El Camino Primitivo, la senda del rey que forjó la primera peregrinación. Donde el silencio habla | Albert Mesa Rey

La geografía del alma: un diálogo con el paisaje: Quien se aventura por el Camino Primitivo no busca la comodidad, sino la esencia. El trayecto, que se extiende a lo largo de aproximadamente 320 kilómetros desde Oviedo hasta su confluencia con el Camino Francés en Melide, es una sucesión de paisajes que exigen respeto y ofrecen, a cambio, una belleza austera y reveladora. Lejos de ser una mera sucesión de etapas, el camino se revela como un discurso geográfico y anímico, un viaje orgánico donde cada ascenso, cada bosque y cada braña desolada modulan el estado de ánimo del peregrino.

Este año, nos hemos adentrado en este diálogo singular recorriendo la etapa que une Oviedo con Lugo. Nueve días de caminar en los que mi mujer y yo, hemos avanzado juntos en perfecta camaradería y complicidad. Hubo espacio para la conversación fluida, para compartir sensaciones ante un paisaje sobrecogedor, y también para esos silencios introspectivos que son tan elocuentes como las palabras. Fue en esos momentos de quietud compartida donde el camino nos habló con mayor claridad, recordándonos que la peregrinación es, en última instancia, un viaje hacia los demás y hacia uno mismo.

Índice de contenido

El contexto histórico

La senda del rey: Corría el siglo IX cuando un eremita, guiado por prodigiosas luminarias, descubrió lo que hoy conocemos como el sepulcro del Apóstol Santiago. La noticia, que se expandió como un reguero de pólvora y llegó a oídos del rey de Asturias Alfonso II apodado “el Casto”. Ante tal hallazgo, el soberano, impulsado por la fe y la necesidad política de consolidar su reino frente al avance musulmán, emprendió viaje desde Oviedo hasta Compostela. Aquel trayecto, realizado para verificar la autenticidad de las reliquias, se convertiría en el germen de la primera ruta jacobea: el Camino Primitivo.

No fue, por tanto, una vía creada por y para los peregrinos, sino la ruta de un rey que, sin saberlo, estaba trazando el itinerario de fe más antiguo de la Cristiandad hacia el Finis Terrae. Su gesto fundacional proporcionó a este camino de un aura de autenticidad y sobriedad que aún perdura.

La columna vertebral de la Reconquista: El Camino Primitivo fue mucho más que una ruta de peregrinación; se erigió en la columna vertebral del incipiente reino astur. A lo largo de su trazado, se fundaron monasterios, se erigieron fortalezas y se fueron articulando villas y mercados que servían tanto al peregrino como a la estrategia militar y repobladora. Era el nervio por donde circulaban no solo devotos, sino también ideas, arte —el prerrománico asturiano es su máximo exponente—, comercio y soldados. Con el paso del tiempo, la apertura de rutas costeras y del Camino Francés, más llanas y pobladas, hizo que el Primitivo perdiera el favor de las multitudes. Este olvido relativo, sin embargo, fue su salvaguarda. Mientras otras rutas se modernizaban y se llenaban de servicios, el Primitivo se mantenía fiel a su esencia: un camino duro, solitario y profundamente espiritual, reservado para aquellos que buscan una experiencia más auténtica e introspectiva.

El discurso de la tierra: de Oviedo a Lugo

El Camino Primitivo entre Oviedo y Lugo no es una simple sucesión de etapas; es un viaje orgánico a través de la columna vertebral verde y pétrea del norte de España. Quien lo recorre no cuenta kilómetros, sino sensaciones: el esfuerzo de las subidas, la serenidad de las brañas, la humedad de los bosques y la recompensa de las altas cumbres. Es un diálogo constante entre el caminante y un paisaje que exige respeto y ofrece belleza austera a cambio.

La partida desde Oviedo tiene un carácter casi ceremonial. Tras abandonar la protección de la ciudad y su majestuosa Cámara Santa, el camino se dirige sin dilación hacia el interior, como si pretendiera alejar al peregrino de cualquier tentación de mundanidad.

La primera etapa, hasta Grado, es un preludio engañoso. Avanza por valles verdes y pueblos acogedores, una Asturias domesticada que prepara, con su suave ondulación, las pruebas que han de venir. Es una etapa de calentamiento, tanto físico como mental.

Pero la verdadera esencia del Primitivo se revela al día siguiente, en el ascenso hacia Salas y, sobre todo, en la jornada épica que conduce a Tineo. Aquí el camino desvela su carácter: abandona lo llano y se encarama decidido hacia las montañas. Las carreteras se desdibujan y se convierten en senderos de tierra y piedra, flanqueados por bosques de castaños y robles centenarios. El sonido urbano es sustituido por el murmullo del viento y el agua de los arroyos. Cada paso hacia arriba es una inversión; se paga con sudor para obtener, a cambio, perspectivas cada vez más amplias y una sensación creciente de alejamiento del mundo.

La prueba de fuego, el momento culminante de esta primera mitad del trayecto, es la ascensión al Puerto del Palo. Esta etapa, que se extiende desde Pola de Allande hasta Berducedo, es sin duda la más exigente, pero también la más gratificante. El sendero asciende sin tregua entre brañas desoladas y pastos de altura, donde el cuerpo protesta, el ritmo se vuelve lento y la mente se concentra en una sola cosa: dar el siguiente paso.

