La semana pasada concluyó el primer round de la guerra arancelaria entre Estados Unidos y China, y el presidente Trump obtuvo una victoria contundente.
Con los aranceles del 145% impuestos a los productos chinos, logró arrinconar al presidente Xi Jinping. Fue un golpe duro para una economía ya debilitada por el aumento del desempleo, una deuda desbordada y un crecimiento sostenido de quiebras empresariales.
Sin embargo, en lugar de asestar el golpe definitivo, Trump optó por presionar el botón de pausa. Y eso abre una pregunta inevitable: ¿por qué?
Con la inversión extranjera fluyendo hacia Estados Unidos, el empleo en crecimiento y una inflación baja y en descenso, Trump no enfrentaba una presión interna significativa para ceder ante Pekín, a pesar de la inquietud que el conflicto generaba en los mercados globales.
La situación era muy distinta para Xi Jinping, quien estaba desesperado por llegar a un acuerdo.
En las últimas semanas, decenas de miles de empresas chinas cerraron sus puertas y millones de trabajadores perdieron sus empleos.
De haberse mantenido los altos aranceles, más del 50% de las empresas exportadoras chinas habrían quebrado, y al menos 30 millones de trabajadores habrían terminado en la calle.
Xi Jinping sabía que, con el desplome del mercado inmobiliario y el consumo interno en declive, mantener abierto el flujo de exportaciones hacia Estados Unidos era crucial para la supervivencia económica de China.
Aunque los estadounidenses solo compran alrededor del 16% del total de las exportaciones chinas, su volumen de compra al por mayor y su puntualidad en los pagos representan nada menos que el 50% de las ganancias del sector exportador.
Por todo esto, China, tan pronto como se anunciaron los aranceles, pidió una reunión. No mucho después, el ministro de Finanzas de China, Lan Fo’an, viajó a Washington D.C. para reunirse con el secretario del Tesoro, Scott Bessent. La reunión se celebró en el sótano del Fondo Monetario Internacional y, a insistencia de China, se mantuvo en secreto.
Esta reunión preparó el terreno para la cumbre de la semana pasada en Suiza, donde China accedió a realizar concesiones significativas: redujo sus aranceles a los productos estadounidenses al 10% y, aún más relevante, se comprometió a frenar el flujo de fentanilo hacia Estados Unidos.
Como respuesta, Washington decidió aliviar temporalmente la presión sobre la economía china. El arancel a los productos chinos se reducirá al 30% —una cifra que sigue generando miles de millones en ingresos para EE.UU., pero que al mismo tiempo ofrece un respiro a los exportadores chinos.
Tres lecciones importantes
Trump ha extraído tres lecciones clave de este primer enfrentamiento con Xi Jinping.
La primera es una confirmación rotunda: China siempre hace trampa.
Durante la cumbre en Suiza, los propios negociadores chinos admitieron que no cumplieron con el acuerdo comercial firmado con Trump en enero de 2020. ¿La razón? Sabían que Biden no haría nada al respecto.
“La delegación china básicamente nos dijo que, una vez que el presidente Biden asumió el cargo, simplemente ignoraron sus obligaciones”, explicó Bessent. “Teníamos un excelente acuerdo comercial con China, y la administración Biden optó por no hacerlo cumplir”.
La segunda lección que deja esta batalla es quizás la más inquietante: los aranceles revelaron que China ha estado utilizando el fentanilo como ficha de negociación.
Presionados por la guerra comercial, los negociadores de Xi Jinping hicieron una admisión sorprendente: ofrecieron frenar el flujo de fentanilo y sus precursores químicos a cambio de alivio arancelario. Por primera vez, el régimen chino reconocía la conexión entre el comercio del mortal narcótico y las sanciones económicas de Estados Unidos.
Esta confesión debería indignar a todo estadounidense. El fentanilo ha matado a cerca de medio millón de personas, y durante años el gobierno chino —que opera el sistema de vigilancia estatal más sofisticado del mundo— aseguró no saber dónde se producía ni quién lo distribuía. Siempre culparon a EE.UU., alegando que el problema era interno.
Pero ahora sabemos lo que muchos ya sospechaban: China podría haber detenido el tráfico de fentanilo en cualquier momento, y no lo hizo. Solo el temor a mayores aranceles los empujó a ofrecer cooperación.
Y esa cooperación debe ir más allá. Trump no debería conformarse solo con promesas. Debería exigir el cierre definitivo del comercio de fentanilo con los cárteles mexicanos, el fin del lavado de dinero a través de bancos chinos, y la identificación de los laboratorios clandestinos. Ya no hay excusas.
La última lección que dejó la estrategia arancelaria de Trump es tan simple como poderosa: China, el supuesto gigante comunista destinado a dominar el siglo XXI, es un tigre de papel.
Trump eligió no llevarla al colapso total, a pesar de tener el poder para hacerlo. Habría sido una jugada arriesgada, con consecuencias impredecibles para el pueblo chino y para el equilibrio global. Pero ahora sabe que, si es necesario, podría hacerlo.
Y lo más importante: el liderazgo chino también lo sabe.
Saben que esta vez Trump empezó temprano. Y que, si vuelven a incumplir su palabra, aún tiene tiempo, la voluntad y las herramientas necesarias para obligarlos a cumplir.
Steven W. Mosher es Presidente de Population Research Institute y autor de “The Devil and Communist China”
1 comentario en «Trump gana el primer round de la guerra arancelaria: el tigre chino es de papel y trafica con fentanilo | Steven W. Mosher»
¿Y no ha dicho algo sobre el tráfico de aspirinas? Y parece ser que la gente no entiende que los aranceles los pagan los consumidores del país que los impone si quieren los productos del país a los que se les ha impuesto…