Cuando Putin denominó el ataque a Ucrania como una mera “operación especial”, creía sin duda que las fuerzas rusas encontrarían una amplia cooperación en los ucranianos y su ejército, en especial los de habla rusa. En algunos casos se ha producido, y Zelenski ha tenido que purgar a varios generales y seguramente también a cargos inferiores, pero en general no ha sido así. Lo que habría sido un paseo militar se ha convertido en asedios a ciudades que no podrían ser tomadas sin un alto coste en sangre y medios. La lucha en ciudades bien defendidas es precisamente la más difícil para un ejército. Por consiguiente, su estrategia ha derivado a asegurar el Donbás y su comunicación con Crimea. Es difícil que a estas alturas contemple la entrega a Ucrania del corredor entre ambas zonas. Por su parte, Zelenski ha hablado de neutralidad, lo que hace un año habría evitado la guerra. Pero su neutralidad tiene trampa: tendría que ser apoyada en referéndum, cosa muy improbable, con lo que el conflicto se mantendría. Lo que quiere Zelenski es ganar tiempo.
¿Por qué, salvo en el Donbás y algunos otros puntos la población ruso-ucraniana no ha respondido favorablemente a las fuerzas rusas? La razón se entiende si miramos nuestro problema separatista: gran parte de los catalanes y vascos antiespañoles, y a menudo los más feroces, son “charnegos” y “maketos” influidos por una propaganda antiespañola brutal y sin apenas contrapartida. Es muy probable que hace siete años Putin hubiera logrado un apoyo muy amplio entre la población ucraniana, pero esa propaganda durante años ha tenido ese efecto.
Por otra parte, es preciso entender la actitud de la OTAN: su estrategia consiste en prolongar la guerra ayudando con armas y propaganda a Zelenski para desgastar a Rusia en el plano militar, y al mismo tiempo arruinar su economía, sin la menor preocupación por la posible gran hambruna que provocaría, al estilo y quizá en mayor medida, que las causadas en otros países, con las masas de refugiados y desplazados correspondientes.
El problema de fondo es la creencia mesiánica de los gobiernos useños de representar la libertad y la democracia, un valor moral que les autorizaría a intervenciones de todo género en el exterior sin tener que dar cuenta a ningún “tribunal de la Haya” o de Núremberg. Insisto en recordar el caso de Libia, el mayor crimen de guerra en lo que va de siglo. El ejercito useño liberó en 1945 a la Europa occidental del régimen hitleriano, y es normal que la UE le esté agradecido y acepte su tutela. Pero lo que es normal en la UE no tiene por qué serlo en el resto del mundo, y desde luego no en España.
Hay que señalar también que no se trata solo de una autoatribuida superioridad moral, sino también de intereses económicos, y al servicio de todo ello ha construido Usa un ejército gigantesco, con trece veces más inversión que el ruso. Esa apabullante superioridad militar debía hacer “entrar en razón” a cualquier adversario, o en otro caso debía ser aplastado sin remedio. Sin embargo, Usa tiene ya una larga experiencia de fracasos militares desde Vietnam.
¿Qué ocurrirá ahora? Biden se cree con derecho a cambiar el régimen de un país porque no le gusta. ¿Conseguirá humillar y arruinar a Rusia, convertirla en un “estado paria” como se cree autorizado a hacer con quienes estorben sus planes? Es posible, desde luego, pero también podría ocurrir como en España en los años 40, es decir, reforzar la unidad de los rusos en torno a Putin. Antes o después, y por su propio interés, los demás países volverían a comerciar con Rusia. Pero con la ayuda de la OTAN a Zelenski, ¿podría Rusia lograr sus nuevos objetivos militares en Ucrania? Desde luego, tiene fuerza suficiente para ello, pero en la guerra no lo es todo la fuerza: resulta mucho más importante lo que podríamos llamar “talento militar”. Y hasta ahora el alto mando ruso no ha dado demasiadas muestra de ello.
Pío Moa | Escritor