No hay espacio para distracciones. Al alcanzar el collado, una intensa niebla nos impide contemplar la panorámica que, sin duda, abarcaría la inmensidad de las montañas asturianas: un mar de verdes ondulantes bajo un cielo infinito. A pesar de todo, el lugar invita al silencio y a la introspección. Allí, con el cuerpo aún quejumbroso, uno percibe la magnitud de la hazaña de los primeros peregrinos y la propia pequeñez frente a la naturaleza. Durante el descenso hacia Montefurado, una lluvia helada castiga aún más el cuerpo. Caminas empapado pero sigues avanzando con precaución, porque cada paso te acerca un poco más a tu meta.

Tras el éxtasis de la cumbre, llega el descenso hacia Grandas de Salime, donde el enorme embalse aparece como un espejo azul incrustado en las profundidades del valle. La entrada en Galicia por el Alto del Acebo es casi imperceptible en el mapa, pero se siente en el ambiente. El paisaje comienza a transformarse; la braña asturiana da paso gradualmente a un terreno más suave, a bosques más cerrados de hayas y robles, y a las características aldeas gallegas de piedra y tejado de pizarra, que parecen emerger de la tierra misma.

Las etapas finales hacia Lugo, a través de Fonsagrada y O Cádavo, mantienen un perfil montañoso, pero la dureza ya no es la misma. Es una dureza domesticada, salpicada de pequeños núcleos rurales como Castroverde, que anuncian la proximidad de la civilización. La llegada a Lugo es un hito profundo. Tras días de esfuerzo, la visión de la muralla romana, Patrimonio de la Humanidad, produce una emoción contradictoria: la alegría por el logro y una punzada de nostalgia por el camino salvaje que termina. Cruzar la puerta de la muralla es cruzar un umbral no solo físico, sino también emocional, dejando atrás la etapa más intensa y auténtica del Camino Primitivo.

La peregrinación interior

Si el Camino de Santiago en su conjunto es un viaje, el Primitivo constituye, sin duda, su capítulo más introspectivo. No es una ruta para ser recorrida, sino para ser experimentada en la soledad consciente de sus veredas. Aquí, la geografía se convierte en psicología; el desnivel del terreno, en una metáfora de la propia resistencia; y el silencio omnipresente, en el interlocutor más honesto.

La dureza física de esta senda, lejos de ser un obstáculo, actúa como el cincel que va despojando al peregrino de las capas superfluas de lo cotidiano. Cada ascenso exigente, como el del Puerto del Palo, donde el cuerpo se queja y el aire se enrarece, trasciende lo meramente atlético. Es en esa lucha contra el propio límite donde se produce una curiosa paradoja: al forzar el cuerpo, la mente se aquieta. El foco se reduce al siguiente paso, a la siguiente piedra, a la próxima marca de flecha amarilla. La rumiación mental de las preocupaciones cede su lugar a una presencia pura y animal en el paisaje. Esta simplificación extrema es un bálsamo: no hay espacio para el ruido externo porque todo el esfuerzo está puesto en avanzar.

Ese avance, sin embargo, no es una huida. Es una inmersión. La soledad del Primitivo —una soledad poblada por el susurro del viento en los hayedos, el graznido lejano de un cuervo y el eco de los propios pasos— no es vacía, sino fértil. Es el terreno donde brotan preguntas que el ritmo urbano ahoga con su estridencia. Preguntas que no necesariamente tienen respuesta, pero que merecen ser formuladas en voz alta ante la inmensidad de una braña desierta o desde la cumbre de una montaña. El camino se transforma así en un confesor laico, un espacio de catarsis donde uno puede cargar con sus propias cargas y, kilómetro a kilómetro, decidir cuáles vale la pena seguir arrastrando y cuáles es momento de dejar al borde del sendero.

La humildad llega al reconocer la pequeñez propia frente a la vastedad de la naturaleza y la historia que se pisa, la misma que pisaron reyes y peregrinos medievales. Y la conexión, paradójicamente, nace de esa misma soledad. Se establece un vínculo tácito y profundo con los pocos caminantes que se cruzan, esos compañeros de fatiga con los que se comparte un “Ultreia et Suseia” o simplemente “Buen Camino” cargado de significado. Se descubre que la auténtica comunión no siempre requiere de palabras, sino de compartir una experiencia transformadora que, en el caso del Primitivo, es tan demandante como reveladora.

El año que viene lo completaremos desde Lugo hasta Santiago. Volveremos a encontrarnos con el Camino Francés que ya conocemos en Melide. Volveremos a sentir la emoción de avistar las torres de la Catedral desde el Monte del Gozo… y, en los años venideros, si el Altísimo quiere, seguiremos peregrinando por las rutas jacobeas por las que hemos conocido a tanta buena gente.

Si ya has hollado alguna senda jacobea, reconocerás sin duda la esencia de lo que aquí describo, si aún no has vivido esa experiencia te animo, a que cuando la vida te lo permita, recojas tu mochila, cojas tus bastones, te calces las botas y emprendas esta travesía que es tanto física como interior. Que cada paso te acerque a algo más grande que tú mismo. ¡Buen camino, peregrino!

Albert Mesa Rey es de formación Diplomado en Enfermería y Diplomado Executive por C1b3rwall Academy en 2022 y en 2023. Soldado Enfermero de 1ª (rvh) del Grupo de Regulares de Ceuta Nº 54, Colaborador de la Red Nacional de Radio de Emergencia (REMER) y Clinical Research Associate (jubilado). Escritor y divulgador. 

Comparte con tus contactos:

Deja un comentario