Desde hace unos pocos años se viene oyendo hablar de la agenda 2030 en los medios de comunicación. Agenda con la que parecen estar de acuerdo la mayoría de los partidos políticos en España, aunque ninguno de ellos se haya tomado la molestia de explicar en detalle en que consiste, cuáles son sus objetivos últimos y en qué medida va a afectar a nuestra vida y a nuestros bolsillos.
La agenda 2030 para el desarrollo sostenible fue firmada en el 25 de septiembre de 2015 por el pleno de las ONU, sin votación, según indica la página web de resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Los grandes objetivos declarados por la agenda 2030 son el desarrollo económico, la inclusión social y la protección del medio ambiente. Estos se desarrollan en 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible) que afectan a todos los países y vienen recogidos en los informes anuales de las Naciones Unidas en donde se presenta, de forma resumida, los avances obtenidos y las dificultades encontradas para alcanzarlos.
La agenda 2030 establece un coste de 5000 millones de dólares y creará, supuestamente, oportunidades de mercado por valor de 12000 millones de dólares, así como la creación de 380 millones de puestos de trabajo.
¿Quién en su sano juicio podría estar en contra de un propósito tan loable? Supongo que nadie. No obstante, para dar una aprobación a esta iniciativa habría que analizar su evolución con espíritu crítico y hacerse unas cuantas preguntas para determinar si detrás de ésta hay una gran oportunidad de construir un mundo mejor o, por el contrario, una peligrosa mamandurria a escala planetaria que oculta intereses mucho menos confesables con el auxilio de una gran campaña de márquetin. No sería la primera vez, ni la última, que el lobo se vista con piel de cordero.
Los que hemos trabajado en el desarrollo de sistemas, supongo que en otros ámbitos laborales pasará algo parecido, sabemos que el papel se lo traga todo, incluso cuando la intención es buena. Sin embargo, la realidad puede, y suele ser muy diferente de lo que inicialmente se diseñó sobre el papel. Por poner un ejemplo, no sé si afortunado o no, también el comunismo se presentaba como una ideología que traería la paz y la justicia al mundo y lo único que ha traído, a los países que lo han sufrido, es: miseria, pérdida de libertad, tiranía y más de 100 millones de muertos. ¡Caramba con las buenas intenciones! ¿Verdad? Pues todavía hay gente que no se ha enterado de lo que representa realmente el comunismo, o piensa que las consecuencias que ha traído consigo son un mal menor inevitable que, nos guste o no, debemos aceptar. Se trataría pues del resultado de una buena campaña de márquetin mantenida en el tiempo, así como de un exceso de ingenuidad y de una carencia considerable de pensamiento crítico de una parte de la población.
La agenda 2030 persigue la transformación de los sistemas financieros, económicos, sociales y políticos de todos los países. No sé a ustedes, pero a mí estos objetivos me producen escalofríos si no me explican convenientemente los detalles. El hecho de que esta agenda no haya pasado por el refrendo de las urnas en ningún país del globo, resulta extremadamente inquietante.
La primera conclusión que se puede extraer, sin miedo a equivocarse, es que la agenda 2030 traerá la pérdida de soberanía de todos los países. Países que caerán, previsiblemente, bajo el control de las grandes oligarquías globalistas que ya manejan en la actualidad las voluntades de la mayoría de nuestros gobernantes.
Uno de los ejes de la transformación propuesta por la agenda 2030 es la lucha contra el cambio climático. Lucha que se ha convertido en una auténtica religión, más impuesta que opcional. Yo soy fiel partidario del principio de prudencia en todo. Lo que en este contexto significa: eludir cualquier contaminación que pueda ser evitable. No obstante, ya he expresado en alguno de mis artículos mi reticencia sobre el inevitable futuro catastrofista que predicen, con pocos avales científicos válidos y ninguna evidencia, los defensores de que este cambio del clima obedece exclusivamente a causas andrógenas.
Desde nuestro gobierno se culpabiliza al diésel, al ganado vacuno, a usar el avión, etc… de que el planeta esté en una deriva climática irreversible de no poner freno inmediatamente. Se invierte en energías supuestamente sostenibles que no garantizan la suficiente disponibilidad cuando se las necesita, produciendo una dependencia energética del exterior cuando estas fuentes de energía no se complementan con otras, como ocurre en España. Para mayor desgracia, esta estrategia no supone ninguna mejora en el precio del Kwh, sino más bien todo lo contrario. Se suben los impuestos a los hidrocarburos con la excusa de concienciar a la sociedad por la vía que más duele sin dar alternativas asequibles. Se intenta desacreditar a la industria ganadera como si el consumo de carne fuera el causante de todas las enfermedades y las vacas las responsables del efecto invernadero. Lo que resulta más triste es que mucha gente, esclava de su sectarismo, compre esta mercancía a ojos cerrados.
Creo que detrás de la preocupación por el cambio climático solo hay intereses comerciales alternativos como es fomentar el carísimo coche eléctrico, que, aunque nos sorprenda, también contamina, así como las infraestructuras requeridas para su uso. La propuesta de productos veganos sustitutivos de la carne e incluso la introducción de nuevos alimentos como sabrosos gusanos rebosantes de proteínas, podría ser el siguiente cambio al que tendríamos que adaptarnos para cumplir con fervor sostenible con la dichosa agenda.
