El beneficio mutuo | Eusebio Alonso

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La sociedad se fundamenta en las relaciones. O mejor dicho, la vida tiene que ver con la relación armoniosa entre las personas. Sabemos  que las relaciones humanas son de muchos tipos: afectivas, laborales, de ciudadanía, comerciales, profesionales, de compañerismo etc… Estas se establecen entre personas, empresas, organizaciones e incluso entre países. Cualquier relación que pretenda ser duradera tiene que buscar la satisfacción de las partes. En definitiva, lo que los anglosajones llaman el “WIN TO WIN”, que nosotros podríamos traducir al castellano como el “beneficio mutuo”.

No hay nada de malo en que una relación de beneficio mutuo tenga un ratio de beneficio de 50/50. Es decir, damos un 50% a cambio de recibir otro 50%. Sin duda, parece ser lo equitativo. Así lo hacemos cuando vamos al trabajo y esperamos una compensación económica a cambio de nuestro esfuerzo en beneficio de la empresa. Cuando vamos a la compra o echamos combustible en la gasolinera, esperamos que la transacción realizada en la adquisición de esos productos o servicios sea también equitativa. Es decir, que las partes implicadas se beneficien por igual.

Cuando la relación transciende ese nivel, es recomendable dar más sin esperar un retorno equivalente. Tal vez debamos llegar incluso hasta un 90/10 si la relación es lo suficientemente valiosa para nosotros.  Si el interés es correspondido, se conseguirá, con el tiempo, un retorno en términos absolutos mucho mayor, mejorando el beneficio mutuo y permitiendo que la relación se fortalezca cada vez más. Esto no tiene por qué limitarse a las relaciones afectivas. Crear una carrera profesional supone una apuesta que necesitará, con toda seguridad, de un sobreesfuerzo en cuanto al cociente entre lo que damos y lo que recibimos. En el ejemplo de la carrera profesional no debemos olvidar que no todo es tan fácilmente cuantificable como la retribución salarial. Tener la oportunidad de adquirir una experiencia, de desarrollar habilidades y aprender un oficio, forma parte, no menor, de lo que esta relación nos puede aportar.

Una relación de beneficio mutuo requiere siempre un mayor o menor retorno. Nadie puede mantener por mucho tiempo la autoestima siendo un mártir. Sin duda, resulta muy difícil mantener relaciones en las que no se obtenga nada a cambio. En otras palabras, es necesario sentirse satisfecho con las relaciones que establezcamos para que éstas sean duraderas.

Cuando una relación no proporciona el retorno mínimo esperado, hay que saber terminarla. Terminar la relación será la única manera de que ambas partes puedan ganar.

Desgraciadamente, no se nos educa en la filosofía del beneficio mutuo, como tampoco se nos educa en otras habilidades tan importantes como son la comunicación, el pensamiento crítico o el debate.  Herramientas, todas ellas, que nos ayudarían a relacionarnos mejor con los demás y muy posiblemente a ser más felices.

Los juegos cooperativos son, a diferencia de los juegos competitivos, juegos de suma no cero. Es decir, juegos en los que existen estrategias de cooperación que permiten que haya más de un ganador, pudiendo incluso ganar, en mayor o menor medida, todos los jugadores. Los jugadores que así lo deseen se ponen de acuerdo libremente para alcanzar, en equipo, el objetivo perseguido por el juego. Si el juego está bien diseñado, permitirá comparar las ventajas que proporcionan, a la larga, las estrategias de beneficio mutuo respecto a la competición tradicional en la que un solo jugador gana y todos los demás pierden. Estos juegos son una forma didáctica y divertida de preparar a las nuevas generaciones para la cooperación.

Vivimos tiempos de migraciones en las que grandes flujos de personas huyen de los países pobres buscando mejores condiciones de vida en países de mayor riqueza. Con demasiada frecuencia, esto no produce una mejor redistribución de la riqueza ni mayor creación de ésta, ya que los países pobres pierden buena parte de sus mejores activos, que les ayudarían a salir de su situación de pobreza, y los países receptores tan solo pueden integrar a unos pocos. Para evitar este problema se ha inventado lo que el primer mundo llama la cooperación internacional. De esta manera, los países ricos destinan fondos para ayudar al desarrollo de los más pobres, tranquilizan su conciencia y se desentienden de cómo se emplean estos fondos en destino. Desgraciadamente, estos fondos se quedan, con demasiada frecuencia, en manos de las mafias y los gobernantes corruptos de los países receptores. Los fondos que finalmente llegan a manos de los ciudadanos, rara vez se usan para la creación de riqueza. En su lugar se distribuyen en forma de subsidio, desincentivando a la gente para el trabajo, ya que en su mayoría están acostumbrados a vivir con muy pocos ingresos.

La solución que permita salir de este círculo vicioso tiene que ser imaginativa a la par que coherente con la filosofía del beneficio mutuo. Tal vez esa solución deba pasar por acuerdos temporales de “recolonización ética” de los países pobres por parte de los países ricos, a cambio de un reparto equitativo del beneficio. Estoy seguro que esta propuesta le rechinará a más de uno, porque no acabará de creerse que una colonización pueda ser ética. Lo comprendo. Sin embargo, hay ejemplos que hacen albergar alguna esperanza. Los territorios de África y América que fueron parte del imperio español recibieron buena parte de las riquezas que de allí se obtuvieron. Estas riquezas permitieron crear escuelas, iglesias, hospitales y universidades. Tan mal no lo tuvo que hacer España cuando la Guinea Ecuatorial tiene, al día de hoy, la mayor tasa de alfabetización de todo el continente africano.

La búsqueda del beneficio mutuo permite la toma de decisiones éticas. Decisiones con las que todos ganan. Sin embargo, se necesita muy buena disposición para negociar cuando tu fortaleza aparente te hace pensar que no necesitas hacerlo. Tampoco es siempre fácil ponerse de acuerdo a la hora de establecer el ratio de reparto del beneficio obtenido. A pesar de las dificultades, la búsqueda del beneficio mutuo es la mejor solución de las posibles y siempre vale la pena intentarlo.

El beneficio mutuo va más allá de ser una filosofía idealista. Resulta una absoluta necesidad. En una relación en la que no se satisfacen las expectativas, todas las partes pierden. El beneficio mutuo es la única forma de hacer negocios duraderos y de mantener relaciones positivas. A decir verdad, se trata de una auténtica filosofía de vida. Esta filosofía no te garantiza que alguien te quiera o que vayas a hacer el negocio que buscas. Lo que si te garantiza es que tendrás la mejor oportunidad de conseguirlo.

Eusebio Alonso | Escritor

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