Cuando el miedo a perder de unos, nos hace perder a la mayoría | José Antonio Ruiz de la Hermosa  

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El tener muchos años te da unas perspectivas muy diferentes, sobre todo si tienes buena memoria. Y hoy por hoy, la tengo. En 1978 yo tenía 23 años y nos vendieron los políticos, de la mal llamada “Transición”, una moto sin ruedas ni manillar. Consenso y Constitución era la panacea de todos nuestros males y la iba a curar de raíz. Pero cuando ves en la distancia de más de cuarenta años esa panacea, te parece más un veneno, que un medicamento solucionarlo “todo”

 

En 1975 éramos las NOVENA potencia mundial en industria, sumando desde la ligera a la pesada. TERCEROS en construcción de barcos, de todo tipo y condición. También terceros en cuanto a número de capturas de nuestros barcos de pesca y la posterior producción y distribución de productos de esos pesqueros. Ocupábamos siempre, en producción agrícola, de entre los diez primeros puestos del mundo y, desde el punto de vista económico y de producción, uno de esos diez primeros puestos. Siendo, por ejemplo, en el tema turístico también el número TRES.

 

España era un país respetado, de hecho, se solicitaba su comparecencia como árbitro en alguna disputa internacional y los países musulmanes, preferiblemente de Oriente Medio y el Golfo Pérsico, se apoyaban en España como representante de ellos en múltiples foros, lo que llevaba a que, por ejemplo, y por votación general, España ocupaba asiduamente algún puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, siempre apoyado por esos países musulmanes y por los de habla hispana de América. Países que en ese momento respetaban y se sentían a la sombra de la “Madre Patria”.

 

Pero cuando el entonces Jefe del Estado daba sus últimos estertores, los mismos que habían ayudado a enviar al cielo con su escolta y coche incluido, comenzaron a maniobrar. Ese Jefe del Estado había dictado que las inmensas riquezas de la entonces provincia española del Sáhara Occidental se respetaran, dejándose para el momento adecuado su explotación. Pero Wall Street tenía otros designios y la muerte facilitó que Marruecos invadiera el Sáhara, ayudado por un país, que se decía amigo, pero cuyas banderas se entremezclaban con las marroquíes en la marcha verde. De aquello, quedan sin explotar las minas más ricas de fosfatos del mundo. Inmensas bolsas de petróleo y gas en el subsuelo, oro y minerales estratégicos como el uranio y algo recientemente hecho público. Una inmensa bolsa de agua que lleva miles de años encerrada a cierta profundidad por debajo de la arena del desierto.

 

¿Por qué se cedió ante las presiones de los herederos de las Trece Colonias, que si fueron independientes fue gracias a los reales de a ocho y las armas y uniformes que les regaló Carlos III? Posiblemente porque ese país ya no lo desgobiernan los sucesores de las primeras familias del “May Flower”, sino los descendientes del pueblo elegido que están en Wall Street. Que supieran maniobrar junto a las potencias europeas que conformaban el país súbdito que ahora se llama Unión Europea.

 

¿Qué pasó en España? Es fácil: los que estaban en el poder, no querían perder lo que tenían, el miedo les atenazaba y los que aspiraban a tener el poder, tenían miedo, mucho miedo de no conseguir lo que aspiraban. Y aquí aparecieron los flautistas de Hamelin que sirvieron de intermediarios pues, desde Francia, Alemania y Wall Street se enviaron árbitros que ayudaron a conseguir un consenso para que las fortunas existentes no se perdieran y el maná de los beneficios económicos y de poder llegara a los novicios. Y todos contentos. Ya teníamos Consenso.

 

Pero ese consenso se plasmó en unos preceptos escritos que un confiado pueblo, al que se le prometió mucho, muchísimo, aceptó en referéndum. Pero los contratos hay que leerlos antes de firmarlos. No firmar y punto, porque cuando un contrato es una componenda, al final, eso es un mal contrato. Pro nadie leyó y si alguien se lo leyó y puso objeciones se le tachó, como no, de franquista o fascista y, por supuesto, de antidemócrata.

 

Cuarenta y cinco años después hemos conseguido que Europa nos obligase a cerrar nuestras industrias, comemos naranjas de Marruecos o Sudáfrica y en los pocos barcos pesqueros que tenemos la mayoría de los pescadores no son españoles. También hemos obtenido el que, cuando yo era niño, mi padre a veces dejaba abierto en la calle donde vivíamos, Mesón de Paredes en Madrid. Hoy esa calle está habitada por “sin papeles” y en ella se mezcla el trapicheo de drogas con la multiculturalidad más violenta de Madrid. Una calle donde la policía procura no entrar, porque puede tener problemas con la multiculturalidad y con las críticas que reciba de “las unidas de podemos”, sino la agresión de estas mismas. Y a las sentencias judiciales me remito.

 

De los que querían salvar los muebles y los que aspiraban a mandar, apenas queda huella. Muchos, la mayoría, ya han muerto y los que quedan procuran vivir lejos, salvo que estén en excelente posición para seguir medrando. Lo cierto es que estos se aprovechan de que en el pacto de la deshonra se califican y se dan mayor fuerza a unos que a otros. El poder de un voto democrático lleva con un tercio menos de votos a un independentista que a un constitucionalista. ¿Cómo es posible? Fácil. Se buscó compensar a determinadas partes de España ante el agravio supuestamente cometido por el mal llamado “centralismo”. Curiosamente, ese centralismo, que económicamente era de la mitad de la tabla económica del país es, ahora la cabeza. Y los agraviados, catalanes y vascos ya no son de los primeros, pues sus factorías industriales fueron desmanteladas por Europa.

 

Las provincias periféricas se han apoyado en esa necesidad de diferenciarse y de tontos útiles, que no saben o quieren “pillar cacho” del maná que se supone existe, pero que algún día se acabará. Así nos encontramos a un truhan que procede de Almería y que dice ser catalán de toda la vida. Y cierto es un baratero más de esas provincias que con el rollo de que les roban, se apropian de lo de todos.

 

En una semana y, apoyándose en ese sistema que nació del miedo, se renuevan muchos cargos políticos. Sabiendo de dónde viene el sistema no me llama la atención que todo consista en decir lo que han hecho mal los otros, aunque no sea cierto. Cuando la teoría de la democracia dice que el candidato propondrá soluciones a los problemas que ya existen. Incluso hay algunos que estando en el poder, echan las culpas de los males a los que no están en él. Signo inequívoco de su incompetencia, pues han tenido cuatro años para arreglarlo. Aunque lo peor es la avaricia de quien prometió quitar unas restricciones e impuestos, y, tras cuatro años, las ha aumentado. Decía yo en mi programa de radio de los sábados, que cierto alcalde no solo eliminó lo que prometió eliminar, sino que dobló lo existente y quitó de los bolsillos de sus ciudadanos mucho más de lo razonable.

 

¿Sabían ustedes que apenas hay zona azul en Madrid? Pintando las rayas del suelo de verde se convierten cuatro horas de aparcamiento en dos, eso sí manteniéndose los precios, por lo que antes dos horas costaban equis euros, ahora adivinen que se paga por dos, exacto el doble. Un cien por cien de subida. Milagro de los panes y las multas de este impresentable. Eso sí, ni con alzas en los zapatos, parece alguien. Y ahí lo dejo…

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