lo que hay» destruye la política

El mayor triunfo de cualquier sistema político no es que la gente lo apoye, sino que deje de creer que puede cambiarlo. En España, ese fenómeno se ha instalado con una peligrosa naturalidad, especialmente entre los votantes de derechas. Ante el giro del PP hacia el centro, muchos conservadores no protestan, no exigen coherencia, no buscan alternativas. Se limitan a encogerse de hombros y murmurar: «Es lo que hay«. Esta resignación no es pragmatismo: es la antesala de la muerte ideológica.

La normalización de la traición política

Cuando un partido abandona sus principios, pero sigue recibiendo el mismo apoyo, envía un mensaje devastador: las ideas no importan. El PP lo ha entendido a la perfección. Saben que pueden defender hoy lo que ayer negaban (amnistías, pactos con separatistas, políticas migratorias blandas) sin sufrir consecuencias, porque han convertido a Sánchez en el perfecto chivo expiatorio. «Sí, hemos claudicado, pero mira el otro lado«.

El problema es que esta lógica no es sostenible. Cada vez que los votantes perdonan una incoherencia a cambio de un discurso anti-Sánchez, el partido se siente legitimado para dar otro paso hacia el centro. El resultado es un PP que ya no representa a la derecha, sino a la inercia del poder.

El mito del «voto útil» como cárcel mental

El «voto útil» es la gran trampa del sistema. Bajo este concepto, generaciones de votantes han renunciado a sus convicciones para evitar «dividir» el voto y «regalar» elecciones al rival. Pero ¿útil para quién? No para el elector, sino para los partidos que así evitan tener que seducirle con propuestas reales.

La derecha española lleva años prisionera de este mantra. Primero fue «vota PP para que no gane Zapatero«, luego «vota PP para frenar a Sánchez«, y ahora «vota PP, aunque sea igual, porque el PSOE es peor«. Es un círculo vicioso: cuanto más se repite, más se debilita la capacidad de exigir algo mejor.

La falsa dicotomía: ¿por qué solo hay dos opciones?

El bipartidismo ha muerto formalmente, pero sigue vivo en la mentalidad de muchos votantes. Se asume que solo hay dos caminos (PP o PSOE) y que cualquier otra opción es «perder el tiempo«. Esto ignora un hecho crucial: los sistemas políticos no son inmutables.

En otros países europeos, partidos alternativos han roto el duopolio cuando la gente se cansó de elegir entre lo mismo. En España, sin embargo, la derecha sigue anclada en el miedo a «fragmentarse«, como si la unidad alrededor de un partido vaciado de ideas fuese preferible a la diversidad de opciones con principios claros.

La generación perdida: jóvenes sin referentes

El efecto más grave de esta resignación es generacional. Los votantes jóvenes que buscan una derecha con identidad —soberanista, firme en valores, crítica con el globalismo— no la encuentran en el PP, pero tampoco se atreven a abandonarlo por miedo al «desperdicio» del voto. El resultado es una juventud política huérfana: demasiado conservadora para la izquierda, pero demasiado crítica para la derecha oficial.

Esta brecha explica en parte el auge de plataformas como Vox, pero también el creciente abstencionismo entre quienes ya no creen en nadie. Cuando la política se reduce a elegir el mal menor, la abstención se convierte en el único grito de protesta posible.

¿Hay salida? Recuperar la dignidad del votante

La solución no es simple, pero empieza por un acto de rebeldía intelectual: negarse a votar por miedo. Exigir que los partidos ganen el apoyo con propuestas, no con amenazas. Si el PP quiere el voto de la derecha, que ofrezca una derecha auténtica; si no lo hace, que asuma las consecuencias.

La historia demuestra que los sistemas políticos solo cambian cuando los votantes se cansan de ser rehenes. Si la derecha española quiere dejar de ser el ala izquierda del régimen, debe empezar por dejar de premiar a quienes la traicionan. Porque al final, la política no es sobre gestionar el declive, sino sobre tener el coraje de detenerlo.

Conclusión: ¿Y si el verdadero cambio está en las ideas, no en los nombres?

El gran engaño de la política contemporánea es hacernos creer que lo importante son las personas, no los proyectos; los líderes, no las ideas. España lleva años atrapada en este espejismo: discutimos sobre Sánchez, Feijóo, o Díaz como si fueran la esencia del debate político, mientras ignoramos que, detrás de sus rostros, operan estructuras de poder que permanecen inalterables.

