Más de uno se llevará las manos a la cabeza al leer el título de este artículo. Nunca me ha gustado ser políticamente correcto, eso se lo dejo a los que huyen de la verdad y la enmascaran con expresiones cínicas.
Analizando la situación que estamos padeciendo en España desde que Sánchez okupó la Moncloa, muchos entenderán que esa pretendida democracia que dice el gobierno que tenemos, no es tal, es una tiranía, todavía con algún vestigio de democracia, pero tiranía. Me refiero a la heroica resistencia de algunos jueces, a los continuos ataques que están padeciendo del gobierno y sus secuaces, que quieren okupar, también, el poder judicial.
Está claro que esta falsa democracia, excepto los que comen en su pesebre, no la quiere nadie.
Me estoy refiriendo al concepto de democracia en su sentido amplio. Etimológicamente hablando, democracia es el poder del pueblo, es decir que el poder reside en el pueblo. Si ese régimen no se dota de métodos, sistemas y controles que lo sustenten, será muy fácil que lo transformen en totalitario. Para ese viaje no necesitamos alforjas.
Expresiones como “el pueblo es muy sabio”, “el pueblo sabe lo que hace”, “el pueblo sabe lo que quiere”, son las que han apuntalado los regímenes democráticos. Pero la realidad es otra, el pueblo es sabio en cuanto a sus costumbres y tradiciones, que conforman su cultura, pero no posee los conocimientos necesarios para discernir claramente qué es lo que necesita su nación en cada momento. Esto hace que sea fácilmente manipulable a través de los medios de comunicación con técnicas emocionales y no racionales. Por eso es imperativo que la información que le llegue al pueblo sea absolutamente veraz, clara y concisa. Este es el primer resorte con el que tiene que contar una democracia, si no, estará viciada de raíz y será nula.
Un ejemplo muy cercano lo tenemos en el mensaje que Sánchez lanzó en los dos últimos procesos electorales: ¡Cuidado, como venga la derecha se acaban vuestros derechos! El pueblo no supo procesar que tal cosa no ocurriría, porque la derecha ya había gobernado durante varios años y no pasó nada de eso. A pesar de que no ganó las elecciones, hubo mucha gente que le votó por miedo.
Aquí cabe hacerse la pregunta del millón: ¿Existe algún régimen político que sea una alternativa válida a la democracia? Si alguien tiene la respuesta, estaré encantado de que la comparta con todos.
Lo único que se me ocurre, como he dicho al principio, es dotar a la democracia de resortes y controles que la hagan lo más eficiente posible.
España tiene una historia muy rica en temas de parlamentarismo. La Unesco ha reconocido que Las Cortes de León (S. XI) son la cuna del parlamentarismo o, al menos, el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo. Efectivamente, ya en aquella época las Cortes de León estaban constituidas por el clero, la nobleza y los representantes de las ciudades y el Rey acordaba con ellos las leyes que debían regir en el Reino. El poder del monarca no era absoluto, debía someterse al control de las Cortes.
Otra institución histórica que merece la pena mencionar es El Juicio de Residencia, que fue un procedimiento judicial del derecho castellano que consistía en que todo funcionario público, al final de su mandato, tenía que someterse a la revisión de sus actuaciones, de forma que, si no había cumplido diligentemente con sus obligaciones o había cometido algún desmán, era sancionado, normalmente con multas y con inhabilitación para cargo público.
Deberíamos tomar nota de todo lo que nos ofrece nuestra magnífica historia y ponerlo en práctica en nuestros días.
En la democracia tiene que haber leyes que regulen determinados aspectos:
1.- Regulación estricta de los medios de comunicación, sobre todo en los procesos electorales
2.- Los miembros del gobierno y los puestos de libre designación tienen que tener la formación y la experiencia necesaria para desempeñar tan importante función.
3.- Tanto durante el mandato como al término del mismo se ejercerá un control de sus actos por el órgano competente y se le pedirán responsabilidades si procediera.
4.- Los partidos políticos que vayan en contra de los intereses de la Nación quedan prohibidos.
5.- Una ley electoral justa que evite ser gobernados por partidos minoritarios.
6.- Abolir cualquier pacto postelectoral que no esté de acuerdo con la legalidad vigente.
7.- Garantizar la independencia de los tres poderes y de todas las instituciones.
8.- Vigilar y sancionar penalmente los ataques al Poder Judicial y a las instituciones.
Soy consciente de que implantar todas estas medidas es ardua tarea y nada fácil, sobre todo con la total desnaturalización del sistema político que existe actualmente. No obstante, si no es posible, entonces no hablemos de democracia.
Jose Ignacio Echegaray | Colaborador de Enraizados