Consideraciones sobre el deporte de masas | Albert Mesa Rey

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Coincidiendo con el inicio de la temporada de competiciones deportivas, quisiera hoy hacer unas breves consideraciones sobre el fenómeno de los llamados “deportes de masas”.

El deporte-espectáculo es un importante elemento de nuestra sociedad, de una forma u otra identifica y polariza amplios sectores sociales. La mayor parte de los principales deportes se hallan asociados con una nación o con una ciudad y son símbolo de patriotismo y de orgullo cívico. Nuestro equipo nos representa —en tanto como pueblo— frente a otros individuos de algún lugar diferente, habitado por seres extraños y, quizás, hostiles. Así pues, nos identificamos con nuestro equipo favorito con diferente intensidad, que puede ir desde el simple aficionado/socio de un equipo hasta el hooligan que ve en el adversario un enemigo al que batir incluso físicamente si se propicia la ocasión.

 

Hacemos de estos nuevos “gladiadores” nuestros héroes y los convertimos en villanos cuando abandonan nuestro equipo y se mudan a otro por sus propios y legítimos intereses económicos. En nuestro sentido de pertenencia al “equipo” nos hemos olvidado de que nuestras “figuras” suelen ser profesionales (o mercenarios si se me permite el calificativo), que han de aprovechar los pocos años que sus condiciones físicas les permiten competir al más alto nivel que exige el deporte profesional.

Con el inicio de las “ligas” abandonamos todo para contemplar las andanzas de unos personajes que en equipo se acometen, caen, se levantan y dan patadas, manotazos o lanzan un objeto esférico (u alargado) relleno de aire de diferentes tamaños.

En algunos juegos, es casi todo como tratan de dirigir esa cosa hacia lo que llaman «portería»; admiramos cómo encajan las diferentes partes para formar un conjunto maravilloso hacia ese propósito.

De vez en cuando, tanto los jugadores como los sedentarios espectadores son presa de arrebatos de éxtasis o de desesperación ante el desarrollo del partido. Por todo el mundo, personas en un estadio o con la mirada fija en la pantalla del televisor vitorean o gruñen al unísono. Dicho así parece, sin embargo, una estupidez, pero una vez que nos aficionamos a ello resulta difícil resistirse.

Antecedentes históricos

No descubriré nada nuevo diciendo que una competición deportiva es un conflicto simbólico apenas enmascarado. De hecho, los cherokee llamaban «hermano pequeño de la guerra» a su propia versión de lacrosse. un juego rápido entre dos equipos de diez jugadores cada uno, que usan un palo con una red en la parte superior para pasar y recibir una pelota de goma con el objetivo de meter goles embocando la pelota en la red del equipo contrario.

Ahora bien, la mayoría de nosotros no nos ganamos la vida con estas destrezas. ¿Por qué nos atrae tanto ver a otros correr o chutar? ¿Por qué es transcultural esta necesidad? Hay estrellas del deporte que ganan cincuenta veces el salario anual del presidente del gobierno, o de los empresarios/ejecutivos más exitosos, de los científicos/investigadores más prominentes o lo que cualquiera de nosotros ganaríamos trabajando toda una vida. Son héroes nacionales. ¿Por qué, exactamente? Existe aquí algo que trasciende la diversidad de los sistemas políticos, sociales y económicos. Algo muy antiguo.

Los primeros certámenes atléticos organizados de que se tiene noticia se celebraron en la Grecia preclásica hace 3500 años. Durante los Juegos Olímpicos originarios las ciudades-estado en guerra hacían una tregua. Los Juegos eran más importantes que las contiendas bélicas. Hacia el siglo VIII a. de C., los Juegos Olímpicos consistían en carreras (muchísimas), saltos, lanzamientos diversos (incluyendo el de jabalina) y lucha (a veces a muerte). Aunque pruebas individuales, son un claro antecedente de los modernos deportes de equipo. Se podría apreciar que todas esas las pruebas atléticas tenían un marcado componente de competición en habilidades físicas guerreras.

Históricamente hay registros arqueológicos de que civilizaciones antiguas: los antiguos egipcios, los persas, los romanos, los mayas y los aztecas jugaban también a la pelota.

