Una DANA autonómica (Hidrarquías II) | Javier Toledano

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El agua, pues, fluye, como fluyen los espíritus libres, sin cortapisas, ni barreras. Como fluyen las vidas, que son los ríos que van a dar a la mar. Es la consigna del bucolismo adánico tan en boga en estos tiempos que corren. Así lo dicen los paladines juramentados de la irrestricta fluencia fluvial. El agua, va de suyo, busca un grado de inclinación, y por allí se contorsiona y caracolea, y encuentra su salida. Y se origina el temido fenómeno de las goteras en las fincas de vecinos, como bien saben Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. De modo que todo ha de mantenerse en el estado prístino en que la naturaleza dispuso las cosas que en el mundo son. Y a eso nos hemos de conformar, velis nolis, quedando proscripta toda intervención humana. Limpiar el cauce de un río, desde esa perspectiva, es un crimen abominable. Que la vegetación obstruye un barranco por donde discurren las avenidas en comarcas sujetas a un irregular régimen pluviométrico, como lo es toda nuestra cuenca mediterránea, pues nada se hace. Si allí prolifera la vegetación, se acumulan rocas y otros sedimentos, cuando no basura, lo sentimos mucho. Así lo ha decidido la Pacha Mama, de acuerdo con sus ciclos imperturbables. Con todo, no es cosa baladí recordar que incluso los castores represan las aguas

Hemos sabido que de unos años a esta parte, por disposición gubernativa, se han desmantelado no pocos embalses, de aquellos que mandara construir el general Franco, hoy resucitado por los intereses electorales, y judiciales, de Pedro Sánchez y de su alegre troupe de trincones. El mismo que en Paiporta puso pies en polvorosa a la primera pella de barro que le lanzaron los damnificados por las inundaciones. El interfecto hizo gala de un aplomo sin igual… teniendo en cuenta que ante sus narices desfiló una jauría de enfurecidos y peligrosos ultraderechistas armados hasta los dientes de cubos, escobas y rastrillos. Ése que no asistió al funeral por las más de 220 víctimas de la tragedia.

He leído en algún medio noticias alusivas a la demolición de embalses, pero no he asistido presencialmente a ninguno de esos procesos y no sé sí los han dinamitado o desmontado pieza a pieza. Acaso no ha sucedido nada de eso y no es más que uno de esos bulos propalados por los medios tóxicos implicados en la conjura del “fango”, nunca más inoportunamente dicho… ¡Fango, Fango, Fango, Arriba España! Lo que es una verdad sin efugio es que desde que Zapatero se cargó el trasvase del Ebro, dentro del llamado Plan Hidrológico Nacional, algo que España necesita no en menor medida que la cooficialidad del “estremeñu” en las aulas cacereñas, no se han acometido obras y mejoras en nuestras cuencas hidrográficas por pánico a ofender al ecologismo radical. Y nos llega que el anterior gobierno regional de Valencia (“Pacto del Botánico”) sopesó la posibilidad de devolver al Turia su cauce original, llevado de su odio al cemento y de su ardorosa militancia antifranquista. La providencia quiso que la “rectificación” planificada por ese chumberío progre y tripartito (Ximo Puig, Mónica Oltra, Baldoví  y compañía) no se llevara a cabo, de tal suerte que las 300 víctimas mortales por el desbordamiento del río en el año 1957, hoy se habrían fatalmente multiplicado por ene.

Nos dicen con gran prosapia los defensores a ultranza del dogmatismo cambioclimático que la mudanza en el clima mata, y es verdad, pero siempre lo ha hecho, con y sin emisiones contaminantes, y sin pararse a considerar la influencia real del llamado factor antropogénico. O sea, de la mano del hombre. Sin ella se han sucedido y alternado glaciaciones y óptimos climáticos. Sequias, heladas, lluvias torrenciales (“danas”). Antes, incluso, de que a un cacumen privilegiado se le ocurriera imponer un gravamen fiscal a los eructos de las vacas. Ese tipo se habría forrado en el mesozoico multando a rebaños enteros de dinosaurios por sus colosales aportaciones de gases de efecto invernadero, pues las flatulencias ricas en metanol de los grandes herbívoros son imbatibles.

Que el clima, mata, lo sabe la Humanidad desde tiempos inmemoriales, de cuando Zeus lanzaba rayos para fulminar a los mortales impíos, reacios a rendirle culto. Pero la inacción climática inherente al hoy omnímodo tremebundismo climático también mata, más si cabe, y hablando de veras, sin alusiones a episodios mitológicos. Dicen los expertos que de haberse limpiado a tiempo el barranco de El Poyo, la mortandad habría sido menor. No obstante, hay un fenómeno específicamente patrio que todo lo enreda y estropicia, y ése sí que mata: el autonomismo. La deslealtad entre administraciones, el ventajismo político egoísta, sectario y de corto plazo, mediante argumentos antinacionales del tipo: inmovilizo la ayuda exigible al gobierno central, la que de mí depende, para poner en un brete a ese poder regional que me es hostil. Que se arrastren, que pidan ayuda. Si fuera de mi mismo signo, acudiría en un pispás a socorrerlo, tal y como envío ayuda militar a Marruecos desde el minuto uno cuando en ese país se produce un terremoto. Y el gerifalte regional, inversión en espejo del anterior, a la suya: no pido auxilio a ese pájaro para que mis administrados vean que yo solito soy capaz de enfrentar la catástrofe, pues a mí no me tutela nadie. ¿Que se aplique el Plan de Emergencia Nacional?… Acabáramos, pues al no haber nación, no hay emergencia que valga. Si el plan fuera “Plurinacional”, pues otro gallo cantaría.

No ha podido producirse más trágica y palmaria demostración, con la devastación de las comarcas aledañas a Valencia, que el autonómico es un modelo territorial fallido y contraproducente. La coordinación, cuando no existe el más mínimo pálpito de sustancia nacional en el conjunto de la comunidad política, vaciada por la inercia propia de los gobiernículos locales, se torna descoordinación. La confianza, recelo. Y la asunción de responsabilidades en una quimera y deviene un grotesco intercambio de golpes en el cuadrilátero. “La culpa es tuya”. “Ni hablar del peluquín, tuya, que mía no”. De modo que las autonomías matan. Y está en su ADN, que se dice ahora, en su esencia misma una vez dotadas de amplia capacidad legislativa, de transferencias competenciales exclusivas, en mala hora, y de personalidad política, dificultar, bloquear iniciativas necesarias para una vertebración sólida, solvente. Sea el caso del tristemente derogado Plan Hidrológico. En materia “nacional” hemos retrocedido desde aquellos tiempos en que los arbitristas (siglo XVII) promovían sesudos estudios para persuadir a los gobiernos de la monarquía austríaca de la oportunidad de convertir en navegables el mayor número de tramos posible de los ríos peninsulares.

Pero no hay que hacerse mala sangre. Nada de esto tendrá jamás solución sin deshacernos antes de las llamadas, abreviadamente, CC.AA. Y si no hay partido político con cuajo, por no decir pelendengues, que promueva la reforma de la Constitución sobre el particular, tendrá que organizarse la sociedad civil y proponer una ILP para manifestar cuando menos su rechazo a ese artefacto desleal, caro, ineficaz, fragmentario, insolidario, que multiplica prebendas y camarillas de aduladores y enchufados, y en situaciones como la presente, mortal. Me dice el autonomista convencido, que no, que no me has entendido, que esto va de acercar la administración al ciudadano… y tanto la acercaron que a Valencia llegaron primero los bomberos de Francia y Portugal.       

Javier Toledano | Escritor

 

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