El periodista Mikel Segovia le entrevista para el Independiente. Por su interés reproducimos fragmentos del mismo

Bajo el silencio lleva por subtítulo ¡La sociedad vasca, espejismo de paz’. ¿Vive el País Vasco en un espejismo?

El proceso de paz ha contribuido a un cierre en falso del terrorismo, a favorecer a los terroristas y su brazo político y la parte de la sociedad que estuvo alrededor del terrorismo. Se le ha abierto las puertas a una normalidad. Es una fantasía que se nos ha creado pero que no corresponde con lo justo. Se crea una sensación de que como no se mata vivimos en paz. Pero la paz es otra cosa, es libertad de expresión, es ausencia de impunidad y que se reconozca lo que se ha hecho. Todo eso es necesario antes de pasar a la política ‘noble’. Esta sociedad se mantiene entre querer olvidar y vivir tranquila, pero con el pasado que hemos vivido no me parece que debería haber sido así.

Usted habla con exterroristas, profesores de ikastola, políticos que apoyaron a ETA, etc. ¿Ha detectado algún elemento que una a todos más allá de su respaldo al terrorismo que ejerció la banda?

Una fantasía supremacista y victimista. Matan justificándose en que el pueblo vasco ha sufrido mucho, en que su familia ha sufrido mucho. En realidad es una fantasía sustentada en una mentira histórica, en un cuento que lleva muchos años. Detrás de todo esto hay una gran mentira consentida, decir que arriesgan su vida por un ideal. La mayoría de los grupos terroristas viven de un alimento ideológico exagerado.

En los testimonios de Bajo el silencio apenas se vislumbra sentimiento de arrepentimiento, de perdón. ¿Cree que en el fondo persiste la idea de que lo ocurrido estuvo justificado?

Constato que hay muy pocos arrepentidos. Arrepentidos de verdad, con un sentimiento noble y franco de pedir perdón, se cuentan con los dedos de una mano.  Ha habido muy pocos. Les hacen firmar unos papeles con un contenido un poco mágico, ‘di esto y ya está, un perdón si he hecho daño…’ poco más. No son arrepentimientos nobles y sinceros. Buscaba alguien que me dijera que hizo esto y sé que estuvo mal pero no lo encontré. Y quienes si lo hicieron no quisieron dar el testimonio. La mayoría cuando les preguntas recurren a evasivas con un lenguaje de camuflaje y un discurso de cierto altruismo diciendo que lo hicieron para luchar contra el enemigo y por el pueblo. La situación se les ha puesto tan fácil a los presos de ETA para integrarse en la sociedad que ya no necesitan el arrepentimiento, ¿para qué? Si ya tienen las puertas abiertas de cierta prensa, de una parte de la sociedad, de los políticos, las instituciones y el respeto casi connivente para no molestarles y no preguntarles sobre su pasado.

De todos los testimonios que ha recabado, ¿cuál es el que más le ha sorprendido?

Todos me parecen testimonios de película de ficción. No me sorprende ese tipo de discurso. Lo que busco es acercarme a la forma de pensar de esta gente. Les oyes y parece que alguno ha salido de un convento… es cierto que alguno ha sido cura, algo que desborda la imaginación. Lo que me sorprende es esa sensación de cómo se puede vivir sabiendo que uno ha participado o colaborado con un asesinato por razones ideológicas. Es algo que me deja perplejo.

Siempre se ha dicho que el manto de silencio social que existió facilitó las cosas a ETA. Ahora, seis años después de su disolución, ¿existe otro tipo de manto de silencio en la sociedad vasca?

El silencio permanece. Está incrustado en nuestro ADN social. No sólo en la gente mayor que ha conocido el terrorismo de cerca. También se transmite a los jóvenes. Esa idea de que no hay que hablar de ciertas cosas. Ese silencio también está en la izquierda abertzale. Cuando salen de la cárcel no dan entrevistas, no hablan. Pero creo que el periodismo tampoco se atreve a ponerles contra las cuerdas. Ellos no hablan, quieren salir de la cárcel y no tener problemas. Recuerdo que hay 350 asesinatos sin resolver y algunos de los que están sueltos estaban implicados en uno o varios de ellos.

Las familias han asumido su condición de víctimas y a unos terroristas incrustados en nuestra sociedad que no quieren reconocer lo que han hecho y menos aún a autoinculparse. Ese silencio es la clave, nadie les va a preguntar por ello. Ni un vecino les va a preguntar por crímenes que en la mayoría de los casos han prescrito. Si un vecino tiene en su escalera un pedófilo que sale 20 años después de la cárcel le alteraría un poco su presencia en la reunión de vecinos… pero con esta gente no pasa nada. Por eso vivimos en un ambiente pacífico, en una burbuja, gracias al silencio. Si nos callamos todos, todo va hacia adelante. Y esa apariencia de sociedad normalizada hay quien se la cree, pero en absoluto es así.

Se ha hablado de las víctimas, de los perpetradores… ¿Y de los ‘chivatos’ que les ayudaron a llevarlo a cabo? ¿Hubo una sociedad de chivatos?

El perpetrador hace la acción de asesinar, pero no se hace solo. Necesita que alguien dé información sobre la gente del pueblo, los horarios, etc. Esa persecución de los chivatos fue fundamental, también ellos son perpetradores. Facilitaron que se matara a otros. Y luego está la cobertura intelectual de la Iglesia o del nacionalismo que les dio alimento. Todo eso debe entrar en ese conjunto de ciudadanos que facilitaron la organización de los crímenes. También los que votaban, que sabían exactamente lo que votaban, y que fue una parte de la sociedad no pequeña. Luego estaba el silencio de todos los demás.

¿Los dirigentes intelectuales de todo aquello han sido los que menos han pagado?

Ellos dicen que también han estado en la cárcel. Pero no han pagado mucho. Ahora nadie quiere ser el malo de la política. Ahora nadie hizo nada. La distancia del tiempo es corta aún para que todo se encaje bien. Yo intento dejar algunas huellas. Con el tiempo todas estas culpabilidades tendrán que salir a flote.

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