Hace 600 años, en lo que ahora es Ciudad de México, había un campo de juego donde, en presencia de nobles revestidos de sus mejores galas, competían equipos uniformados. El capitán del equipo perdedor era decapitado y su cráneo expuesto con los de sus antecesores (se trataba, probablemente, del más apremiante de los acicates).

Los mayas también eran aficionados a este juego, el Juego de Pelota. En Chichén Itzá y en Tula hay restos arqueológicos de grandes canchas de Juego de Pelota, que además de ser una práctica de distracción en ocasiones ejercitada por jugadores profesionales en que podía apostarse y se privilegiaba al ganador, sin que necesariamente llevara a la muerte del perdedor, tenía un contenido simbólico de enorme importancia relacionado con la guerra ritual o la lucha entre la noche y el día, la luz y la oscuridad, en que los componentes del bando enemigo que perdía eran sacrificados.

El deporte-espectáculo tiene aún hoy en día algo de ritual guerrero. Sería la sustitución no cruenta de una confrontación. Escogemos y seleccionamos unos “guerreros” a los que otorgamos la representación de nuestra facción, para que se batan en nuestro nombre con los elegidos por otra. Desde esta óptica, el deporte de masas tiene sus rituales, su mística y si se me apura en muchos casos hasta algo de “religioso”.

Aspectos psicológicos de la “masa” en el deporte-espectáculo

Si bien la afición a un deporte o aun equipo en específico no es mala, cuando alcanza tintes de fanatismo, reforzado con una pérdida de identidad que propicia la masa, puede resultar muy peligrosa, no sólo en lo individual sino en lo colectivo. Por ello, vale la pena hacer un análisis de este comportamiento psicológico y de lo que lo ocasiona. En primer lugar, el individuo masificado adquiere un alma colectiva por la cual piensa y siente de distinta manera que si lo hiciese de manera aislada. Pero quizás valga la pena entrar en algunas definiciones.

Masa: ente provisional que consta de elementos heterogéneos que se han unido entre sí durante un cierto lapso; como las células del organismo que forman un nuevo ser por su unión que tiene propiedades muy diferentes que cada célula aislada.

En algunas ocasiones las aficiones se han caracterizado por mantener rivalidad y hostilidad con respecto a la del equipo contrario, en especial entre ellos, esto ha degenerado muchas veces en batallas campales con saldos digamos “poco favorables”. Es en estos casos en que los de los palos y las piedras, escudados en el anonimato que les da el «factor masa«, aprovechan la oportunidad para cometer en muchos casos actos ilícitos o dicho llanamente, delictivos.

Así pues, En la masa deja de funcionar la peculiaridad de cada individuo, mientras que el inconsciente racial, que es uniforme en todos los individuos, aflora. Lo heterogéneo se vuelve homogéneo. Aparece un carácter promedio en los individuos de la masa con nuevas propiedades:

  • En la masa el individuo adquiere un sentimiento de poder invencible (porque son muchos).
  • Desaparece la responsabilidad individual el hombre en la masa es anónimo.
  • Se contagia de sentimientos y actos. Se aplaza el interés personal por el de la masa. El contagio hace que en las masas los rasgos especiales se exterioricen y los oriente.
  • Y la más importante: Sugestionabilidad que provoca características particulares al individuo en la masa. Uno de sus efectos es el contagio. Por esta se explica la diferencia entre las características del hombre aislado y el hombre en masa.

La masa es fácilmente manipulable cuando quien o quienes la sepan dirigir y canalizar apelen a las emociones y cuanto más primarias mejor. No me cabe la menor duda que detrás de una masa enfervorecida hay siempre un interés oculto.

Aspectos sociológicos

En una situación de globalización, casi como reacción, se recuperan las identificaciones más locales, percibidas como más próximas y afectivas; como indica Walzer (1996) ante
las identidades tenues (thin) de los estados, nos encontramos con las identidades densas
(thick) de las identidades culturales, comunitarias. El fútbol permite una identificación afectiva, más bien primaria, de reconocimiento grupal, tanto por lo que respecta a los contenidos
comunes de «nuestro» equipo, como por lo que respecta en la delimitación con los «otros»,
estableciéndose lo que Barth (1976) denominó los límites o las fronteras culturales en la identificación. Sentir los «colores» nos aglutina en tomo a dicha identidad compartida.