Otra de las transformaciones que no tardará mucho en implantarse será la desaparición del dinero en efectivo y el uso exclusivo de tarjetas de crédito. Se trata de un paso más en la limitación de libertades y la consiguiente vigilancia de la población. Incluso la caridad que hagamos a partir de entonces quedará supervisada por el gran Hermano.
Con la excusa del COVID19 o, tal vez, gracias a él, se va imponiendo el pasaporte sanitario. Aunque éste no haya probado aún su utilidad más que para restringir las libertades ciudadanas. La ralentización sufrida en la agenda 2030 y el miedo social consecuencia de la aparición del COVID19, hará más asimilable esta medida para la mayoría de la población. También será más aceptable que los Estados hagan una mayor inversión presupuestaria en la agenda 2030 para recuperar el “retraso” producido por el COVID. Lástima que nuestro gobierno no muestre la misma sensibilidad con las empresas que han tenido que cerrar, o seguir pagando sus impuestos mientras permanecían cerradas durante el reciente confinamiento.
Otro de los ejes de la agenda 2030 es la transformación digital que cuenta con una partida presupuestaria importante. ¿Qué hay detrás de esto? Los primeros pasos no resultan nada tranquilizadores. Recientemente, el PSOE ha propuesto el plan Movilia que posibilitará el rastreo de 14 millones de españoles a través de sus teléfonos móviles sin que para ello sea necesaria la autorización judicial. Se trata de otro paso más en la pérdida de libertades a la que nos dirige esta democracia pervertida. Nadie nos pedirá permiso para usar esta información y tampoco podremos comprobar para qué propósito se usa. Nunca antes, ni siquiera cuando no existía la ley de protección de datos, nuestra privacidad ha estado tan amenazada.
El aspecto más relevante de la agenda 2030 es, a mi entender, el control de la natalidad mediante la banalización del aborto, concepto presentado con sutileza como salud reproductiva. Como guinda, en paises como España se otorga al lobby LGTB el privilegio de impartir la educación sexual de los niños en etapas escolares muy tempranas con la manida excusa de que esto es necesario para que los niños puedan conocer y aceptar la diversidad de opciones sexuales, negando de paso el derecho de los padres a vetar lo que parece una auténtica aberración. Creo que detrás de todo esto está la preocupación malthusiana, expresada ya por algunos líderes globalistas, de que la población mundial es excesiva y hay que reducirla para garantizar su viabilidad. Tal vez a la décima parte, como algunos sugieren. Malthus defendía la tésis de que la población del planeta crece según una progresión geométrica, mientras que los recursos, necesarios para alimentarla, solo lo hacen en forma de progresión aritmética. De ser cierta la afirmación de Malthus, tarde o temprano surgiría un problema grave de desabastecimiento que ocasionaría conflictos y hambrunas. Cuidado con crear esta inquietud social, porque, una vez abierto ese melón, no sabemos a dónde nos llevaría. En una sociedad en franca deriva de sus valores éticos, sería la población con menor rentabilidad social la que primero sería sacrificada. El fácil acceso a la eutanasia, adecuadamente legalizada, ayudaría a «aliviar», eufemísticamente hablando, este hipotético problema.
En relación con la preocupación malthusiana, algunos, los más desconfiados, creen que dado que la enfermedad del COVID19 es de dudoso origen y las vacunas son de eficacia, seguridad y necesidad, en algunos casos, bastante discutible; pudiera ser que todo este entramado fuese una ayudita del Gran Hermano a la selección natural de la población. A mí me cuesta creer que los lideres del mundo hubiesen llegado simultáneamente a ese nivel tan alto de estupidez, complicidad y depravación moral. No obstante, de ser cierto, las estadísticas de monitorización de mortalidad (MoMo), si no están adulteradas, lo pondrán de manifiesto más temprano que tarde. Probablemente no tenga ninguna relación, pero curiosamente los informes MoMo recientes indican que se ha disparado en los últimos dos meses el número de fallecidos ajenos al COVID respecto de la serie histórica. La ministra de sanidad, Carolina Darias, interpelada sobre este asunto, no ha sabido, o no ha querido, dar una explicación al respecto.
El globalista Bill Gates definía el resultado esperado de la agenda 2030 diciendo que seremos pobres, pero felices. Desconozco si él sacrificaría su fortuna para entrar en el lote de los pobres. Parece que vamos por buen camino para alcanzar la primera parte de la afirmación. Respecto de la segunda, no me queda nada claro que se pueda conseguir con facilidad mediante esta vía.
En fin, esto es lo que hay: buenas palabras y hechos poco tranquilizadores. Todo esto, a espaldas de la población que seguirá sin intervenir en el control de la agenda 2030, sin posibilidad de auditar su progreso y financiándola con impuestos cada día mayores, constatando como sus libertades y su economía se limitan progresivamente. Apoyar la agenda 2030 es lo más parecido a firmar un cheque en blanco a alguien del que no te puedes fiar. Eso sí, siempre nos quedará la excusa de decir, tras el gran Reset que cambiará nuestras vidas, y no creo que sea para mejor, que fuimos demasiado confiados ante una oferta que, según diría Vito Corleone en el Padrino, nos presentaron como irrechazable.
Eusebio Alonso | Escritor