La derecha española —y en general, el electorado— debe entender algo fundamental: no se cambia un país sustituyendo a unos gestores por otros, sino transformando los principios que rigen la gestión. El PP puede llegar al poder, pero si no cuestiona el marco globalista, el centralismo bruselense, la economía financiarizada o la disolución identitaria, ¿qué habrá ganado España? Un gobierno distinto, sí, pero las mismas políticas.

El fracaso del «cambio» sin ideas

La historia reciente está llena de ejemplos de partidos que llegaron al poder prometiendo rupturas y terminaron administrando el sistema. Zapatero habló de «la sonrisa de España» y gobernó con la ortodoxia del BCE; Rajoy prometió «arreglar» la crisis y aplicó el rescate; Sánchez se vendió como progresista y hoy negocia con la derecha racista catalana y vasca. Feijóo, por su parte, critica a Sánchez, pero no propone un modelo alternativo de país.

Este ciclo se repite porque los partidos han aprendido que lo importante es ganar, no transformar. Y los votantes, por su parte, han normalizado que la política sea un mero relevo de élites.

La derecha necesita un proyecto, no solo un enemigo

El antisanchismo no es un programa. La obsesión por echar a Sánchez —comprensible para muchos— se ha convertido en una excusa para no pensar en qué debe venir después. Una derecha seria debería estar discutiendo:

  • Soberanía nacional: ¿Cómo recuperar margen de maniobra frente a Bruselas?
  • Economía real: ¿Cómo dejar de depender del turismo y la burbuja inmobiliaria?
  • Identidad: ¿Cómo preservar la cultura española sin caer en el folklorismo?
  • Geopolítica: ¿Qué papel debe jugar España en un mundo multipolar?

En cambio, el debate se reduce a «Sánchez malo, Feijóo menos malo«. Mientras tanto, el país se desangra en problemas estructurales que ni el PP ni el PSOE quieren resolver.

La izquierda tampoco se salva

Este análisis no es solo para la derecha. La izquierda que votó a Podemos esperando un cambio radical hoy ve cómo Sumar repite los mismos guiones de siempre: alianzas con el PSOE, moderación forzada y renuncia a cualquier ruptura real. El problema, por tanto, no es solo de un partido, sino de un sistema que premia la adaptación y castiga la rebeldía.

El camino: repolitizar el debate

La solución pasa por romper con el falso consenso de que «no hay alternativa«. Hay que:

  1. Exigir programas concretos, no eslóganes vacíos.
  2. Castigar a los partidos que traicionan sus principios, aunque eso implique perder alguna elección.
  3. Recuperar el debate de ideas, más allá de los personalismos.
  4. Apoyar alternativas que cuestionen el régimen, no solo a sus administradores.

Reflexión final: ¿Queremos cambiar el gobierno o cambiar el país?

Si la derecha solo aspira a poner a Feijóo en La Moncloa para hacer lo mismo que Sánchez (pero con mejor prensa), entonces no está luchando por España, sino por su turno de poder. Lo mismo vale para la izquierda.

La verdadera política no consiste en elegir caras, sino destinos. Y hasta que los votantes no entiendan eso, seguiremos cambiando de conductor mientras el autobús avanza, imparable, hacia el mismo precipicio.

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Albert Mesa Rey
es de formación Diplomado en Enfermería y Diplomado Executive por C1b3rwall Academy en 2022 y en 2023. Soldado Enfermero de 1ª (rvh) del Grupo de Regulares de Ceuta Nº 54, Colaborador de la Red Nacional de Radio de Emergencia (REMER) y Clinical Research Associate (jubilado). Escritor y divulgador. 
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2 comentarios en «El espejismo de la derecha: ¿realmente echar a Sánchez es la solución? | Albert Mesa Rey»

  1. Desgraciadamente la asociación izquierdas (sinistra) con la masonía (sin-mas en adelante), actúan perversamente y con impunidad llevándonos a un abismo que, ése sí es un abismo.
    Y uno blandamente diría: ¿Verdaderamente es como para aplastarles? ¿Hay algo rescatable?: La historia nos revela las grandes mentiras de la izquierda con sus ocultamientos y silencios cuando tocaban «palos».
    Desde mi punto de vista sus actuaciones son siempre buscando poder mintiendo, engañando y con trampas y silenciándolas. En mi opinión, si es posible debe eliminárseles o silenciarlas para nosotros como mínima pauta de higiene moral. (También mental).
    Y respecto a las masonías ya el hecho de ser «discretas», eso se dicen ellos y en realidad es una ocultación sistemática de sus «pretensiones» les hace sospechables de toda traición, como así ahora proceden.
    En resumen: permanente deslealtad del grupo «sin-mas»

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