En el primer tercio del siglo XX la sociedad de masas irrumpió con fuerza en el escenario de los países desarrollados. España no permaneció al margen de las convulsiones que sacudieron a Europa en el nacimiento de la sociedad de masas. La mayor disponibilidad de tiempo libre encontró un nuevo espacio en el deporte. En este complejo entramado, la práctica y la afición por el deporte fue difundiéndose a través de la escala social española, desde las restringidas élites de principios de siglo a las clases medias urbanas y, posteriormente, al mundo del trabajo, de la mano de la implantación de la jornada laboral de 8 horas y la elevación de los ingresos de los trabajadores. Con su popularización la oferta deportiva registró sustanciales modificaciones, los deportes aristocratizantes como la esgrima o la hípica fueron cediendo protagonismo a otras prácticas menos elitistas, como el ciclismo, las carreras todavía denominadas con el apelativo inglés de cross, el boxeo, la democratización del excursionismo y, de manera particular, el fútbol.

La cuestión que realmente importa es si esta pasión deportiva -básicamente, la protagonizada por el fútbol- se ha desbordado hasta convertirse en algo que puede deshumanizarnos, o hacernos caer en un indeseable esquema de manipulación.

Obviamente, no todos los significados que el fútbol encierra son negativos -ni mucho menos-, y tampoco es razonable caricaturizar a los aficionados, identificando a todos los hinchas, en su mayoría pacíficos, con los hooligans o con esos radicales que ven en un partido la metáfora perfecta de una guerra. Sin embargo, es interesante comprender qué derivas oscuras puede tener esa obsesión futbolística. Qué peligros encierra y que demonios ocultos puede sacar a la luz.

Hoy en día hemos asistido a la absoluta profesionalización de los deportes-espectáculo. Por un lado, desde el Poder se fomenta recordando en mucho a la máxima de la antigua Roma “Panem et circenses” como válvula de escape que alivia las presiones de muchos de los problemas sociales que están aquejando a una determinada sociedad.

Por otro lado, asistimos a un mercado de búsqueda en países de lo que llamamos “tercer mundo” de nuevos valores que mantengan vivo el espectáculo. Este hecho se ha convertido en la aspiración y el modelo de muchos niños de estas sociedades, que ven en los ídolos del deporte de masas una posibilidad de escapar de la pobreza. Desgraciadamente la posibilidad de hacer realidad este sueño es realmente baja y en los escasos casos en lo que lo logran, muchas veces acaban su vida deportiva como juguetes rotos en manos de una nube de managers y aduladores que han vivido y hecho fortuna a su costa.

 

Por supuesto existe un deporte amateur que persigue la cita del escritor romano del siglo II Décimo Junio Juvenal en las Sátiras: “Mens sana in corpore sano”. De hecho, a cita completa es: “Orandum est ut sit mens sana in corpore sano” es decir: “Debemos orar por una mente sana en un cuerpo sano”

No es el objeto de discusión en este artículo los beneficios que sin lugar a duda aporta a la salud la práctica de algún deporte. Yo mismo los he practicado de forma amateur durante toda mi vida y sigo practicando. El alpinismo y el judo han sido parte una importante de mi vida y en ambos los dos ha habido también una mística que ha modelado en parte mi forma de ser. Hoy en día el senderismo ha sustituido al alpinismo y la escalada y del judo conservo mis cinturones ganados con disciplina y esfuerzo.

Con este artículo no he querido herir los sentimientos de nadie. El propósito era hacer una aproximación de lo que quizás en mi opinión podría haber en el trasfondo del deporte-espectáculo.

Ha sido mi curiosidad por un fenómeno con el que nunca he logrado conectar lo que me ha impulsado a intentar comprenderlo en alguna sus facetas algo más profundas e intentar bucear un poco en ese trasfondo que tiene como fenómeno social desde la óptica de lo histórico, lo psicológico y lo sociológico/antropológico. Por supuesto el tema da para mucho más, estoy casi seguro de que da para una tesis doctoral.

Gracias por leerme.

Albert Mesa Rey | Escritor

 

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